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jueves, 12 de febrero de 2009

Fidel Chávez y Hugo Castro


ES muy posible que, en otras circunstancias, la manifestación de ayer contra la sanguinaria anomalía que martiriza a Cuba desde hace cincuenta años hubiese resultado más nutrida en términos contables. No era preciso, sin embargo. En la Puerta del Sol se concentró la libertad que ni sabe de números ni se recrea en cálculos. La libertad de los que no se rinden, de los que no se amoldan, de los que no se callan. De aquellos que no tragan con un destino impuesto a través del terror y los tiros de gracia y exigen escribir el porvenir sin tener que tragarse las palabras. La libertad, en fin, en cuerpo y alma. Que no nos vengan, pues, con cuentos y con cuentas quienes, en aras de un interés espurio, ejercen de usureros de la democracia. Quienes no dicen ni mu el día en que las víctimas se echan a la calle pero se dan el pico, muá, con el tirano. En todo caso, a los mudos de rigor -de rigor mortis, claro- no se les esperaba y nadie les echó en falta. Si acaso faltó el señor Rajoy, que, al parecer, ha decidido estar a la que falta. Bien es verdad que ayer hizo un tiempo de perros y que la meteorología, tan veleta y tan atrabiliaria, esta vez iba a pachas con Pérez Rubalcaba. A cambio, la nevisca nos compensó con la presencia de las Damas de Blanco.

Medio siglo después de aquella nochevieja de Valpurgis que abismó en las tinieblas al pueblo cubano, sería muy ingenuo sostener que se derrite el plomo, que el horizonte se despeja, que se vislumbra el alba. Muy ingenuo o muy falsario. Mientras Castro agoniza en su cubil con una parsimonia despiadada, el castrismo, por contra, se consolida paso a paso. Esa siniestra enfermedad moral que ha sembrado la isla de zombis y cadáveres nunca ha estado tan cerca de perpetuarse. El perro morirá cuando llegue su hora, pero su desaparición no contendrá la rabia. Raúl es un experto matarife, un sicario obediente, un deshecho de tienta en los anales de la infamia. Es un pigmeo criminal, un actor secundario diluido en la gigantesca dimensión del drama. Raúl es sólo un ítem en el siniestro testamento de su hermano. Pero el auténtico heredero de Fidel, el encargado de culminar la pesadilla que comenzó hace cinco décadas y aún sigue desvelándonos, es, sin duda alguna, Chávez. Hugo Chávez.
En «El poder y el delirio», un libro luminoso que acaba de publicar Enrique Krauze, se describe con absoluta precisión el mecanismo a través del cual el Lenin caribeño terminará reencarnándose en una versión bolivariana del padrecito Stalin. El precio del apaño no es ningún secreto -100.000 barriles de petróleo mensuales- y la contrapartida también es meridiana: investir al caudillo petrolero de una aureola de legitimidad histórica que sólo La Revolución puede otorgarle. El socialismo del siglo XXI que el autócrata electo pretende construir a golpe de agitación en crudo, ideología al portador y propaganda refinada, ya ha empezado a dar frutos en Bolivia, en Ecuador, en Nicaragua. Que continúe progresando está subordinado al capricho de Putin y a la determinación de Obama. De cómo cada cual mueva sus fichas y de hasta dónde estén dispuestos a implicarse dependerá el futuro de las sociedades libres en un subcontinente cosido a puñaladas.
«Chávez -advierte Jorge Quiroga a Krauze- es un genio del mal que se disfraza de payaso. Con un estilo deliberadamente burdo, rocambolesco y, valga la expresión, «cantinfleado», se ha hecho el depositario de las reservas mitológicas que confluyen en la revolución cubana. El programa de cooperación bilateral que han establecido Caracas y La Habana es cuatro veces superior al que mantienen los israelíes con los norteamericanos. ¿Qué gana el caudillo petrolero? En el plano simbólico, todo. En el material, nada». Traslademos la suculenta reflexión al ámbito de España y la pregunta del millón queda en el aire: ¿Qué gana Zapatero cantinfleando con Raúl y exonerando a Chávez? ¿Qué beneficio saca halagando a los bárbaros? La civilización estaba en Sol, hacía frío, el cielo celebraba a las Damas de Blanco.
Tomás Cuesta (ABC, España, 2.Feb.09)

martes, 6 de enero de 2009

El otro pueblo venezolano

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La prensa nacional cubana, controlada y dirigida por el Partido Comunista, ha repetido por estos días en destacados titulares que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, saldrá a defender al pueblo, pero no dice que saldrá a defenderlo de ese otro pueblo venezolano -prácticamete la mitad del total de habitantes con que cuenta el país- que de forma honesta y valiente ha demostrado su inconformidad ante esa especie de comunismo del siglo XXI que pregona el mandatario bolivariano.

Casi la mitad de la población venezolano no es chavista. Aún así, para Chávez sólo cuentan sus seguidores. Algo muy similar ha ocurrido a los anti castristas en nuestro país, los que, en vez de formar parte de otros partidos políticos, como ocurre en Venezuela, se han visto precisados a emigrar, porque jamás se ha han permitido otras opciones. Aunque las noticias sobre lo que ocurre en Venezuela no aparecen de forma transparente en la prensa de los hermanos Castro, leyendo entre líneas, cualquiera se percata de la caótica situación política que sufre este pueblo, en su empeño por crear zonas libres del comunismo chavista.
La importancia de los seis estados donde los candidatos opositores ganaron las gobernaciones demuestra a las claras en qué consisten las desventajas de Chávez. Miranda, Zulia, Nueva Esparta, Carabobo, Táchira y una gran parte de Caracas son las regiones más ricas del país, con un gran desarrollo urbano, importantes universidades y además, una gran población indígena.
Tres de esos estados, Nueva Esparta, Carabobo y Táchira, se destacan no sólo por el comportamiento heroico que asumieron sus pobladores durante las luchas por la independencia, sino también por su gran actividad industrial, una agricultura de alta tecnificación e importantes empresas de textiles, cemento, alimentos y manufacturas metal mecánicas.
Aunque todavía una gran parte de los venezolanos acude democráticamente a las urnas, una dictadura al estilo cubano está implícita en las amenazas de Chávez: “Sólo les digo que no me voy a quedar con los brazos cruzados y voy a salir a defender al pueblo “. Clásica expresión de los dictadores ante sus contrarios.
Tiene razón el célebre escritor e historiador mexicano Enrique Krauze, autor de El poder y el delirio, cuando al analizar la figura de Hugo Chávez, dijo: ¨ El sueño del presidente venezolano es convertirse en el equivalente de Stalin ¨.
Tania Díaz Castro (Cubanet, 2.Ene.09)

El poder y el delirio

El mexicano Enrique Krauze, fundado de la revista Letras Libres ha publicado El poder y el delirio, un fascinante libro para los que guardamos interés por lo que ocurre en América y por los geo-procesos políticos, entre los que está el bolivarismo o socialismo del siglo XXI y el frente rojisur, liderados por Hugo Chávez, pero inspirado en el régimen cubano de Fidel Castro, espejo de todo el movimiento. Al margen de los capítulos dedicados a contextualizar Venezuela y a desmitificar algunos de las imágenes que tenemos de Chávez, Krauze analiza cómo ha evolucionado la izquierda venezolana hacia el chavismo y, curiosamente, cómo en ese proceso han abandonado al golpista los seguidores de la revolución cubana, como Teodoro Petkoff o Américo Martín tras constatar que es Chávez el que se apropia de algunos de los conceptos revolucionarios para adaptarlos a un ideario político prácticamente hilado para la ocasión y que deriva en un delirante fascismo que pone en peligro la democracia. Krauze describe a la perfección el bodrio ideológico que tanto admira y atrae a la izquierda española: una mezcla incompatible de marxismo trasnochado preñado con el ideario de culto al mito de Bolívar, un culto éste propio de la derecha venezolana. El prestigioso historiador hace un paralelismo entre el ideario de Chávez y el de Napoleón y se adentra en la ambición expansionista del chavismo y en su influencia en toda el área sur de América. Pero, curiosamente para Krauze, todo esto no lo hace Chávez desde un ideario improvisado, sino desde una planificación ideológica que ha cultivado a lo largo de muchos años, desde su juventud y a escondidas, y que pone en práctica una vez en el poder a través de las urnas. Según esta versión Chávez es, en contra de lo que pensamos y de la imagen que tenemos de él, un estratega de primer orden que ha sido capaz de madurar y planificar su trayectoria política, lo que lo hace más peligroso de lo que creemos. No obstante, un mensaje alentador nos deja Krauze: la democracia como sistema, una vez instalada en la conciencia social, es posible socavarla, pero no acabar con ella. La democracia en Venezuela podrá con Chávez y con todo su aparato porque es la una de las más sólidas del continente.
Manuel Mederos (Canarias7.com, España, 18.Dic.08)

lunes, 15 de diciembre de 2008

El caudillismo es una patología endémica en América Latina

Enrique Krauze es un especialista en caudillos. Krauze es un gran historiador mexicano que ha puesto bajo la lupa a estas peculiares criaturas. “Hay gente pa’tó”, decía el torero. Pudo darle por las arañas o los escorpiones, pero le dio por los caudillos. Y es bueno que así sea. El caudillismo es una patología endémica en América Latina y entenderla es una manera de tratar de evitarla o, al menos, de aprender a sobrevivirla, aunque hasta ahora no se conoce otra cura que salir corriendo hacia las balsas al primer síntoma de que ha llegado un tipo a salvarnos.

Prácticamente todos los países de este pobre mundillo nuestro latinoamericano han padecido a los caudillos. Son esos tipos palabreros y carismáticos, tuteadores de Dios, que cuando estamos en crisis se encaraman en una tribuna, seducen a las masas, se apoderan de la casa de gobierno, hacen trizas las instituciones, agotan el tesoro, nos endeudan hasta las orejas, se declaran indispensables, se eternizan en el poder y, como no se están quietos, y están llenos de iniciativas extravagantes, agravan hasta la locura todos los problemas que existían antes de la aparición de ellos en un carro de fuego.
En el siglo XX los dos caudillos más emblemáticos y pintorescos de América Latina han sido el argentino Perón y el cubano Fidel Castro. Perón murió en 1973, pero como el peronismo tiene algo de tablero de Ouija, Perón sigue dando guerra por medio de una variopinta descendencia ideológica que incluye gente de rompe y rasga a la derecha de Gengis Khan y a la izquierda de Lenin. Fidel Castro no ha conseguido morirse todavía, pero lo ensaya tesoneramente desde el verano de 2006, cuando se le amotinaron en los intestinos unos divertículos al servicio de la CIA que lo han dejado flaquito y turulato, como esos viejitos locos que uno ve riéndose y hablando solos en todos los pueblos españoles.
Hugo Chávez, en fin, es hijo de Fidel Castro y nieto de Juan Domingo Perón. Enrique Krauze acaba de filiarlo con total precisión en un brillante libro que, desde ya, se convierte en lectura indispensable para todo aquel que se empeñe en la ingrata tarea de tratar de comprender a la América Latina de nuestro tiempo. La obra se llama El poder y el delirio, la publicó Tusquets en España, y es un estudio a fondo de Venezuela y de Hugo Chávez, lo que inevitablemente precipitó a su autor a mezclar la historiografía con el ensayo, el periodismo, la entrevista y el psicoanálisis, porque solo así, con una mirada poliédrica, como de mosca, se puede abordar de manera inteligible un drama tan complejo e irracional como el venezolano.
El asunto es muy importante. Aunque Hugo Chávez es un personajillo de cuarta categoría, una especie de Idi Amin Dada de Sabaneta, conecta muy bien con una amplia zona de América Latina que pertenece a esa misma liga –la del populismo mágico que compra y vende conciencias con dinero público, hasta que las conciencias y el dinero se acaban–, y a base de petrodólares está creando su imperio ideológico a una sorprendente velocidad.
A diferencia de su padre Fidel, que en enero cumplirá 50 años al frente del negocio de mandar, en su larga vida de tirano intervencionista solo pudo colonizar a Nicaragua, y apenas durante una década, Chávez ya cuenta con Bolivia, Ecuador y Nicaragua bis, mientras se afila los dientes ante el probable triunfo del chavismo en El Salvador dentro de pocos meses.
¿A dónde irá a parar este fenómeno? Descartarlo porque es una cosa disparatada no parece sensato. Mussolini y Hitler, bien mirados, eran también un par de payasos intoxicados con las más absurdas teorías y eso no les impidió seducir a las muchedumbres y organizar el peor matadero de la historia. Hay países, hasta ahora, que parecen inmunes al chavismo (Chile, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Colombia, tal vez México, en general los que el embajador estadounidense Manuel Rocha llama “América Uno”), pero el resto del continente puede sucumbir a esta enfermedad y arruinar con ello a un par de generaciones tontilocas.
Francamente, no es mucho lo que puede hacerse. Por lo pronto, sentarse a leer cuidadosamente El poder y el delirio, cruzar los dedos de que no nos toque, e ir fabricando una balsa, que fue lo que se le ocurrió al avispado Noé cuando se olió que iba a comenzar a llover.
Carlos Alberto Montaner (Prensa.com, Panamá, 14.12.08)

martes, 25 de noviembre de 2008

Las palabras son a veces la antesala de los puñales


No sería decoroso describir en este espacio el mensaje que envió Andrés Izarra al historiador Enrique Krauze, en respuesta a su inquietud de volver a Caracas para presentar su libro, El poder y el delirio, donde hace una caracterización del liderazgo de Hugo Chávez y de las circunstancias que lo llevaron al poder. Krauze ya había sido recibido en julio pasado por el ministro Izarra y por otros dirigentes del chavismo que colaboraron con su testimonio en la elaboración del libro.

Pero temía, sin embargo, que en una siguiente visita pudiera correr la suerte del activista de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, o del profesor Fernando Mires. Y no se equivocaba. "La respuesta (de Izarra) –cuenta Krauze– fue en términos muy impropios y muy descalificadores para venir de un ministro de Información. Lo que hicieron fue confirmarme que él pertenece a esa corriente radical. El libro tiene un tono de crítica pero de respeto, tener una actitud negativa con respecto a un texto escrito con ese tono, habla muy mal del régimen".Son a esas palabras hirientes, virulentas, a las que se refiere Krauze cuando dice que en Venezuela reina hoy el discurso del odio y una división del país que no se percibía hace diez años. Es uno de los rasgos que más le preocupan del sistema que se ha procurado Hugo Chávez, que es decir bastante.
–Ahora que Obama promete cambios en la política de EEUU, ¿qué sería de Chávez sin un imperio que le sirva de enemigo?
–Si hay cambios sustanciales en la política de Estados Unidos frente a América Latina y, en especial, frente a Cuba; cambios que no se antojan muy difíciles porque es un clamor que se cierre la base de Guantánamo y que haya un deshielo en las relaciones y las remesas de dólares puedan llegar a Cuba. Porque Florida, incluso ese estado tradicionalmente tan rígido, se ha inclinado por Obama. De modo que, por todos esos motivos, hay un clima que presagia cambios.
Ya entonces eso y la llegada al poder de un presidente afroamericano tiene un peso simbólico y un peso real tan grande, que bajará el valor de los bonos ideológicos de Hugo Chávez. Así como ha caído el petróleo de 140 dólares a 50 dólares, también los bonos ideológicos van a bajar de la misma manera. Él, claro, hace unos meses dijo que podía subir el precio del barril de petróleo hasta 200. La realidad lo desmintió. Del mismo modo, él puede seguir teniendo una expectativa distinta, pero si Estados Unidos demuestra con hechos que hay un cambio, realmente se va a quedar sin municiones o sin pólvora ideológica.
Entonces, pueden pasar dos cosas: que venga una actitud de cordura y que en los años que le quedan Chávez se dedique a hacer un gobierno eficaz, menos vociferante; o al revés: un hombre todavía más radicalizado, que busque alianzas todavía más profundas con Irán o con Estados de esa naturaleza. Yo no podría apostar, pero por lo que he estudiado de su psicología me parece que las dos cosas son posibles, pero me inclino levemente por la segunda.
–Además, Raúl Castro ha mostrado su voluntad de cambiar la relación con EEUU.
–Estoy seguro que a Cuba no le conviene una reedición de la crisis de los misiles, no le conviene volver al libreto de los 60. Cuba lo que quiere es una inserción en la vida global que permita a los habitantes de la isla vivir mejor. El secreto a voces que todos sabemos es que la penurias de la población cubana y los sacrificios por la revolución han sido enormes.
Es justo que tengan una apertura en su vida económica y eso sólo se puede lograr muy bien si Estados Unidos cambia de actitud, porque esa ha sido una de las piedras de toque de la rivalidad entre Cuba y Estados Unidos. Frente a eso, creo que Raúl Castro tendrá una actitud pragmática y no creo que le guste mucho la radicalización que pueda tener Hugo Chávez.
–Usted menciona en su libro, parafraseando a Raúl Baduel, que Chávez posterga la solución de los problemas para contro lar el poder, a fuerza de clientelismo.
–Todavía con el petróleo a estos niveles y con esa riqueza y con el gran poder de su carisma y con esa vocación social que, a pesar de todas mis críticas, yo le reconozco –quienes niegan esa vocación, están negando la realidad–. Esa vocación social, su carisma y la riqueza que tiene el Estado petrolero, todavía puede hacer persistir la ilusión de que un Estado proveedor y una mayoría clientelar solucionan los problemas de Venezuela. Ojalá no sea así, porque el despertar de ese ensueño va a ser muy doloroso. Yo esperaría a que, sin renunciar de ninguna manera a su vocación social y a muchos de sus programas, se concentre en hacer un buen gobierno, porque eso lo fortalecerá para la vida política que pueda llegar a tener él después del 2013. Pero mientras le digo estas soluciones, siento que estoy hablando de una utopía, porque cuando las confronto con las declaraciones de Chávez de todos estos días y su actitud absolutamente guerrera, implacable contra la oposición, cómo puede esperarse una actitud de cordura con esa emotividad desbordada y delirante. Por eso llamé a mi libro El poder y el delirio.
–No es el plan del "héroe" hacer un buen gobierno de aquí al 2013, ¿no es así?
–Ese es el corazón de mi libro.Creo que en la mitología del héroe, en su veneración y en la construcción de su propia estatua heroica está la clave para entender a este señor. Y claro, uno nunca piensa en el presidente Lula como un héroe, sino como en un gobernante moderno y eficaz. Los gobernantes modernos y eficaces no quieren ser héroes; sólo quieren ser eso: gobernantes modernos y eficaces.Pero Chávez quiere ser un héroe; y en lo último que pensaría un héroe es en un gobierno cuerdo, sensato, discreto.
–¿Cómo surge un liderazgo como el de Chávez en la democracia más antigua de América Latina, en la que la izquierda, en comparación con la socialdemocracia, contó con tan poco arrastre popular?
–Desde los griegos se sabía (está en Aristóteles y en Platón) que las democracias son creaciones humanas frágiles, las democracias se pierden cuando no se cuidan. Y yo creo que la segunda generación de presidentes después de Betancourt y Caldera, la segunda generación de Punto Fijo, sencillamente descuidó la vida democrática. En vez de consolidarla, la despilfarró. Desatendieron las necesidades sociales, dejaron de tener sensibilidad social, hubo corrupción, irresponsabilidad, ineficacia.Hubo una actitud faraónica en las creaciones del Estado. Se desprestigió la vida política. Todos los límites que había puesto Betancourt en términos de evitar el peculado, ser discretos hasta en la forma de comunicarse con la gente, se perdieron. Vino la crisis de la caída del petróleo, algo, por cierto, no muy distinto a lo actual. Todas esas circunstancias hicieron que las elites rectoras de Venezuela casi conspiraran para acabar con la propia democracia. Y si los que tienen que defender la democracia no la defienden, es natural que surja el caudillo, el hombre providencial. En nuestros países latinoamericanos, que tan difícilmente han podido ir construyendo sus democracias, cuando éstas no se fundamentan, no se consolidan, lo que nace de las entrañas de nuestros países son los caudillos. No es nada casual que haya surgido, entonces, Hugo Chávez. Pero también a él hay que darle el mérito de ser un líder carismático auténtico porque de esto qué duda cabe.Uno de los factores centrales de por qué la democracia liberal en Venezuela entró en un estado tan precario, es la fuerza del líder carismático, que concentra el poder en su persona de un modo no distinto en el que lo concentraban los líderes carismáticos del siglo XX: Mussolini, etcétera.
–Además de la caída del petróleo, hoy en día se repiten en Venezuela la corrupción, la creación de ministerios para cada necesidad, la actitud faraónica. Pero eso que le hizo tanto daño a la democracia, ahora no parece hacerle daño a Chávez, a juzgar por las encuestas, que siguen restándole responsabilidad a él en la ineficacia del gobierno y atribuyéndosela al entorno.
–En mi libro explico las causas históricas de eso. Nuestros pueblos tienen una cultura política muy antigua. En términos históricos, la cultura política de nuestros pueblos se mide en siglos, no en años. Nuevos pueblos tienen la cultura política de la veneración al caudillo. Y antes de la veneración al caudillo, era la veneración al monarca. Por tres siglos, los monarcas españoles gobernaron América sin que ninguno de ellos tuviera necesidad de venir a América. Entonces, en la tradición y cultura política ibérica, el rey o el monarca siempre tiene la razón; los que fallan son los subalternos o los gobernantes menores o los alcaldes. Yo hago la referencia en mi libro al teatro español del siglo XVII, donde el culpable era el alcalde de Salamea, y el pueblo se levantaba contra el alcalde, el gobernador y el magistrado concreto y siempre había "vivas" al rey. Es la idea de que el monarca es bueno y, si fallan las cosas, es porque a él lo engañan o no lo sabe. Es una actitud de ingenuidad muy propia de la cultura política de nuestros países, y sólo irá cambiando poco a poco, conforme vayan acumulándose las decepciones.
–Usted ha dicho que Venezuela ha perdido a sus líderes civiles, ¿cuánto falta para recuperarlos?
–Mi impresión es que todavía les falta un camino muy largo. Los estudiantes, por su propia naturaleza, son una condición temporal, transitoria, y son muy jóvenes.Hasta Betancourt tardó muchos años en madurar del joven de 20 años que se enfrentó a Gómez, al político consumado que fue. Por otro lado, creo que se decapitó a una o dos generaciones en ese momento en el que se suicidó casi la democracia liberal en Venezuela. Ahí hay figuras que he conocido, apreciables, pero evidentemente todavía no hay un grupo o un liderazgo. Ni siquiera los partidos han podido recuperarse del desprestigio que tiene hasta la palabra partido. Esa es la impresión que tengo yo. Es más lo que la propia población ha ido percibiendo para ir poniendo sus límites, que el liderazgo. Pero en la historia suele ocurrir que los líderes aparecen cuando uno menos los espera. La oposición cometió muchos errores, incluso en el período del propio Chávez, que parece que eran una cadena de suicidios. Han sido muchos años de cometer torpezas y de negarse a sí mismos.
–¿Sigue convencido de que el movimiento estudiantil durará o cree que en el último año los consumió la vanidad?
–Algo de eso último. Cuando hablé con ellos en diciembre les dije `lo único que importa es que ustedes hagan que esto dure’. Y no sé si me entendieron muy bien lo que les quise decir, porque para que eso durara tenían que haber organizado algo, unos clubes, una especie de movilización continua y pacífica. No estoy seguro de que esto se haya estado haciendo y algunos de ellos ya tienen un poco de protagonismo. Es muy complicada la vida política y tampoco se les puede pedir experiencia, porque una generación antes de ellos, las personas que están en sus 30 o 40, ¿dónde está? Si tuviera algún consejo que dar diría `trabájese muy fuerte para elecciones parlamentarias’ y formen grupos, no necesariamente partidos, que sepan que esta es una carrera larga. Hay que consolidar una oposición contra viento y marea, y contra lo más grave que vi allí, contra el discurso del odio. Las palabras son a veces la antesala de los puñales.
Maye Primera (Tal Cual, Caracas, 25.11.08)

jueves, 20 de noviembre de 2008

Ministro de Información cuestiona a Krauze crítica sobre Chávez

El historiador mexicano Enrique Krauze, autor del ensayo sobre el presidente Chávez titulado El poder y el delirio, cuya presentación está prevista para realizarse próximamente en Caracas, informó ayer que recibió un correo electrónico de Andrés Izarra, ministro de Información y Comunicación, con "términos impropios" ante la crítica contenida en el ensayo.

"Me confirma que la tolerancia a la crítica no es una de las virtudes del régimen chavista", dijo el historiador, quien reconoce, no obstante, la "vocación social" de Chávez -aunque de forma discrecional- con sectores excluidos durante mucho tiempo en Venezuela.

Krauze preparó El poder y el delirio en Venezuela, donde conversó con partidarios chavistas, algunos de ellos de su entorno cercano. Krauze consideró que el sueño de Chávez es convertirse en el equivalente de Stalin pero respecto al régimen cubano de Fidel Castro. "Él no usa la palabra padre para referirse a Castro de manera simplemente sentimental, está buscando quedarse con ese capital históricoideológico", apuntó Krauze Algunas de las "desmesuras" del mandatario venezolano -añadió- son contempladas con reservas por el revolucionario cubano, ahora apartado del poder tras casi medio siglo como máxima figura de la isla caribeña.

Castro, "un político maquiavélico" según Krauze, podría temer que las acciones del venezolano -"un volcán de emotividad, de ambición, de resentimiento" que "está siempre escalando sus apuestas"- lleven a un levantamiento militar o a una guerra civil, según Krauze. Para Chávez, "nada sería mejor que revivir la crisis de los misiles del año 62 y ser él el nuevo Che o el nuevo Fidel que siga desafiando a los yanquis", apuntó el historiador.
El envejecimiento de Fidel le otorga al ex militar venezolano mayor margen de actuación para extender su impronta sobre América Latina, agregó Krauze, que calificó a los países en la órbita de Chávez de "virreinatos". La llegada al poder del estadounidense Barack Obama, en principio partidario de una mejor relación entre su país y Cuba, podría cambiar la ecuación, afirmó el experto. De igual manera, la reducción de los precios del petróleo también podría derivar en una limitación de los movimientos para el "sueño imperial" de Chávez, "un héroe que sabe muy bien que no es un héroe".
El académico admite que el gobernante no es un hombre "cruel" o "sanguinario", pese a las "feroces" campañas de propaganda contra la oposición. "Acosado por una gestión diplomática nueva de Obama, por la realidad del mercado y los precios del petróleo", el régimen podría tomar otros derroteros, apuntó el historiador. Sin embargo, quedó a la expectativa de lo que suceda tras las elecciones del próximo domingo.

Agencia Efe (El Nacional, Caracas, 19.11.08)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Chávez quiere convertirse en el Stalin de Fidel Castro

México.- El sueño del presidente Hugo Chávez es convertirse en el equivalente de Stalin pero respecto al régimen cubano de Fidel Castro, afirmó hoy el historiador mexicano Enrique Krauze, autor de El poder y el delirio

"Él no usa la palabra padre para referirse a Castro de manera simplemente sentimental, está buscando quedarse con ese capital histórico-ideológico", apuntó Krauze, cuyo último trabajo analiza la figura de Chávez en el contexto de la historia, informó Efe. 

Algunas de las "desmesuras" del mandatario venezolano -añadió- son contempladas con reservas por el revolucionario cubano, ahora apartado del poder tras casi medio siglo como máxima figura de la isla caribeña. 

Castro, "un político maquiavélico" según Krauze, podría temer que las acciones del venezolano -"un volcán de emotividad, de ambición, de resentimiento" que "está siempre escalando sus apuestas"- lleven a un levantamiento militar o a una guerra civil, según Krauze. 

Para Chávez, "nada sería mejor que revivir la crisis de los misiles del año 62 y ser él el nuevo 'Ché' o el nuevo Fidel que siga desafiando a los yanquis", apuntó el historiador. 

El envejecimiento de Fidel le otorga al ex militar venezolano mayor margen de actuación para extender su impronta sobre América Latina, agregó Krauze, que calificó a los países en la órbita de Chávez de "virreinatos". 

La llegada al poder del estadounidense Barack Obama, en principio partidario de una mejor relación entre su país y Cuba, podría cambiar la ecuación, afirmó el experto. 

De igual manera, la reducción de los precios del petróleo también podría derivar en una limitación de los movimientos para el "sueño imperial" de Chávez, "un héroe que sabe muy bien que no es un héroe". 

Krauze preparó El poder y el delirio en Venezuela, donde conversó con partidarios "chavistas", algunos de ellos de su entorno cercano. 

Tras avisar de que el libro se publicaría en Caracas, Krauze recibió "algún correo electrónico" del ministro de Información venezolano, Andrés Izarra, con "términos impropios", ante la crítica contenida en el ensayo. 

"Me confirma que la tolerancia a la crítica no es una de las virtudes del régimen chavista", dijo el historiador, quien reconoce, no obstante, la "vocación social" de Chávez -aunque de forma discrecional- para con sectores excluidos durante mucho tiempo en Venezuela. 

El académico admite que el gobernante no es un hombre "cruel" o "sanguinario", pese a las "feroces" campañas de propaganda contra la oposición política llevadas a cabo en el país, y que ha mostrado "realismo" en "momentos límites". 

"Acotado por una gestión diplomática nueva de Obama, por la realidad del mercado y los precios del petróleo, y por el avance de la oposición", el régimen podría tomar otros derroteros, apuntó el historiador. 

Sin embargo, Krauze quedó a la expectativa de lo que suceda tras las elecciones regionales y municipales en Venezuela, el próximo día 23, tras la amenaza de Chávez de sacar los tanques a la calle si en algunos lugares triunfa un candidato de la oposición.

El Universal (Caracas, 18.11.08) 

lunes, 17 de noviembre de 2008

El juego Castro-Chávez



Los sobrevivientes de la guerrilla de los sesenta que tienen ahora 75 años de edad en promedio y ocupan las posiciones más diversas: son funcionarios clave del régimen -como Alí Rodríguez Araque, actualmente ministro de Finanzas-, críticos desde la izquierda más radical -Douglas Bravo- o críticos desde la democracia, como Teodoro Petkoff, Américo Martín, Pompeyo Márquez, Freddy Muñoz, Héctor Pérez Marcano. Pero todos sin excepción coinciden en algo: éstos son polvos de aquellos lodos. "El sueño imposible de los sesenta", comenta Pérez Marcano, "hecho realidad en los comienzos del siglo". El régimen de Chávez es tal vez un nuevo libreto, pero no se entiende sin el viejo libreto del que fueron protagonistas. Es el tenaz libreto de la Revolución cubana, con un nuevo protagonista en el escenario. Hugo Chávez no es un "bufón" como aseguran sus críticos superficiales. Es el continuador del proyecto de Fidel Castro para Venezuela y América Latina. Nada menos. Los chavistas lo consideran vigente; los críticos, absurdo, anacrónico. En la conclusión de sus memorias, Héctor Pérez Marcano explica en qué sentido concreto los hechos de hoy corresponden y se engarzan -a su juicio- con los de ayer: Poner pie en Venezuela y apoderarse de sus reservas energéticas podría ser el primer paso para, unido a las guerrillas colombianas, extender la revolución castrista como una mancha de petróleo por el resto del continente, su auténtica aspiración. Ese proyecto constituyó desde el triunfo mismo de la Revolución cubana, y posiblemente desde los lejanos inicios de sus napoleónicos sueños de gloria, un objetivo estratégico en el tablero internacional de Fidel Castro.
Lo cierto es que el acercamiento de Fidel Castro con Chávez fue paulatino. Fidel condenó el golpe de Chávez, pero en prisión Chávez soñaba con su héroe de juventud, con su héroe de siempre, quería explicarle las razones idealistas, elevadas y revolucionarias de su fallida insurrección. Su sueño se hizo realidad en diciembre de 1994 y rebasó todas sus expectativas. Según Pérez Marcano, Fidel lo esperó -en gloria y majestad, personalmente, al pie del avión-, dándole tratamiento de jefe de Estado. Chávez tenía entonces apenas 2 por ciento de aprobación en las encuestas y pregonaba la abstención electoral. Al recibir a Chávez de esa manera, Castro hacía patente su enojo con el presidente Caldera (que acababa de entrevistarse con su violento opositor de Miami, Jorge Mas Canosa). "Entonces", escribe Pérez Marcano, que con seguridad recordaba su propio arrobamiento de los sesenta, "comenzó el deslumbramiento, la seducción; a Fidel, viejo zorro de la política, no se le puede haber escapado el efecto que causó en Chávez".
En febrero de 1999 Castro acudió a la toma de posesión de Chávez. En noviembre de 1999 hubo un nuevo acercamiento en La Habana. Para entonces, Chávez había acumulado una serie impresionante de victorias: 92 por ciento de los electores había aprobado en febrero de 1999 la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Tras los comicios de julio, la Asamblea se integró con 95 por ciento de escaños oficialistas, triunfo que Chávez calificó como "un jonrón con las bases llenas". (Un mes después, en diciembre, 70 por ciento de los votantes aprobó la Constitución Bolivariana.) Con ese ánimo festivo, ambos líderes organizaron un juego de beisbol entre los equipos representativos de los dos países.
Curiosa forma de subrayar la convergencia paulatina de dos regímenes antiyanquis con un juego típicamente yanqui. Pero no hay misterio: si hay dos actitudes que se empalman en Centroamérica y el Caribe son el amor al beisbol y el odio a los yanquis (salvo a los de Nueva York). Y como todo venezolano sabe, antes de volverse un héroe del antiyanquismo Hugo Chávez quiso brillar como beisbolista. "Venezuela perdió un gran pitcher y ganó un mal presidente", me diría Carlos Raúl Hernández, compañero suyo de adolescencia. Chávez ve las cosas de otra manera: ahora que es una estrella en las grandes ligas de la política internacional, no ha perdido su afición al deporte y con frecuencia habla de la política con un lenguaje beisbolero, en el que siempre gana: "Éste no es cualquier bate. Con éste les voy a conectar un jonrón a los gringos el día del referéndum", decía en los primeros días de su gestión, exhibiendo el bate que le había regalado el jonronero dominicano Sammy Sosa.
El partido tuvo lugar ante unas 50 mil personas en el Estadio Latinoamericano de La Habana. Chávez jugó como pitcher y primera base y la cosa iba bien hasta la sexta entrada, cuando Castro le jugó la broma de sacar un grupo de "suplentes" gordos y canosos que de pronto se quitaron las pelucas y las almohadas y comenzaron a vapulear al team venezolano. ¿Broma o mensaje? Ganó Castro, perdió Chávez, todos contentos. Más tarde, en una conferencia en la Universidad de La Habana, Chávez fustigó a quienes "vienen a pedirle a Cuba el camino de la democracia, falsa democracia", e informó que su proyecto en Venezuela "va hacia la misma dirección, hacia el mismo mar hacia donde va el pueblo cubano, mar de felicidad, de verdadera justicia social, de paz".
En las llamadas "megaelecciones" de mediados de 2000 convocadas para "relegitimar todos los poderes", Hugo Chávez y su régimen siguieron "conectando jonrones": fue elegido nuevamente con 59.7 por ciento de los votos, los candidatos chavistas obtuvieron una amplia victoria en las "gobernaciones" y alcaldías (sólo 7 de las 23 gubernaturas quedaron en manos de la oposición), conquistaron dos terceras partes de la Asamblea y con ello lograron nada menos que el control de los árbitros, los umpires: los poderes Judicial, Fiscal y Electoral.
En octubre de 2000 Fidel visitó Venezuela. Permaneció ahí cinco días. Chávez puso en sus manos la espada de Bolívar y le rindió homenaje en la Asamblea Nacional. Castro voló a Sabaneta, el pueblo natal de Chávez, y en vaga alusión a la famosa frase del Che declaró: "a Chávez hay que multiplicarlo por mil, por 5 mil, por 10 mil, por 20 mil". Chávez y Castro cantaron a dúo en el programa dominical Aló, Presidente. Y en una escena simétrica a la del día en que se conocieron en La Habana, Chávez lo despidió "lanzando besos con la mano en el aire". Pero Castro, al margen de la efusividad, siguió viendo el proceso con escéptica cautela: en la Universidad Central de Venezuela declaró que no era repetible una revolución como la cubana.
En 2001 Chávez logró la aprobación de una Ley Habilitante que le permitió dictar 49 "decretos con fuerza de ley" en varios rubros (tierras, hidrocarburos, pesca y educación, entre otros) y topó con la crítica activa de un sector minoritario pero no desdeñable de la población: empresarios, sindicatos, la Conferencia Episcopal, medios privados de comunicación. Castro cumplió 75 años y decidió celebrarlos en Venezuela. Según versiones, Castro aconsejó siempre a Chávez serenidad y mesura: no enemistarse con la Iglesia, no acelerar las reformas, no jugar a la "ruleta rusa". Pero el hijo simbólico lo desobedeció. Quiso impresionarlo, quiso mostrarle que era arrojado y revolucionario.
En 2002 el descontento subió de intensidad. En un principio se canalizó por vías pacíficas y democráticas: cartas abiertas, volantes, graffiti, asambleas, debates, manifestaciones multitudinarias. Pero entre el 11 y el 14 abril de 2002, después de que el gobierno chavista respondiera a este descontento con una violencia injustificable, Venezuela vivió la enésima reedición del acto más visto en su azarosa historia: el golpe de Estado. Los grupos civiles y militares que lo orquestaron no sólo cometieron un error táctico sino un error histórico, contradictorio con el espíritu de la democracia que, supuestamente, querían defender. Castro estaba dispuesto a asilar a Chávez para luego enviarlo a España. Pero Chávez, para su sorpresa, superó el brete y se fortaleció.
En 2003 sobrevino el despido de cerca de 20 mil empleados de PDVSA (la compañía estatal de petróleo) y un costosísimo paro laboral de 63 días que dejó exangüe, con una caída superior a 12 por ciento, a la economía venezolana. Con la intervención de comisionados del extranjero (la OEA, el Centro Carter), gobierno y oposición pactaron la realización del referéndum revocatorio previsto en la Constitución. En esa circunstancia precisa, la relación entre Chávez y Castro dio un salto cualitativo. Chávez postergó lo más posible la celebración del referéndum, al tiempo que pidió consejo al más colmilludo de los mánagers en las grandes ligas de la política internacional. Fidel -viejo zorro de la política-, no sólo le sugirió un cambio de estrategia (la introducción de las famosas "misiones" de atención médica y educativa, alimentación, producción y vivienda, etcétera) sino que le envió refuerzos masivos a cambio de generosísimas provisiones de petróleo: miles de cubanos, algunos dedicados a la medicina y la educación, y otros a labores menos nobles, secretas.
En la visión de Pérez Marcano, al control inicial de Chávez sobre la Asamblea, el Tribunal, el Poder Electoral y la Fiscalía se aunaba ahora un aparato paralelo de espionaje, seguridad, inteligencia y contrainteligencia, asesoría militar y presencia paramilitar en manos cubanas. (De aquí en adelante será imposible ganarle unas elecciones a Chávez, siempre tendrá visos de legitimidad). El cerco típico del "régimen totalitario" comenzaba a completarse, pero de modo casi silencioso, como una lenta asfixia del Estado a la sociedad y la economía: primero industrias y bancos, y en el futuro -escribe Pérez Marcano- universidades, clínicas privadas, etcétera. En la visión del ex guerrillero, el poder de Castro iba imponiéndose en la región a través de Chávez, no con machetes sino con barriles petroleros: De pronto podía volver a intentar la estrategia continental derrotada en la década de los sesenta. Ahora en vez de fusiles AK-47, dólares, dinero y guerras subversivas pasaba a tener en sus manos, vía el seducido Chávez, el poder petrolero venezolano. Chávez es arcilla en sus manos. Pero se presenta a Chávez como un hombre que ya no busca glorias, ya tiene su lugar en la historia. Incita a Chávez a buscar el suyo. Lo incita a convertirse en un líder que rebase las fronteras venezolanas, le viene de perillas la megalomanía que observa en Chávez.
Había dado comienzo la "segunda invasión" de Fidel a Venezuela, pero esta vez sería una invasión consentida y concertada entre Chávez y Fidel.
En agosto de 2004 se celebró finalmente el referéndum revocatorio. La receta de Fidel surtió su efecto: 59.06 por ciento de los venezolanos ratificó a Chávez en el poder. En un discurso en Fuerte Tiuna, Chávez reconoció que de no haber sido por las misiones sugeridas por Fidel, no habría triunfado. Su ascenso se volvió incontenible: en las elecciones regionales de 2004 Chávez ganó 22 de 24 gubernaturas y 90 por ciento de las alcaldías. En diciembre de ese año, la oposición venezolana tomó la decisión suicida de retirarse de las elecciones, dejando a los chavistas el parlamento entero. Para entonces, Chávez y Castro se habían reunido no menos de quince ocasiones. Según revelaciones de un ex piloto presidencial, Chávez visitaba a Castro secretamente y con gran frecuencia, para pedir su consejo. En enero de 2005, décimo aniversario de su filial relación, Chávez hizo a Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, periodistas de Granma, una confesión sentimental: "Fidel es para mí un padre, un compañero, un maestro de la estrategia perfecta. Algún día habrá que escribir tantas cosas de todo esto que estamos viviendo y de los encuentros que he tenido con él [...]. Se ha venido fraguando una relación tan profunda y espiritual que estoy convencido de que él siente lo mismo que yo: ambos tendremos que agradecerle a la vida el habernos conocido".
En 2005 el ministro cubano Carlos Lage llegó al extremo de decir: "tenemos un solo país con dos presidentes". El objetivo de Castro parecía cumplido. Su odio irreductible a Estados Unidos lo sobrevivirá, su experimento histórico (medio siglo de Cuba socialista) sobrevivirá también gracias a la munificente ayuda petrolera de su aliado.
Pero ¿cuál es el objetivo de Chávez? ¿Emular a su padre Fidel, tomar la estafeta de su padre Fidel, ser como "un segundo Fidel"? Chávez ha propuesto enfilar a Venezuela hacia su proyecto personal, el nebuloso "socialismo del siglo XXI". Una estrella sube, la otra desciende. En julio de 2006 Castro enfermó. En septiembre Chávez lo visitó y declaró: "Fidel está listo para jugar beisbol". Pero no estaba listo, no volvería a estar listo. Poco a poco se retiró de la escena. Chávez le trajo buenas noticias: en los comicios presidenciales de diciembre de 2006 había sido reelecto para los siguientes siete años con una votación impresionante, mayor que la que había cosechado en 1998: 63 por ciento.
¿Quién ha seducido a quién? Tal vez Héctor Pérez Marcano, por razones generacionales, ha menospreciado a Chávez -el "esmirriado teniente"- en su análisis. Tal vez Chávez ha usado a Fidel tanto o más que Fidel a Chávez. "Ambos tendremos que agradecerle a la vida el habernos conocido". Chávez no dijo yo, dijo ambos. Tal vez Chávez siente que puede volar solo, y abriga secretamente la ambición de ser Fidel, ser más que Fidel, convertir a Fidel en un ancestro de Chávez. Volver a Chávez la culminación de Fidel. Ser el héroe revolucionario del siglo XXI.
Respaldado por la fuerza de esos 7 millones 300 mil "votos bolivarianos", en su discurso inaugural Chávez dio un nuevo salto cualitativo en su simbiosis fidelista y buscó superarla. El 12 de enero de 2007 Chávez tomó posesión de su segundo periodo. Y dejó entrever "las sorpresitas que les tengo preparadas a mis muy queridos", un conjunto de leyes revolucionarias que implican "una reforma profunda de [...] nuestra Constitución Bolivariana" para lograr el establecimiento definitivo de la "República Socialista de Venezuela". Ante el entusiasmo del graderío que lo interrumpía continuamente con ovaciones y vítores, recurrió a sus queridos términos beisbolísticos y, recordando al pitcher zurdo que alguna vez fue, lanzó "una curvita a la esquina de afuera": todo aquello que fue privatizado, nacionalícese.
Luego de ese lanzamiento "bajito, a la rodilla", siguieron otros: "Moral y Luces" en la educación popular, una "nueva geometría del poder sobre el mapa nacional", los "Consejos comunales", la conformación del "Estado comunal", del "Estado socialista", del "Estado Bolivariano". En una palabra, se acababa el juego de la democracia liberal y la sociedad abierta. Y acaso también se acababa el juego del beisbol profesional, criticado en varios blogs oficiales como contrario a los ideales desinteresados del proceso revolucionario. Una persona muy allegada a Chávez, el viejo militar revolucionario William Izarra, declaró: "el beisbol profesional es alienación".
Pero el azar no es chavista ni fidelista: el azar es caprichoso. Y entonces, como pasa a veces en el beisbol y en la política, contra todo pronóstico, sobrevino la gran sorpresa: en la entrada final del 2 de diciembre, mientras el equipo chavista preparaba el gran festejo, estando el último bateador -como se dice en el argot beisbolero- "en cuenta máxima", "en tres y dos", el equipo de la oposición, encabezado por jóvenes novatos, dio tremendo jonrón con las bases llenas, al que siguió otro, y otro más, hasta que empató el juego. La democracia venezolana, increíblemente, se fue a extra innings.
Enrique Krauze (adelanto del libro El poder y el delirio, en Enfoque, supl. del diario Reforma, 16.11.08)