
Poco efecto surtieron esas y otras amenazas. Tampoco la agresiva campaña electoral que incluyó una marea roja como las que organiza el gobernador de Veracruz, Fidel Herrera; o la inhabilitación de algunos opositores, como la que pretende el gobernador de Colima, Jesús Silverio Cavazos Ceballos, contra el alcalde de Manzanillo, Virgilio Mendoza Amezcua.
El poder ciudadano expresado en la rutina democrática de acudir a las urnas (en una participación histórica, por cierto) acotó el poder de Hugo Chávez. Es un balde de agua fría a la caliente revolución bolivariana. Las victorias de la oposición al partido de Chávez, Partido Socialista Unido de Venezuela, pintan un mapa electoral distinto. Termina el monocolor rojo de Chávez y expresa la pluralidad venezolana, y permite enrumbar a ese país por un sendero de responsabilidad en el manejo de la economía y de tolerancia y respeto políticos. Al mismo tiempo en la región latinoamericana, y con la presión de los precios bajos del petróleo, las victorias de la oposición al régimen de Hugo Chávez pueden representar una confianza de que este “neobolivarismo populista” tenga, también, por fin, un frenazo en el continente.
Los mesianismos deben ser derrotados en las urnas. Nada lastima más a nuestras economías y crecimientos emergentes que el poder unipersonal e irresponsable. Nada ayuda más a los pueblos latinoamericanos que un gobierno acotado al imperio de la ley y dividido para su ejercicio. Mientras México tuvo a los monarcas sexenales, las crisis económicas las provocaban sus propias torpezas. No había poder humano que hiciera responder al gobernante inepto o cleptómano. Todo el poder se iba en fanfarronerías o equívocos que empobrecían, más, a nuestras clases medias.
Con mucho poder todavía, Hugo Chávez empieza ya a ser el pasado de Venezuela. “Una nueva etapa de esperanza” se abre en ese país, como declaró uno de los candidatos victoriosos. Chávez organizó una “batalla por el pasado”, como la definió Enrique Krauze en el recientísimo libro El poder y el delirio, en el que, con entrevistas, análisis y una apasionante recreación histórica, pone en su lugar al presidente venezolano. Krauze, en ese nuevo libro, defiende al liberalismo democrático recordando a Octavio Paz, recrea el escenario de la revolución bolivariana de tintes maniqueos y autoritarios, y alerta sobre la sacralización de la historia. Sobre esa adoración del pasado.
Advierte que en Venezuela el papel de lo sagrado lo asumió Bolívar, que imanta a la sociedad venezolana como en México la Virgen de Guadalupe; y ese papel lo teatralizó magistralmente Hugo Chávez. Una religión sin más dios que Hugo Chávez, y un evangelio que sólo él escribe y él dicta a la nación.
Un evangelio de pasado. Un discurso de ayer. Una nostalgia por las glorias pretéritas. Una añoranza por el panteón. Ese discurso de enaltecer “el antes” es el miedo al futuro. Es la repugnancia a la modernización del país. Ese discurso es el que está sacando del ropero de los recuerdos el Partido Revolucionario Institucional en México.
Germán Martínez Cázares (El Universal, Cd. de México, 25.11.08)