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miércoles, 7 de enero de 2009

Sobre Chávez

En “El poder y el delirio” (Tusquets), el ensayista mexicano Enrique Krauze ejecuta un pormenorizado retrato biográfico, político y psicológico del presidente venezolano Hugo Chávez. Un retrato nada halagador desde el punto de vista de Krauze, quien marca las diferencias entre las propuestas “socialistas” de Chávez y el socialismo democrático actual de Chile y Brasil, por ejemplo, (o de quien Krauze juzga como “la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina”: Rómulo Betancourt). “¿Por qué, como latinoamericano, escribo sobre Venezuela? Porque el ácido del autoritarismo ideológico avanza, a punta de petróleo, dólares y propaganda, sobre la tenue superficie democrática de nuestra región”.
Chávez ostenta su identificación con Simón Bolívar, pero “a diferencia de Bolívar, Chávez no busca la unión de repúblicas independientes. Busca imperar sobre naciones dependientes”. A diferencia de Bolívar, cuya lección llevó a generaciones de latinoamericanos a un acercamiento cultural entre las distintas naciones, “el bolivarismo chavista -una “autocracia electa’, como ha indicado Michael Reid- no transita por esos caminos. Quizá ni siquiera los conoce. No cree en el humanismo liberal, no cree en la Ilustración, no cree en la cultura: la considera burguesa. Si la mismísima Revolución cubana ha esperado en vano 50 años para producir un solo escritor orgánico de altura (García Márquez es un autor supremo, pero su genio literario no debe nada a su filiación castrista), mucho menos habrá que esperar de la revolución chavista. Y no sólo escritores sino artistas de cualquier índole, es decir, artistas que no lo sean porque el jefe lo decreta”.
Quizás el gran mal imperdonable de Chávez sea el gran mal que procuran los intolerantes, los demagogos, los predicadores del odio y los tiranos: dividir a los hermanos de un pueblo. Identificando a la patria con su persona, insiste en señalar conspiraciones contra él, cuyo fin sería derrumbar el país y el mundo, y así “ha plantado la mala yerba de la discordia en la sociedad venezolana”, sin vacilar “en llevar a Venezuela al borde del precipicio. En eso sí se parece a Hitler, que en el búnker reclamaba a sus compatriotas la destrucción de puentes y ciudades antes que admitir su derrota, la derrota de sus mitologías”.
El Litoral (Santa Fe, Argentina, 3.Ene.09)

lunes, 24 de noviembre de 2008

Nuestra hemiplejia democrática



Hay quienes, por ignorancia o por malicia, confunden justo medio con mediocridad. Son ellos los mediocres: los que no entienden el radicalismo de la sensatez y la audacia de la cordura, se conforman con el blanco o el negro y sucumben al facilismo del prosélito seguro y enemigo inequívoco. No hay gesta más ardua y valiente que la búsqueda del equilibrio. Si la verdad tuviera domicilio, viviría en el centro, en la esquina de la avenida de la autocrítica con la calle de los matices. Y el que se mudara ahí empujado por una necesidad de aceptación no tardaría en percatarse de que, paradójicamente, habitaría en el albergue de los incomprendidos y los solitarios.

El mundo sigue pidiendo a gritos la elusiva síntesis de libertad y justicia. Y ninguna otra región la necesita como América Latina, que padece más que nadie los efectos del vuelo sin escalas del capitalismo salvaje al socialismo real, y del salto de la estadolatría a la soberanía del mercado y su casino global. El primer mundo equilibró a sus sociedades porque construyó el Estado de bienestar, y aunque mañana se arrepienta hoy puede darse el lujo de desmontarlo parcialmente. Acá tenemos que montarlo. Pero nosotros solemos confundir Estados fuertes con liderazgos fuertes y soslayar el hecho de que los caudillos merman a las instituciones: no pocas veces nos hemos liberado de dictaduras de derecha sólo para sustituirlas con providencialismos de izquierda. Estamos atrapados entre la mano invisible y la mano imprevisible.
La vertiente política de ese dilema es el epicentro de El poder y el delirio, el nuevo libro de Enrique Krauze (Tusquets, 2008). El actor es Hugo Chávez y el escenario Venezuela. Krauze señala a Chávez como la más reciente encarnación del caudillismo latinoamericano y la más inminente reencarnación de Fidel Castro. Le preocupa, con razón, la suerte de la democracia venezolana. Escalpelo en ristre, disecciona la psiqué y el estilo personal de gobernar del líder de la revolución bolivariana y llega a la conclusión de que es el peligroso germen del resurgimiento de la autocracia. Reivindica, también con razón, a opositores de centro izquierda como Américo Martín y Teodoro Petkoff (aunque le queda a deber a Pompeyo Márquez). Escudriña la historia de Venezuela en busca de un paradigma demócrata progresista, que encuentra en Rómulo Betancourt. Pide, una vez más con razón, el surgimiento de una socialdemocracia en Latinoamérica.

Comparto la cruzada democrática de Enrique. Hay, sin embargo, un punto en el que nuestros senderos se bifurcan. A mi juicio, la democracia empezó a beber a partir de los años ochenta una pócima que paraliza lentamente el lado izquierdo de su cuerpo. En cierto sentido, la sociedad abierta popperiana se ha ido cerrando poco a poco, reduciendo su menú ideológico a una sola sopa económica. ¿Qué le diría Ralf Dahrendorf al ciudadano de Varsovia sobre esa ausencia de alternativas? El precio que la democracia social europea tuvo que pagar para asistir al banquete de la modernidad era más que razonable: renunciar a la violencia y aceptar los principios del liberalismo político. Pero después se le exigió acatar a pie juntillas la nueva versión del liberalismo económico al grado de excluir cualquier heterodoxia. A la nueva derecha le faltó magnanimidad en la victoria y le sobró voracidad, perdió pragmatismo y se volvió casi tan dogmática como su vieja adversaria. Ante su acorralamiento, lamentablemente, buena parte de las izquierdas latinoamericanas reaccionaron atrincherándose en el pasado. Si la derechización provoca ya una resaca en Europa y Estados Unidos, la prevalencia del chip marxista y la miopía del establishment capitalista pueden generar un tsunami en nuestra América.
“Quién sólo conoce España no conoce España”, le dijo Hugh Thomas a Enrique Krauze. Yo digo que quien sólo escribe sobre Venezuela no escribe sobre Venezuela. El mensaje implícito de El poder y el delirio va dirigido, evidentemente, a los demás países donde sube la marea roja. Pero ojo: la agenda de una socialdemocracia latinoamericana no puede ser como la de la europea. Nuestras desigualdades nos obligan a priorizar una profunda reforma que permita construir una casa común con un piso de bienestar que impida la caída de los débiles, un techo de legalidad que detenga la fuga de los poderosos y cuatro paredes de inclusión que amparen la cohesión social y la gobernabilidad. De acuerdo, aunque no ha instaurado una dictadura, Hugo Chávez no representa a esa izquierda. Pero extender la descalificación a los esfuerzos de Rafael Correa en Ecuador, de Cristina Kirchner en Argentina o de Fernando Lugo en Paraguay por forjar en el marco de la democracia el justo medio entre el mercadocidio y la estadofobia es avalar el neodogmatismo y nuestra hemiplejia democrática. Y tengo que decirlo: discrepo tanto de la radicalización poselectoral de Andrés Manuel López Obrador como de la tesis de que si hubiera llegado a la Presidencia se habría convertido en otro Chávez.

El libro de Krauze es una provocación muy inteligente y muy bien escrita. Más allá del resultado de las elecciones de ayer, todos debemos darle la bienvenida a una obra de esas características. Especialmente la izquierda, nuestra izquierda democrática, a la que le urge un debate de altura para sacudirse su marasmo.

“Quién sólo conoce España no conoce España”, le dijo Hugh Thomas a Krauze. Yo digo que quien sólo escribe sobre Venezuela no escribe sobre Venezuela. El mensaje de El poder y el delirio va dirigido a la marea roja.
Agustín Basave (Excélsior, 23.11.08)

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Chávez ejerce un tipo de dominación latente

México, 18 Nov (Notimex).- Concebido como una tentativa de "inocular" a México contra el "virus pernicioso del poder carismático o autoritario", el historiador Enrique Krauze dice acerca de su más reciente libro El poder y el delirio: - Es un alegato para advertir que las democracias no sólo se cuidan, sino también se defienden y se protegen.

Franco, abierto, contundente, el escritor y ensayista afirma en entrevista con Notimex: en México no estamos para perder nuestra democracia. Aunque, abunda, hay visos de que esto puede ocurrir si los partidos políticos no se modernizan, y si la clase política en general evita pensar más en la ciudadanía y en ofrecer resultados concretos

Para el autor de la serie Biografías del poder, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez -principal protagonista de su obra- es un hombre cuyo radio de acción no se limita a su país sino a toda la región, y representa un tipo de dominación, con una gran carga de ideología y manipulación histórica, que está latente en muchos países.

Padeciendo aún los estragos de un viaje de más de 11 horas que lo trajo de regreso de España, en donde acudió a las actividades conmemorativas por los siete años de la edición española de la revista Letras Libres, Krauze no deja de mostrar su entusiasmo ante la aparición de su nuevo libro. El poder y el delirio nació en diciembre del año pasado, días después de que los venezolanos fueron a las urnas y rechazaron la reforma a la Constitución propuesta por Chávez, que le permitiría perpetuarse en el poder. A pesar de que Krauze solicitó en dos ocasiones hablar con Chávez, éste se negó.

-Doctor Krauze, más allá de los lazos de amistad que lo unen con Venezuela, ¨qué es lo que hace que un historiador como usted se interese en una figura como Chávez?
-Siempre me han interesado las figuras del poder. No para admirarlas ni para destrozarlas, sino para analizarlas. A fin de desentrañar ese misterio, el misterio del poder. Cómo no interesarme en este personaje que es el más importante de la corriente del poder carismático en América Latina. Chávez es el hombre fuerte que apela a la historia, a las tradiciones, que moviliza a las masas, y que deja atrás las instituciones insípidas de la democracia. El estudio, primero; la documentación y finalmente la crítica de ese poder carismático y autoritario fue lo que me llevó a acercarme a este fenómeno. Personaje que además tiene el atractivo adicional de su complejidad, porque no es un Tirano Banderas (título de la novela de Ramón María del Valle Inclán), cualquiera ni un dictador típico, sino que tiene la particularidad de haber sido electo por una mayoría, a pesar de que la tendencia de su régimen es la concentración total del poder.


- No obstante haber sido electo por una mayoría, y de iniciar su segundo periodo de gobierno en enero del año pasado, 11 meses después la gente le dijo No a su propuesta de reforma constitucional, ¨qué es lo que ocurre con este tipo de liderazgos?
- Lo que sucedió el pasado 2 de diciembre fue más un problema de abstención, los que dijeron No, fueron los mismos que se lo habían dicho siempre; los adversarios no aumentaron, es un hombre tremendamente popular. Los que aumentaron fueron los chavistas que se abstuvieron, quienes se pronunciaron, con su decisión, por poner un límite, y con ello ejercieron la esencia de la democracia, la constante vigilancia del poder. Esa noción de limitar el poder es central en la democracia liberal y es aquello que los venezolanos institiva y racionalmente percibieron, entendieron y llevaron a la práctica. Si el próximo 23 de noviembre vuelven a hacerlo, eligiendo a algunos alcaldes y gobernadores de la oposición, habrán dado un paso más en ponerle cotos al poder absoluto, casi monárquico al que tiende Chávez.


- Chávez es un político con un liderazgo que utiliza las herramientas de la fe para perpetuarse en el poder, ¨esto lo hace más peligroso?
- La fe popular, la historia la utiliza con el único objeto de perpetuarse en el poder, porque uno no necesita del poder absoluto para encabezar un régimen con vocación social. Ahí está el ejemplo de Lázaro Cárdenas, que repartió 17 millones de hectáreas y nacionalizó el petróleo, y también está el caso de Luiz Inacio Lula Da Silva. Ambos no necesitaron hacer uso de las mitologías históricas ni decir que si Cristo volviera a existir votaría por Chávez. Chávez hace uso de la religión y de la historia para desvirtuarlas, adulterarlas y ponerlas al servicio de su propio proyecto, y ese uso de la historia y de la fe de las masas para manipularlas pertenece a la tradición fascista.
El socialismo del siglo XXI que tanto vocea en realidad nunca lo ha sabido definir con toda claridad, y si ese socialismo es confiar en que las comunas sean los motores de la economía, de la justicia social y del gobierno, se trata de un proyecto que en su momento demostró su inviabilidad en casos como en China.


- En el libro usted plantea un escenario económico desastroso en Venezuela, con indicadores en rubros como la inversión extranjera realmente alarmantes, ¨qué es lo que ocurre en la gente que a pesar de esto sigue votando por este tipo de líderes?
- Nuestra cultura política todavía es muy mágica, cuentan mucho las buenas intenciones. A la gente todavía le importa mucho medir a las personas por sus buenas intenciones, por lo que percibe como su sinceridad, bondad, su disposición y su sensibilidad, y Chávez tiene esa vocación social.
Yo no creo que Chávez sea un cínico, mucho menos un payaso o un bufón, creo que está sinceramente imbuido de una vocación de ayudar a los pobres, sin embargo todas las malas noticias que le lleguen sobre cómo se instrumentan sus programas no quiere escucharlas, porque para él hay algo más importante, su voluntad personal. Se trata de un narcisismo del poder. En nuestros países todavía se percibe al gobernante como dueño del poder, el poder se enajena, no se da como un mandato revocable, sino que se le otorga al gobernante para que se adueñe del poder.


- ¨En los jóvenes está el germen de esa cultura crítica que sale a las calles y que le dice No a Chávez, y que pide que se le acote el poder?
- Exactamente. La libertad sólo se aprecia cuando se pierde; como el aire, mientras no se pierde no se piensa en él. En Venezuela los jóvenes estaban dejando de respirar, sabían que iban a acabar sus oportunidad, sus posibilidades, su independencia misma, y además que la mayoría iban a ser ya empleados del gobierno con lo que eso significa, de acotamiento de sus perspectivas y por ello salieron a las calles, porque Chávez les estaba robando su futuro.


- Parafraseando a Hugh Thomas (historiador hispanista), ¨después de este libro pudo conocer más México?
- Sí. Me di cuenta de la importancia de la estructura del Estado en México, y de la iglesia, como dos entidades mucho más fuertes y el resultado de esa fortaleza de lo político y lo teológico comparado con Venezuela es una especie de llanura en donde no ha habido tanto Estado ni iglesia, como caudillos, dictadores y violencia. También aprendí a ver cómo se suicida una democracia. Eso fue lo que más me llamó la atención, porque desde Platón y Aristóteles está documentado que en la cuna misma en Grecia, los Estados-ciudad democráticos dejaban de serlo. La democracia se perdía y se ganaba cada rato. Cuando el mundo moderno readopta la democracia también se pierde la democracia. La democracia alemana se perdió de la manos de Hitler después de una elección, igual ha ocurrido con otras democracias; la democracia liberal venezolana también naufragó por obra de las élites.


- En todo el libro permea una idea clave que relaciona el liberalismo con el socialismo ¨cómo conciliar una con otra?
- Adopté como abuelo intelectual a Daniel Cosío Villegas y él era un liberal con sensibilidad social. Escribí su biografía. Me impregné de ese liberalismo. Mi abuelo Saúl, por la vía paterna, era un sastre socialista. Con esos dos antecedentes, siempre he creído que ambos se deben vincular. Sin embargo, en México lo que llamamos izquierda, académica, cultural, intelectual, en términos generales le ha dado la espalda al liberalismo. Que ponga en entredicho el liberalismo económico me parece muy bien, pero inexplicablemente se la dio, por ejemplo a Octavio Paz; la izquierda sigue teniendo mitologías estatistas; sigue desconfiando de la libertad del mercado mismo, el cual no endioso pero tampoco lo veo como la fuente de prescindible egoísmo humano.
Esa izquierda no es tolerante, no acepta la crítica, ni la diversidad ni la pluralidad, no es liberal. Es más desprecia lo liberal; es más para esa izquierda los liberales somos sus enemigos. Mientras se mantenga la cultura del insulto, el socialismo mexicano o la izquierda, permanecerá de espaldas a la generosa tradición liberal.

Notimex (19.11.08)