Según el “histeriador” mexicano Enrique Krauze lo peor de Venezuela es el odio sembrado. No especifica quién sembró el odio pero lo imaginamos. El infantilismo de aquellos que escriben en la prensa española, por no llamarlo incultura e ignorancia, hace que todas las miradas y dedos señalen al presidente venezolano Hugo Chávez como artífice y responsable de todos los males habidos y por haber.
Está claro que Drácula, en un tractor, no estaría sembrando el terror, ni Chávez como presidente sembrando nada a no ser que fuesen planes alfabetizadores, universalidad del acceso a la medicina, accesibilidad del agua a la mayor parte de la población y acceso a la educación superior para miles de venezolanos.
Esa siembra no aparece en el discurso del “histeriador” Krauze que fue a Venezuela a aplaudir a los líderes estudiantiles financiados por la CIA estadounidense.
Krauze, como el 99% de los profesionales de la mentira, poco conocimiento necesita para escribir un libro, por encargo, sobre la situación venezolana. Aznar podría escribir uno, por ejemplo, y el embajador español, Viturro de la Torre, que fue a presentar sus cartas credenciales al día siguiente del golpe al dictador Pedro Carmona, podría escribir otro.
El papel lo aguanta todo, los pueblos y la historia no.
La calidad de un libro escrito por Enrique Krauze sobre Venezuela, con el aderezo de media página en El País de Madrid sirve para descalificar cualquier intento de acercamiento a un libro que será un cúmulo de recortes, de ignorancia y de lugares comunes.
El “histeriador” Krauze asegura que tituló su libro así, El poder y el delirio, porque él considera que Chávez padece “un delirio de poder” y que si alguna lección debemos aprender del siglo XX “es que la concentración de poder en manos de líderes carismáticos sólo ha traído violencia, guerra y muerte”.
Es decir, que Chávez es un Hitler-Mussolini caribeño y la única consecuencia que va a traer su reelección es violencia, guerra y muerte. Con esas premisas y conclusiones no me extraña que se piense dos veces la idea de presentar su panfleto en Venezuela.
Pero yo le propongo que escriba un libro sobre el rey de los españoles, que no sigue soñando con la reelección indefinida (pues nadie lo elige) y que además regala la “reelección a toda su familia por el tiempo que la gente permanezca narcotizada con ellos. No lo expulsarán sino que lo juzgarán por cualquier cosa que se les ocurra, al contrario de Venezuela.
La fresa de “histeria” final de Krauze, no podía faltar en un panfleto como El País, es cuando dice que lo más “descorazonador” de Chávez es el “odio que ha ido sembrando”. El periodista le pregunta si antes de Chávez no existía ya una siembra que él sólo tuvo que recoger. Krauze responde que no, no hasta ese punto. En el odiómetro de Krauze la ignorancia y la pobreza, la misma que sufre su país por cierto y de la que no se le ocurriría culpar a su presidente, tienen un origen y una finalidad: justificar cualquier bodrio que culpe a Chávez de lo humano y lo divino, porque antes de 1999 en Venezuela a los perros los ataban con chorizos carupaneros , los presidentes eran una maravilla y los derechos humanos un concurso de Misses.
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