Ya no resulta una novedad que historiadores y ensayistas como Enrique Krauze posen su mirada sobre el fenómeno político venezolano y lo analicen a la luz de sus ideologías, de sus enfoques personales o de la pasión política. Muchos lo han hecho y lo siguen haciendo, algunos, incluso, por encargo.
El mexicano Krauze, quien no necesita presentación (director de Letras Libres, autor de obras fundamentales para la comprensión de la historia de su país y vinculado a Octavio Paz hasta su muerte, lo hace en su libro El Poder y el Delirio (editorial Alfa), bajo una perspectiva, como él mismo lo advierte "democrática y liberal".
En clave de la "historia del presente" y a través de una enjundiosa tarea de rastreo, investigación "in situ" y acumulación de todo tipo de testimonios, donde no escasea la voz del chavismo, Krauze se adentra en la jungla política nacional para ofrecernos una visión cuidadosamente desapasionada, pero comprometida con la salida que en 1989 definiera Octavio Paz: "..la reconciliación de las dos grandes tradiciones políticas de nuestro tiempo: el liberalismo y el socialismo". Una reconciliación que en el caso de Chávez, según Krauze, se convierte en divorcio.
-Afirma usted en el libro que Chávez no pertenece a la genealogía marxista ni socialista, sino a la fascista, a la cual se adscribe, aún sin haberla leído, bajo doctrina de Thomas Carlyle, gran legitimador del poder carismático en el siglo XX que Chávez representa "como ningún otro líder mundial, hasta ahora, en el siglo XXI". ¿No le otorga usted a Chávez y a su poder de convocatoria unas dimensiones exageradas?
-Desgraciadamente no, pero tampoco lo estoy encomiando. Hasta ahora todos creíamos que el siglo XX se había purgado a sí mismo, (luego de Mussolini, Hitler, Mao, Stalin), de todos esos rasgos comunes al nazismo y al comunismo, entre ellos el culto a la personalidad. Esto último más pronunciado en el fascismo porque éste concibe la historia como labrada por los héroes, aquellos por los cuales los demás deben sentir apego, obediencia y veneración. Es el caso de Venezuela, donde millones de personas, por fortuna no todas, están en esa situación que, además, él (Chávez) está propiciando en otras partes. El culto al hombre fuerte, que debe decidirlo todo, está en él, al igual que en su padre (simbólico), Fidel Castro.
-¿Tiene Chávez tanto poder como para inducir el renacimiento del fascismo y contagiar al resto del continente?
-No lo tiene. Tenía el arma poderosísima del petróleo, ahora disminuida. Dispone, sí, del poder ideológico, aunque está por verse, el próximo domingo, qué tan grande es en este momento. Ahora, voluntad de poder no le falta. Sólo que América Latina ha dado avances sustanciales en su modernización democrática y en la imposición de límites al poder. Si no lo pudo hacer Castro, con la fuerza mitológica de la revolución, no creo que logre alcanzarlo Chávez.
-¿Cataloga usted a Castro, entonces, como un ejemplo de fascismo?
-El castrismo es un facismo de izquierda, una suerte de franquismo de izquierda. Todos se parecen mucho, pero no se puede negar que Castro es un teórico. Ha trabajado los textos marxistas y ha tratado de aplicarlos con una receta parecida a la soviética, bajo la forma leninista: todo el poder concentrado en él. En el libro traigo a colación la crítica que Plejánov (uno de los autores favoritos de Chávez) hacía de Lenin y que es perfectamente aplicable a Castro y a Chávez: la concentración de poder en una persona.
-Cita usted a Marx ("18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte"), quien en esa obra condena el despotismo de Napoleón III. Pero, ¿no es precisamente la concepción marxista del poder la que conduce a una de las formas clásicas del totalitarismo?
-Hay una polémica, dentro de la tradición marxista, sobre si en las nociones de Marx ya estaba incubada la dictadura leninista, la concepción totalitaria. Según Bakunin (para muchos padre del anarquismo), sí estaba, pero para críticos como Plejánov, o incluso, Trostki, no estaba.
-¿No ha demostrado la historia todo lo contrario?
-Sí, en ambos casos, fascismo y comunismo. Pero dado que Chávez esgrime el socialismo del siglo XXI y cita a Plejánov como uno de sus autores de cabecera, yo me limito a señalar la crítica de este autor y de otros (incluso Marx), a la concentración de poder. Ellos son precursores, profetas, de lo que ocurriría en el siglo XX. Ahora, el mayor profeta es Carlyle, sólo que éste aplaude lo que acertadamente vislumbró, mientras los otros lo critican. El hubiera visto los totalitarismos con muy buenos ojos.
-Toda forma totalitaria de poder se involucra en la liquidación de la democracia, aun cuando dictadores como Hitler llegaron al poder gracias a elecciones...
-Sí, pero cuando llegan al poder, inmediatamente licuan a la democracia.
-Chávez tiene diez años gobernando y todavía debe enfrentar elecciones. Elecciones, incluso, que pierde.
-Sin embargo, no es algo que le guste. El ha estado luchando contra esa institución. Todavía no le he escuchado un elogio a la democracia. Si la democracia es el gobierno de las mayorías con respeto a las minorías, efectivamente él no respeta a las minorías.
-Pero no ha podido destruir la democracia.
-No ha podido. No sé si lo logre. Ojalá no. Pero no ha podido porque, por un lado, no ha tenido necesidad de hacerlo por la fuerza de su poder carismático y su oferta petrolera. Y por el otro porque los elementos auténticos de vocación social de su programa le han acarreado las mayorías. Pero la democracia es mucho más que elecciones.
-¿No resulta una aberración apelar a la gente, en elecciones, para que vote por la supresión de sus derechos y consagre, como se intentó, la permanencia perpetua de alguien en el poder?
-El primero que usó eso, plebiscitariamente, fue Luis Napolén III. Luego Marx lo denunció.
-A la luz de esas reflexiones, ¿tiene su proyecto posibilidades de sobrevivir?
-Todo depende de la caída del precio del petróleo, de lo que ocurra el próximo domingo y del ímpetu democrático de un importantísimo sector de venezolanos. Pero no es una locura pensar que el factor Obama va a contar porque debe haber un cambio en las relaciones con Cuba. Eso va distender el ambiente. De manera que esos factores pueden radicalizar a un hombre cada vez más desesperado, dispuesto a abolir las formas de la vida democrática. Pero quiero creer que aunque este proceso tarde, quizás tenga un desenlace pacífico en el 2013, con la salida de Chávez al finalizar su período de gobierno. Uno desearía que los gobiernos que vengan, mantengan la vocación social chavista, sin renunciar a la democracia y liberando a los venezolanos de ese odio terrible que he percibido en mis visitas.
Roberto Giusti (en El Universal, Caracas, 18.11.08)
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