Mostrando entradas con la etiqueta Democracia.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Democracia.. Mostrar todas las entradas

lunes, 26 de enero de 2009

Bicentenario y democracia

UNO DE LOS BALANCES NECESARIOS en el momento de celebrar los 200 años de la independencia de los países de América Latina es determinar cuánto han avanzado en el desarrollo de las instituciones democráticas liberales (ese fue el objetivo de los movimientos de emancipación).
De acuerdo con el historiador mexicano Enrique Krauze, la respuesta es negativa en el caso de Venezuela. Este país está sufriendo, desde el comienzo de esta década, un proceso de restauración de la monarquía, el mismo sistema político contra el cual pelearon Bolívar y los demás héroes de la independencia. Allí todos los poderes se han concentrado en Hugo Chávez. Se han desmontado los controles y balances institucionales. La ley es la voluntad del nuevo monarca. En lo económico, se ha establecido un régimen mercantilista, contrario a la libertad de comercio, regulador, alcabalero, con alta propiedad estatal.

Enrique Krauze piensa que en Venezuela y en los virreinatos de Chávez —Ecuador, Bolivia y Nicaragua— se está repitiendo la trágica historia europea de comienzos del siglo XX: conscientemente se está matando la democracia liberal y se están instaurando regímenes totalitarios. La esencia de la ideología chavista, en contra de todas las apariencias, no es socialista, sino de corte “fascistoide”. Todo depende de un héroe mesiánico, encargado de representar, guiar y redimir al pueblo. Todo gira alrededor de la figura mítica del líder quien halla inspiración en una versión amañada de la historia, quien exige e impone una completa subordinación bajo su voluntad omnímoda. Como en la Alemania de los años treinta, el régimen chavista divide a los gobernados entre amigos y enemigos.
La democracia, en realidad, fue un experimento transitorio en Venezuela: duró algunas décadas de la segunda mitad del siglo XX. El resto de su historia, a partir de la independencia de España, ha estado plagado de caudillos, mandamases y tiranuelos, entre quienes se destacan el general Páez, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Hugo Chávez es el heredero aventajado y el continuador de esa tradición totalitaria.
Quien lea la obra de Krauze no puede dejar de encontrar inquietantes semejanzas entre los recientes desarrollos políticos de Colombia y Venezuela. Aunque allá hay un sesgo a la izquierda y acá uno a la derecha, la creciente deformación de la democracia en ambos países tiene las mismas características. Debilitados los partidos, en medio del desencanto, la inseguridad y la crisis económica del final del siglo XX, surgieron los hombres providenciales, mesiánicos, considerados superiores e indispensables, que aspiran a perpetuarse en el poder.
Es por eso que en Colombia y Venezuela la prioridad de la agenda política en la primera mitad de 2009 es idéntica: la reforma constitucional para la reelección de sus mandatarios. Aquí y allá se presenta una notable división entre una minoría que se opone a la reelección, compuesta por intelectuales, empresarios, editorialistas y una elite ilustrada, y un grupo significativo, hasta ahora entusiasta, que la pide a gritos.
Existe el riesgo de que en las celebraciones del bicentenario de la independencia en 2010, el balance de los logros democráticos en ambos lados de la frontera también sea semejante. Que sea negativo.
Armando Montenegro (El Espectador, Colombia, 24.Ener0.09)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Presentación del libro en Caracas

Mi amigo y editor Ulises Milla me hizo el honor de invitarme a participar, con mi amigo Américo Martín, en la presentación del libro de mi amigo Enrique Krauze. ¿Una conspiración o, para mejor y como solía decirse, un convivio de amigos? Sí, en cierta forma; sólo que no para intercambiar atenciones sino para compartir en la valoración de una obra a la que, ya lo sabemos, no le faltarán enemigos ni le sobrarán amigos.

Al recibir tal invitación, y al aceptarla, me puse en un trance que debo explicar. Sucede que soy accionista intelectual minoritario del contenido de este libro, como el Enrique historiador lo consigna. Pero sucede, también, que su autor ha extremado su gentiliza al decirme filósofo de la historia, como podrán ustedes comprobarlo en la página 217.
La conjunción de estas circunstancias me coloca, por una parte, en la obligación de velar por la salud de mi inversión, por pequeña y poco significante que fuere; y por la otra, en la todavía más comprometedora obligación de probar que la generosidad de Enrique, al declararme filósofo, no desbordó del todo lo razonable.
En realidad, bien podría desentenderme de la suerte de mi minúscula inversión intelectual; pero no podría hacer lo mismo con la comprometedora calificación recibida. Y esto por razones que parecen obvias, si se les considera separadamente. En efecto, se pretende que el filósofo se deba a la formación del saber; como se pretende que el historiador lo sea a la procuración de la verdad. Junten Uds. estas dos quimeras del intelecto y podrán hacerse una idea de mi angustia. Veré cómo compensarla.
Me creo obligado a fijar un criterio de referencia para que los juicios que me prometo hacer cuenten con alguna otra legitimidad que la muy sagrada amistad. Y digo esto porque soy historiador, y los historiadores, en ejercicio del oficio, se supone que no deberemos tener amigos; sólo pacientes.
El criterio consiste en que hace muchos años escribí algo que recordé hace algún tiempo en la Universidad de los Andes, al participar en un coloquio sobre la contribución de los testimonios de extranjeros al conocimiento de la Historia de Venezuela. Partí de la consideración de que tales testimonios, cualesquiera que hayan sido la condición y la motivación de quienes los legaron, se inscriben, necesariamente, en el marco metódico de la historia de lo contemporáneo. Esta comprobación me llevó a invocar la modalidad testimonial que he denominado “la mirada del vecino de enfrente”, e hice algunas consideraciones sobre la circunstancia de que el tal vecino ve con más atención, y quizás con mayor agudeza crítica, la fachada de nuestra casa; pero no con igual penetración el interior de la misma. En cambio, no parece que nosotros prestemos una atención equivalente a la fachada de nuestra casa. Pero cabe tener claro que si bien la mirada del vecino no capta toda la realidad de nuestra casa; tampoco lo hacemos nosotros cuando ignoramos, o peor aún si prescindimos, de lo captado por la mirada del vecino de enfrente.
Pero ocurre que la mirada del vecino del frente será necesariamente incómoda. Lo será cuando perciba en nuestra fachada resquebrajaduras y deslucidos que denuncien nuestra falta de previsión, si no nuestra indolencia. Pero no lo será menos cuando transpire benevolencia o tolerancia. Los historiadores estamos armados metódicamente para encarar ambas posibilidades. Para ello nos acogemos al precepto de que no hay testimonio que sea totalmente cierto, como no lo hay, tampoco, que sea totalmente falso. Aunque no debo dejar pasar la mención del juicio malicioso de quienes ven en ese precepto una argucia para que sigamos en el oficio de historiador.
Pues bien, al contribuir a presentar la obra de Enrique me hallo en el siguiente disparadero. Debo y quiero presentar una mirada del vecino de enfrente que revela no sólo agudeza, sino también y sobretodo, una simpatía venezolanista pasada, eso sí, por una capacidad crítica que se halla en permanente estado de ebullición, generada ésta por la pasión que acompaña la comprensión de lo observado, y por la inquietud causada en el testigo por lo que le es propio; pasión e inquietud que se ven reflejadas tanto en lo observado como en la necesidad de comprender lo observado. Y tal es la visión de Enrique: una de vecino de enfrente que no se corresponde con la de los entomólogos “científicamente objetivos”; ni se halla contaminada por la que he denominado la piedad latinoamericanista, expresión que hacía sonreír a mi admirado y siempre recordado amigo Charles C. Griffin.
En una de nuestras gratas conversaciones, comuniqué a Enrique una duda benévola sobre si el venía a comprender Venezuela contemporánea o a interpretar su México de un futuro posible. No me respondió; pero tampoco convino en mi dicho. Reflexionando sobre este brevísimo episodio hallo que mi pregunta nació de mi sedimentario amor por esa suerte de China de América, formada por los Méxicos. En su sobrecarga de experiencias históricas les faltaba la que hoy viven, es decir la de emprender la marcha hacia la instauración de un auténtico régimen sociopolítico democrático, como instancia necesaria para dotarse de una sociedad genuinamente democrática.
La atenta lectura de este libro me ha confirmado la que en el momento de conversación que acabo de recordar parecía ser sólo una sospecha. La expresaré de esta manera: Enrique vino a estudiar cómo los venezolanos hemos sido quebrados en el sexto grado de nuestra democracia, y cómo nos hemos esforzado en aprobar los exámenes de reparación, como el presentado el reciente domingo 23 de noviembre. Lo ha hecho con la determinación, inconfesa pero evidente, de contribuir, con su lúcido pensamiento y su ágil pluma, a que los mexicanos no sufran descalabro semejante cuando apenas inician la primaria de su democracia.
Pero al hacer esto, Enrique no incurre en pecado, ni como historiador ni como escritor. Quizás el mismo propósito movió a otros ilustres vecinos que observaron nuestra fachada. Benjamin Bentham lo hizo, al refugiar sus anhelos republicanos en la contemplación de la República de Colombia, moderna y liberal. Pero algo fundamental diferencia, en la prosecución de su propósito, a estos dos ilustres observadores. Bentham aspiraba a la instauración de un orden liberal universal, en el que cupiera Gran Bretaña; pero su presunción de arquitecto de Estados racionales no destila simpatía por los entonces colombianos aprendices de ciudadanos. En cambio, el autor de esta obra, que hoy recibimos, se sitúa, clara y decididamente, al lado de los venezolanos que trabajamos por mantener viva nuestra democracia; y por devolverle su esplendor, el mismo que fue punto de referencia para todos los demócratas de América y del mundo, como pude percibirlo directamente en mi función diplomática y académica.
No creo que estas palabras sean una carga difícil de soportar por los recios hombros intelectuales de Enrique. El es veterano de muchas campañas; y vencedor de muchas batallas. Los venezolanos demócratas acogemos este libro como el arma aportada, por un voluntario combatiente por la democracia, a quienes aquí combatimos por ésta.
Germán Carrera Damas (Presentación del libro El poder y el delirio, Caracas, 5-12.08)

jueves, 4 de diciembre de 2008

Visiones sobre la izquierda


Año y medio después de salir a la luz la versión original, en francés, recibimos la versión española del trabajo más pulido y completo del periodista, editor, traductor y comentarista político Marc Saint-Upéry sobre los cambios más recientes y los nuevos retos de Suramérica. El sueño de Bolívar es, sobre todo, como se explica en el subtítulo, un estudio comparativo de “los desafíos de las izquierdas suramericanas”. Producto de diez años de residencia en Suramérica y de cuatro años de viajes, reportajes, conversaciones y lecturas por el hemisferio occidental, el autor, antiguo editor de la prestigiosa casa francesa La Découverte, maneja como pocos los hilos que permiten presentar de forma interesante, apasionante a veces, un asunto tan complejo y heterogéneo como el rompecabezas suramericano.
En un viaje a Caracas poco después del referéndum venezolano de diciembre del año pasado, el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, discípulo y amigo de Octavio Paz, habló con docenas de empresarios, académicos, periodistas, políticos, clérigos, ex militares, escritores y artistas sobre la llamada “revolución bolivariana”. En julio de 2008, volvió por segunda vez para atar los cabos sueltos.
El poder y el delirio, resultado de esos viajes, pretende ser, en palabras del autor, “una historia del presente en el que confluyen enfoques tan diversos como el histórico, el reportaje, la biografía, la entrevista, la crónica, el análisis ideológico y el ensayo” (p. 18) De Bolívar, a Saint-Upéry le interesa, sobre todo, el sueño imposible de la unidad y todas las contradicciones y paradojas que ese sueño encierra, con infinitos reflejos y similitudes en la realidad actual. Krauze, en cambio, desde una mirada mucho más próxima y profunda a Bolívar y a Venezuela, está convencido de que, al salir de la cárcel en 1994, Hugo Chávez, “con la certeza íntima de convertirse en presidente, se propuso lo que muchos gobernantes y caudillos: usar la figura del héroe (Bolívar) para sus propios fines políticos”. (p. 174) “Chávez es un venerador de héroes y un venerador de sí mismo”, escribe Krauze. “Su hechizo popular es tan aterrador como su tendencia a ver el mundo como una prolongación, agradecida o perversa, de su propia persona”. (p.20)
Tras una reflexión introductoria sobre las izquierdas suramericanas, el autor francés desmenuza el calvario y la resurrección de Lula da Silva (cap. 1), los excesos, dilemas, sombras y luces del brujo Chávez (cap. 2), el doble juego de los señores Kirchner (cap. 3), las verdades y falsedades sobre el resurgimiento indígena (cap. 4) y el distanciamiento acelerado del imperio del norte (cap. 5). “No estoy en la agenda secreta de los grandes príncipes de la política o del poder económico, ni frecuento asiduamente los pasillos de los ministerios, aun cuando el azar de las trayectorias militantes ha llevado a algunos de mis amigos o compañeros a ocupar cargos de responsabilidad importantes, especialmente en Brasil, en Bolivia y en Ecuador”, reconoce el autor al principio de su vuelta al continente.
El resultado es mucho más y mucho mejor que una simple recopilación de reportajes. Hay mucha investigación de campo, numerosas entrevistas destiladas y un empeño evidente –vicio periodístico siempre perdonable– de demostrar que estuvo allí, que no habla de oídas o de leídas. Pero, a diferencia de tanto periodismo por impregnación, el autor, que no oculta su militancia de izquierdas, se distancia lo suficiente para ofrecer una perspectiva iluminadora, ni romántica ni radical ciega, increíblemente esclarecedora.A la pregunta que se vienen haciendo todos los especialistas desde hace años, si hay un giro a la izquierda o “una oleada de izquierda”, su respuesta es obvia, pero inteligente: sí, por supuesto, pero “no creo que ese giro […] sea totalmente unívoco ni que se inscriba en un relato teleológico de la marcha triunfal de la historia continental hacia el progreso, la justicia social y la paz”. (p. 336).
Haciendo suyo el análisis del ex presidente boliviano Jorque Quiroga, Krauze es más pesimista: “Algunos países del Caribe y Centroamérica han sido ‘petrocomprados’ (Honduras y quizá pronto Salvador); otros están ‘petrohipotecados’ (Argentina), ‘petrointimidados’ (Costa Rica) o, en el caso más benigno, ‘petroconscientes’; Chávez no ha vacilado en apoyar a Humala en Perú o acosar a Chile, Brasil y México apoyando de diversas formas sus movimientos disidentes. El caso colombiano ha sido el más alarmanete: el apoyo a las FARC (probado en las computadores de Raúl Reyes)”. (p. 354-355)¿Es Lula de izquierdas? “Soy un mecánico tornero, he llegado a la presidencia gracias a una infinita paciencia y no necesito ser de izquierdas para luchar por la igualdad, pero si la gran definición de la izquierda es luchar por la igualdad, no hay nadie más a la izquierda que yo”, contesta él mismo en la obra de Saint-Upéry. (p. 89) ¿Ha logrado Chávez imponer ya una dictadura? “Está lejos de ser unívoca o irresistible”, contesta el periodista. “Por un lado, se trata de una especie de autoritarismo anárquico y desorganizado cuyo resultado es más una desinstitucionalización rampante que la supresión violenta de las libertades democráticas. Por otro, tiene su contrapeso en un impulso participativo de las ‘masas’ y en unos sólidos reflejos democráticos de la sociedad, chavistas incluídos”. (p. 111).
Krauze es mucho menos optimista y generoso con el nuevo caudillo venezolano. Tras un breve recorrido por la historia de Venezuela, defiende a Rómulo Betancourt, que presidió el país entre 1959 y 1963, como “la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina” y explica cómo sus sucesores, cada vez peores, cada vez más corruptos, destruyeron su obra y acabaron abriendo las puertas, tras coquetear con la posibilidad de elegir presidenta a una ex Miss Universo, de par en par a la revolución chavista. “Chávez no es un bufón como aseguran sus críticos superficiales”, añade. “Es el continuador del proyecto de Fidel Castro para Venezuela y América Latina. Nada menos”. (p 70).
Los chavistas lo consideran vigente; los críticos, absurdo, anacrónico. Krauze, como sus mentores venezolanos (Pérez Marcano, Teodoro Petkoff, Pino Iturrieta…), una amenaza real. Entre los críticos a los que Krauze tilda de superficiales tendríamos que incluir a Saint-Upéry, aunque a Krauze no le habría venido mal tener en cuenta el texto del francés, en las librerías dos años antes que el suyo. De hecho, ni lo cita. Nada dogmático, el autor francés refuerza cada opinión con ejemplos vividos, testimonios de autores de prestigio y los antecedentes imprescindibles para comprender el presente. Es una pena que, para hacer el texto más digerible, las citas no sean académicas, pero la bibliografía final es de consulta obligada para quien desee profundizar hoy en el estudio de Suramérica.Upéry explica cómo, tras unos comienzos valientes –decapitación de la jerarquía militar, purga drástica de la corrupta policía federal, limpieza de los podridos tribunales y sindicatos peronistas, conversión de la maldita ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada) en Museo de la Memoria, anulación de las leyes de obediencia debida y punto final…–, en la Argentina de los Kirchner, cada día más cuestionados y debilitados, podría consolidarse a medio plazo otra versión más del ‘peronismo infinito’ mencionado por Maristella Svampa en el capítulo 3, con lo que el siempre discutible izquierdismo de los señores K. se desdibujaría aún más. Aunque no son el objeto principal del libro, Ecuador y Bolivia reciben atención suficiente para entender la travesía iniciada, respectivamente, por Correa y Evo Morales. En cuanto a las grandes ausencias –Chile, Uruguay, Perú y Colombia –, Saint-Upéry confiesa que “abarcar la totalidad del mundo iberoamericano estaba fuera de mis capacidades intelectuales, físicas y, sobre todo, financieras. Habría supuesto al menos dos años más de investigación, lecturas y viajes, con todas las consecuencias previsibles, incluida tal vez una rebelión doméstica en mi hogar”.
Felipe Sahagún (El cultural, Barcelona, 4.12.08)

lunes, 1 de diciembre de 2008

El déspota que gobierna Venezuela

El historiador y ensayista Enrique Krauze ha escrito un libro que es un compendio de géneros a propósito de Hugo Chávez, el déspota que gobierna en Venezuela. En él se conjuga el propio ensayo, la crónica, el reportaje, el perfil biográfico y la entrevista. El resultado es una interesante lectura que recorre la reciente historia política del país caribeño, que supo sacudirse el polvo de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez para emprender tránsitos democráticos, algunos de ellos duraderos, presididos incluso por políticos excepcionales para la realidad iberoamericana como Rómulo Betancourt o Rafael Caldera. Hasta llegar a los períodos de corrupción de Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins o Jaime Lusinchi, al «caracazo» o al fin de la democracia liberal decretada por Chávez. A Krauze se debe la «Trilogía Histórica de México», que recoge Siglo de Caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial, tres volúmenes imprescindibles para conocer los precedentes mexicanos. Igual que ahora con éste de Venezuela.


Luis M. Alonso (La Nueva España, Asturias, España, 30.11.08)