martes, 6 de enero de 2009

El otro pueblo venezolano

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La prensa nacional cubana, controlada y dirigida por el Partido Comunista, ha repetido por estos días en destacados titulares que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, saldrá a defender al pueblo, pero no dice que saldrá a defenderlo de ese otro pueblo venezolano -prácticamete la mitad del total de habitantes con que cuenta el país- que de forma honesta y valiente ha demostrado su inconformidad ante esa especie de comunismo del siglo XXI que pregona el mandatario bolivariano.

Casi la mitad de la población venezolano no es chavista. Aún así, para Chávez sólo cuentan sus seguidores. Algo muy similar ha ocurrido a los anti castristas en nuestro país, los que, en vez de formar parte de otros partidos políticos, como ocurre en Venezuela, se han visto precisados a emigrar, porque jamás se ha han permitido otras opciones. Aunque las noticias sobre lo que ocurre en Venezuela no aparecen de forma transparente en la prensa de los hermanos Castro, leyendo entre líneas, cualquiera se percata de la caótica situación política que sufre este pueblo, en su empeño por crear zonas libres del comunismo chavista.
La importancia de los seis estados donde los candidatos opositores ganaron las gobernaciones demuestra a las claras en qué consisten las desventajas de Chávez. Miranda, Zulia, Nueva Esparta, Carabobo, Táchira y una gran parte de Caracas son las regiones más ricas del país, con un gran desarrollo urbano, importantes universidades y además, una gran población indígena.
Tres de esos estados, Nueva Esparta, Carabobo y Táchira, se destacan no sólo por el comportamiento heroico que asumieron sus pobladores durante las luchas por la independencia, sino también por su gran actividad industrial, una agricultura de alta tecnificación e importantes empresas de textiles, cemento, alimentos y manufacturas metal mecánicas.
Aunque todavía una gran parte de los venezolanos acude democráticamente a las urnas, una dictadura al estilo cubano está implícita en las amenazas de Chávez: “Sólo les digo que no me voy a quedar con los brazos cruzados y voy a salir a defender al pueblo “. Clásica expresión de los dictadores ante sus contrarios.
Tiene razón el célebre escritor e historiador mexicano Enrique Krauze, autor de El poder y el delirio, cuando al analizar la figura de Hugo Chávez, dijo: ¨ El sueño del presidente venezolano es convertirse en el equivalente de Stalin ¨.
Tania Díaz Castro (Cubanet, 2.Ene.09)

Protagonista Chávez

En el Perú, por ejemplo, está teniendo lugar el proceso contra Fujimori, cubierto por todas las agencias periodísticas del mundo. En Argentina, Néstor Kirchner enfrenta una denuncia por corrupción, que se suma al enredo del maletín con dólares enviados por Chávez para financiar ilegalmente la elección de Cristina Fernández. Tales sucesos aquí son menores o pasan desapercibidos.

Lo de Venezuela, menos grave, pero tampoco satisfactorio. Aunque nos enteramos de los triunfos y derrotas electorales de Chávez, de sus andanzas como golpista y luego como víctima de su propio invento, y hasta de sus actitudes chabacanas, los colombianos sabemos poco de este coronel mesiánico y su gobierno, cuando deberíamos saber tanto como un venezolano del común conoce de Colombia.
Pues bien, ahora se da una oportunidad excelente de conocer en detalle el presente y los antecedentes de Chávez, con el libro El poder y el delirio, del historiador y ensayista mexicano, Enrique Krauze, que no vacilo en recomendar como un texto bien documentado y de obligada lectura. Mario Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner, han ponderado el trabajo de este escritor, que ya es conocido por obras como La trilogía histórica de México y La presencia del pasado, entre otros éxitos editoriales.
Aunque no es el primer libro biográfico de Chávez, pues antes se publicó Hugo Chávez sin uniforme , de los periodistas Alberto Barrera Tyszka y Cristina Marcano, sin duda un valioso documento que también recomiendo, el trabajo de Krauze es el primero que además se ocupa de examinar los alcances y precario futuro de la “Revolución Bolivariana” que ha dividido severamente a la sociedad venezolana y a Latinoamérica.
Krauze revela que Chávez primero quiso ser beisbolista y parecerse a un célebre deportista, para luego acuñar la fábula de que es la reencarnación de Ezequiel Zamora, un prócer venezolano, lo cual explica su actitud siempre delirante. Pero el libro también relata que Chávez ha deformado la historia de su país, sirviéndose de Bolívar, sobre cuya gloria ha montado una estrategia heroica para sustentar un mandato donde él lo es todo. Por eso detesta abiertamente al ex presidente venezolano Rómulo Betancourt, cuya memoria ha ultrajado con ordinariez.
En contraste con el odio por Betancourt, la adoración de Chávez por Fidel Castro, de quien se cree su sucesor, lo ha hecho incurrir en errores costosos, como el auspicio de las fracasadas misiones alimenticias y médicas, las últimas dirigidas por galenos cubanos que para todo recetan una “pastillita azul” que nada cura pero en cambio enferma. Al decir de Krauze, es la segunda invasión cubana a Venezuela, ésta sí consentida, después de la fallida de 1966.
Se ofrece verosímil la tesis central de Krauze, según la cual Chávez lo que pretende es revivir la monarquía contra la que combatió Bolívar, valido de los petrodólares con los que alineó incondicionalmente a Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Paraguay, para hacer de estos países unos nuevos virreinatos, y de Miraflores, la Casa Real, todo ello desaprovechando la bonanza petrolera, con la que pudo haber encauzado las transformaciones sociales que demanda su país, sumido hoy en la corrupción y enfrentado a una de sus más grandes crisis económicas.
Es útil, pues, leer este ameno libro de Krauze de la “historia presente”.
Pascual Bejarano Guzmán (El Espectador, Colombia, 27.Dic.08)

El poder y el delirio

El mexicano Enrique Krauze, fundado de la revista Letras Libres ha publicado El poder y el delirio, un fascinante libro para los que guardamos interés por lo que ocurre en América y por los geo-procesos políticos, entre los que está el bolivarismo o socialismo del siglo XXI y el frente rojisur, liderados por Hugo Chávez, pero inspirado en el régimen cubano de Fidel Castro, espejo de todo el movimiento. Al margen de los capítulos dedicados a contextualizar Venezuela y a desmitificar algunos de las imágenes que tenemos de Chávez, Krauze analiza cómo ha evolucionado la izquierda venezolana hacia el chavismo y, curiosamente, cómo en ese proceso han abandonado al golpista los seguidores de la revolución cubana, como Teodoro Petkoff o Américo Martín tras constatar que es Chávez el que se apropia de algunos de los conceptos revolucionarios para adaptarlos a un ideario político prácticamente hilado para la ocasión y que deriva en un delirante fascismo que pone en peligro la democracia. Krauze describe a la perfección el bodrio ideológico que tanto admira y atrae a la izquierda española: una mezcla incompatible de marxismo trasnochado preñado con el ideario de culto al mito de Bolívar, un culto éste propio de la derecha venezolana. El prestigioso historiador hace un paralelismo entre el ideario de Chávez y el de Napoleón y se adentra en la ambición expansionista del chavismo y en su influencia en toda el área sur de América. Pero, curiosamente para Krauze, todo esto no lo hace Chávez desde un ideario improvisado, sino desde una planificación ideológica que ha cultivado a lo largo de muchos años, desde su juventud y a escondidas, y que pone en práctica una vez en el poder a través de las urnas. Según esta versión Chávez es, en contra de lo que pensamos y de la imagen que tenemos de él, un estratega de primer orden que ha sido capaz de madurar y planificar su trayectoria política, lo que lo hace más peligroso de lo que creemos. No obstante, un mensaje alentador nos deja Krauze: la democracia como sistema, una vez instalada en la conciencia social, es posible socavarla, pero no acabar con ella. La democracia en Venezuela podrá con Chávez y con todo su aparato porque es la una de las más sólidas del continente.
Manuel Mederos (Canarias7.com, España, 18.Dic.08)

Uh, ah, Chávez NO se va

El régimen de Chávez tiene otros problemas. Está minado por el peculado y el nepotismo y ello es contrario a una revolución, porque ésta se inspira siempre en la honestidad y la pulcritud en el manejo de los recursos públicos. PDVSA, la principal empresa del Estado está castigada por el porcentaje corruptor y el tráfico de influencias. Hugo Chávez ha hecho de la administración pública una especie de hacienda personal, que invocando buenos propósitos, maneja a su antojo sin rendirle cuenta a nadie y como dice Enrique Krauze, escritor mexicano, ha hecho de la propiedad pública su propiedad privada, al regalar, donar o transferir a terceros países dineros a raudales que pertenecen a todos los venezolanos. Quizás una de las peores acciones de Chávez ha sido haber llevado la política partidista a la Fuerza Armada Nacional.
Es vergonzante ver a facciones de oficiales en actos proselitistas y a los cuarteles convertidos en casas de beneficencia o sede del PSUV, ello porque para Chávez la fuerza armada es su verdadero partido, en una especie de simbiosis que sigue la máxima del ideólogo fascista Norberto Ceresole, muy admirado por Chávez: Caudillo-Pueblo-Ejército. Estos elementos fascistas han calado hondo en la estructura del Estado-gobierno en Venezuela al punto que cuando se le junta con el marxismo-leninismo importado desde Cuba, ello no puede resultar sino en una mezcla indigesta. La conformación de bandas armadas vestidas con franelas rojas con el objeto de atemorizar y agredir a quienes considera el enemigo, son prueba de ello. Esas bandas armadas, camisas rojas, imitan muy bien a las camisas pardas de Hitler que sembraron el miedo y el terror en la Alemania nazi, las tristemente recordadas Sturmabteilung (SA), las tropas de asalto.

En Venezuela se acabó la sana distinción entre gobierno y partido de gobierno, las dos son la mismo entidad, como lo hizo el nazismo. Hitler lo dijo en 1939 en un mitin en Hamburgo. “El partido es el líder y el líder es el partido”. El partido oficial de Chávez es una estructura militarizada, organizada en batallones, escuadras y patrullas, como si se tratara de una formación militar, donde él manda y los demás obedecen.
Derrotado de manera contundente en el campo de las ideas y ya en retirada vergonzante, a los panfletarios del socialismo del siglo XXI, no le ha quedado otra que refugiarse arrinconados en la reelección de quien ellos dicen es su único líder, porque sin Chávez son nadie.

Las tribulaciones de Krauze con el populismo


El texto de Krauze sobre el régimen chavista y su jefe es interesante y documentado. Su estilo de redacción no depara sorpresas ni tampoco recoge excelencias. El autor mexicano ya había proyectado virtudes y limitaciones en otras obras. En ésta combina testimonios de políticos y escritores venezolanos (muchos de ellos ex chavistas) con interpretación, dando un marcado toque periodístico y testimonial al trabajo.

Se echa en falta sin embargo, un análisis del nacionalismo militar suramericano y sus muchos exponentes en los últimos setenta años. No sólo me refiero a Perón, que fue el populista más trascendente de todos por sus avanzadas leyes sociales; decisivas en la formación y desarrollo de grandes sindicatos afiliados a una poderosa central única de trabajadores (la CGT).

Entre los generales restantes de la especie, cuentan en distintas épocas, los bolivianos Toro, Busch, Villarruel, Ovando y Juan José Torres; el ecuatoriano Rodríguez Lara; el coronel guatemalteco Jacobo Arbenz; y el peruano Juan Velasco Alvarado. Krauze apenas menciona a Perón, silenciando la segura influencia que los restantes han desempeñado en el imaginario militar y nacionalista de Hugo Chávez. Al centrase en la modélica figura de Fidel Castro -decisiva en estos tiempos- omitiendo a los otros, el autor reduce la prospección requerida. Se me dirá que el nacionalismo militar reformista queda representado por su destacada mención de Lázaro Cárdenas. Pero éste era un general sin previa formación académica o cuartelera, improvisado en realidad por las circunstancias "revolucionarias" de México hacia finales de los años ´20 y comienzos de los ´30. Además, y a la inversa de lo que ocurrió en el resto del Continente, el Ejército mexicano, una vez vencida la intentona fascista del general Cedillo por Cárdenas, se subordinó al omnipresente poder político.

Ya dije en otro post lo que opino del tata Cárdenas; ex obrero gráfico, hombre de principios con gran sensibilidad social y buen gobernante (sobre todo ordenancista en lo que atiene a la estabilización política de México tras el asesinato del Presidente y general Alvaro Obregón, reemplazado por el ambicioso y sectario Plutarco Elías Calles, otro general depuesto y expulsado del país por Cárdenas antes de asumir la presidencia por la vía electoral). Krauze insiste en su admiración por él, trasladándola al sistema presidencialista de un sólo periodo, en el curso de un más o menos reciente programa de entrevistas en la TV venezolana al que fue invitado, parcialmente insertado en su libro.

"...Cárdenas respetó la regla de oro del sistema político mexicano, un precepto que estaban descubriendo, al parecer, los venezolanos..." (se refiere a la época que precedió a la irrupción de Chávez ) "...consistente en no entregar el poder vitalicio y absoluto a una persona bajo ninguna circunstancia". Me faltó agregar que ni Cárdenas ni ningún otro presidente surgido del PRI tuvieron jamás la tentación totalitaria de monopolizar los medios de comunicación".

No es preciso que aclare la escasa importancia del relevo sexenal de la presidencia por parte de la aceitada, corrupta y voraz maquinaria del PRI durante seis largas décadas (sobre todo en la prolongada etapa posterior al sexenio de Cárdenas). El señor Krauze parece añorar a esos caciques poco tentados por el totalitarismo...individual, y tan entregados al colectivo, previo abrazo antes de la farsa electoral con el tata/prócer...

Gracias a ellos, la subvencionada cultura mexicana y sus diligentes representantes (mayoritariamente respetuosos con quienes les daban de comer) podía darse el lujo de financiar a nacionalistas de izquierda y liberales de centro empapados en amor por la patria y la "Revolución". Debo recordar que el joven (y no tan joven) Octavio Paz fue uno de ellos, y su alumno Krauze otro. Por eso añora el último aquél México y no éste, que al otro heredó en las personas de Fox y ahorita Calderón; impotentes ambos para despejar el territorio de narcotraficantes poderosos conectados a las esferas de poder. Bien, a Krauze no lo financiarán hoy en México. Pero convengamos en que para premiarlo estamos nosotros, otorgándole "La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio", y acreditándolo en el jurado del "Cervantes".

Otro de los ídolos del flamante galardonado, es el finado ex presidente y mentor de la desinflada democracia vernácula, Rómulo Betancourt. A él se deben notables esfuerzos por desarrollar Venezuela, encuadrándola en la práctica del Estado de derecho. Sin embargo, tales esfuerzos no incluyeron grandes progresos en la eliminación de la miseria de muchos compatriotas, menguando la acusada tendencia de unos pocos a enriquecerse. El boom petrolero de los años ´70 hizo el resto, no sin que antes el pacto de Punto Fijo afincase la repatrija oligárquica de poder, y su correspondiente alternancia presidencial entre Acción Democrática (el partido de Betancourt) y el socialcristiano COPEI (liderado por Rafael Caldera).

No sólo se repartieron las barajas de los tres poderes las dos principales formaciones del país, sino los beneficios de la renta petrolera, abultada por los crecientes precios del oro negro en los años ´70. En el ínterin, el Presidente Carlos Andrés Pérez (alias "El gocho") hizo de las suyas ante la protesta social, masacrando estudiantes y obreros a plena luz del día. Años antes el mexicano Gustavo Díaz Ordaz, auxiliado por su ministro de Interior (y luego Presidente) Luís Echeverría, anticipó el método empleando tropas bien pertrechadas del Ejército contra cientos de estudiantes en la céntrica Plaza de las Tres Culturas.

De esa enorme corrupción y la permanente injusticia de los poderosos para con los débiles al sur del Río Bravo, surge en tierra venezolana Hugo Chávez Frías. Intelectual más proclive al academicismo que al buceo en aguas profundas, Krauze es naturalmente crítico (y con justa razón) hacia su figura y la ambición ilimitada de poder que arrastra. Lo malo radica en aquello que el escritor de prestige defiende u omite en su texto. Semejante desequilibrio reduce extraordinariamente su valor, tornándolo útil como documento de una realidad, aunque analizada sin la debida profundidad al serle restados factores históricos y condenas de sistemas que, tras ser liderados por líderes populistas (como Cárdenas) o demócratas de centro izquierda (tal el caso de Betancourt), degeneraron tan rápidamente en México y Venezuela. Mucho me temo que, a diferencia de sus editores españoles, el señor Enrique Krauze no haya leído mi Perón. Si lo hizo, miró sin ver. Y ahí están las consecuencias...

Joan Bonavent (laespadadelzorro.blogspot.com, 6.Dic.08)

lunes, 5 de enero de 2009

Ningún Presidente venezolano ha logrado la reelección indefinida

Entrevista con la historiadora Inés Quintero:

El historiador Enrique Krauze, que acaba de publicar un libro sobre Chávez (El poder y el delirio), dice que el presidente es un televangelista que, además, sabe usar su carisma a través de los medios. Eso podría garantizar el éxito para lograr la enmienda constitucional que se propone...

-Las condiciones no son fáciles, pero confío que los procesos históricos no ocurren en vano. Independiente de las condiciones magistrales, los medios y la repartidera de billete, creo que la sociedad venezolana tendrá un mínimo de madurez que le permita, al final, ponerle una mano en el pecho a Chávez. Creo que al final se impondrá los recursos ciudadanos de todos los venezolanos. La historia lo ha demostrado: Monagas estuvo en el poder tres períodos y contaba con todo a su favor y fue expulsado en 1857. Quiere decir que, incluso si llegas a acumular todo el poder posible, te puedes llevar un chasco.
Luis Martínez (El Nacional, Venezuela, 18.Dic.08)

De cómo Venezuela nos aventaja

Para Alberto Barrera y Cristina Marcano.
En términos culturales, la democracia venezolana es superior a la mexicana. Lo es, en primer lugar, por el nivel del debate nacional. A despecho de su crispación y envenenamiento, en Venezuela la discusión de los asuntos públicos es más seria, variada, intensa y focalizada que en México. En la prensa, la radio, la televisión; en los cafés y restaurantes de clase media y alta; en los consejos comunales de los barrios pobres, la gente está politizada no sólo en sus opiniones sobre Hugo Chávez y su "Revolución Bolivariana" sino en aspectos que le atañen de manera directa: el abasto de alimentos, la inflación, los servicios públicos, la inseguridad. Sus alegatos no son -como los nuestros- abstractos ni ideológicos, son concretos. Los ciudadanos advierten los errores de los funcionarios y no se cruzan de brazos: reclaman soluciones y, si no las logran, castigan al gobernante con el voto adverso. Ésa es una de las lecturas de las elecciones del 23 de noviembre: un sector de la población quitó su apoyo a los alcaldes y gobernadores chavistas que no cumplieron con su encomienda. La conclusión es clara: como costumbre política, la democracia venezolana nos lleva ventaja.Otra diferencia esencial a favor de aquella democracia sobre la nuestra es la madurez de su izquierda disidente. Un hombre como Teodoro Petkoff no existe en México. Guerrillero en los sesenta, preso en aquellos años, Petkoff reprobó al "socialismo real" soviético a raíz de la invasión a Checoslovaquia de agosto de 1968, y a partir de ese momento dio comienzo a una compleja travesía intelectual y política. Transitó del socialismo autoritario y estatista a una elaborada convergencia entre el socialismo y el liberalismo fincada en el estricto apego a la democracia. Fundador del Movimiento al Socialismo (MAS), candidato presidencial, activista de tiempo completo, ensayista poderoso y estructurado, al comienzo del chavismo Petkoff vislumbró la regresión futura y junto con varios amigos fundó Tal Cual, el excelente tabloide que dirige y en el cual se ejerce la más inteligente crítica de izquierda al gobierno chavista. Un órgano así tampoco existe en México.Aunque Petkoff es el líder intelectual y político más conspicuo de esa izquierda democrática opuesta al mesianismo de Chávez y a lo que él mismo ha llamado la "izquierda borbónica", no es el único. Su posición la comparte, con matices, un sector claramente mayoritario del aparato cultural y el mundo universitario. Artistas, escritores, científicos, creadores de toda índole, profesores y estudiantes se identifican con esa postura, no en el sentido de ver en Petkoff un candidato a gobernar sino de asimilar su pensamiento crítico y buscar una plataforma ideológica que modernice para el siglo XXI los ideales del socialismo del siglo XIX, evitando los errores y denunciando los crímenes del socialismo del siglo XX. Esa vocación social fincada en valores democráticos es característica del mundo universitario de Venezuela. Una cultura de izquierda así, una corriente universitaria así, casi no existe en México.Para modernizar nuestra economía, en México debemos reformar las estructuras monopólicas en la iniciativa privada, el sector público, el universo sindical y aun en ámbitos académicos. Tendría que ser precisamente la izquierda la que debería proponer esas reformas liberalizadoras, pero sigue enredada en paradigmas ideológicos del pasado (estatistas, nacionalistas- revolucionarios, priistas en definitiva), vive secuestrada por un caudillo mesiánico y carece de los órganos periodísticos y mediáticos o las instituciones académicas que comiencen siquiera a prefigurar esa cultura democrática y liberal que vibra en Venezuela. Es a ella, no a los yanquis y "pitiyanquis", a la que más teme Hugo Chávez.Otros aspectos de la democracia venezolana no son menos relevantes. Uno de ellos es la participación ciudadana. Derivada del nivel de información y discusión en el seno de aquella sociedad pero motivada también por la aguda polarización de su vida política, la participación en las actividades democráticas (específicamente la más básica de ellas que es la participación electoral) es admirable. En casi todas sus elecciones concurre más del 60% del electorado. El otro aspecto tiene que ver con la libertad de expresión. Aunque el régimen impone abusivamente su agresiva presencia mediática, en Venezuela subsiste -acosada pero alerta- la libertad de expresión. Ambos polos se atacan sin misericordia, pero esos excesos son preferibles a la restricción que ahora existe en México. No otro sentido tienen las nuevas leyes del Cofipe que en el 2009 intentarán amordazar a la sociedad.La izquierda liberal y democrática gobernará, más temprano que tarde, en Venezuela. Esa izquierda liberal y democrática es una alternativa necesaria en México, pero en términos culturales apenas existe. Su representante más distinguido es Roger Bartra que, siendo director de El Machete en 1980, fue el único intelectual de izquierda en entablar un debate respetuoso y fructífero con Octavio Paz, justo en la época en que Paz sufría el más burdo ninguneo de nuestra "izquierda borbónica". Hace poco, conversando con Bartra, comprendí la razón de su viraje: vivió varios años en Venezuela.
Enrique Krauze (Reforma, 14.Dic.08)

Diputados 'kakos'

El mismo Enrique Krauze, cosa insólita, escribe en su artículo del domingo pasado: "En términos culturales, la democracia venezolana es superior a la mexicana. Lo es, en primer lugar, por el nivel del debate nacional. A despecho de su crispación y envenenamiento, en Venezuela la discusión de los asuntos públicos es más seria, variada, intensa y focalizada que en México". ¿Que tal? Pero por supuesto que sí, comparado con estas técnicas de comedia que vemos en nuestro ámbito, donde la participación ciudadana se simula con acarreados, como lo constatamos en el episodio del Congreso.

Paz Flores (Reforma, 20.Dic.08)

martes, 16 de diciembre de 2008

Un libro inspirador


1. Mientras componía este libro extraordinario, el escritor mexicano Enrique Krauze, además de visitar nuestro país en varias ocasiones, hizo muchísimas preguntas a sus amigos venezolanos. Entre tantas, hubo una que me puso en aprietos.Palabras más, palabras menos, esa pregunta fue: "¿Puedes enumerar, sin pensártelo mucho, los logros del período que se abrió en 1958, con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, hasta, digamos, 1998, cuando Chávez ascendió al poder?". Es la misma pregunta que hoy propongo a mis lectores de TalCual. Recuerdo que la pregunta vino de noche, al final de una de sus largas llamadas telefónicas desde México. Por entonces, yo no lo conocía personalmente. Durante algún tiempo, pues, Enrique Krauze fue sólo la voz de un historiador mexicano decidido a extraer lecciones de nuestra discordia nacional.¿Lecciones para quién? Para América Latina, tal como señala en el subtítulo. Lecciones acerca de cómo algunas democracias se suicidan.Krauze prefiere las preguntas difíciles, ¡y vaya si sabe hacerlas!, pero en aquella ocasión me pareció, al colgar, que al menos esta pregunta no lo era tanto y que en unos cuantos minutos podría elaborar una lista y enviarla de vuelta en un e-mail. Me serví un whisky y me puse, en efecto, a garrapatear en una hoja de papel lo que, a mi modo de ver, podría dar cuenta de lo poco de bueno que –eso pensaba-nos dejaron esos cuarenta años hoy tan aborrecidos.

Tal como recuerdo aquella noche en mi baticueva, me fue ganando la sorpresa de que mi lista de indiscutibles logros de la era democrática se me hiciese cada vez más y más larga.Recuerdo que a poco de comenzar a ponerla por escrito, el orden jerárquico y los diversos criterios de valoración política y social de lo que para mí significaron aquellos años se fueron todos al diablo y que, al cabo de unos pocos minutos, me hallé anotando maquinalmente hitos de mi vida personal como ciudadano de una república latinoamericana llamada Venezuela.Curiosa paradoja: el libro de un superlativo historiador hispanoamericano de las ideas, un libro en toda apariencia dedicado a acorralar gélidas verdades políticas, me ha devuelto, como en la proverbial "película" que ven los que están a punto de ahogarse, lo que, tratando de hacerme entender, llamaré, con cursilería, "la emoción de lo perdido". Una vez estuve a punto de ahogarme en un playón de Choroní y sé que lo de la película que ven los ahogados es cierto.
2. Nací en el lado soleado de los años 50, en tiempos de una dictadura militar, poco después de que fuese derrocado el primer presidente civil que tuvimos en el siglo XX –un novelista, un antiguo profesor de escuela secundaria elegido en un comicio universal–.Mi madre, una maestra normalista, había nacido y crecido bajo otra dictadura, todavía más feroz.Mi hermano y yo guardamos todavía el "pin" de la Federación de Estudiantes de Venezuela que algún enamorado le obsequió y que ella, apenas una muchacha de 17 años, llevaba prendido en su sombrero el día de febrero de 1936 en que, desde los balcones de la Gobernación, se disparó sobre una multitud inerme congregada en la Plaza Bolívar.
Su relato de cómo escapó con vida de aquella matachina en la que vio caer, a pocos pasos de ella, a varios de sus amigos y de cómo el doctor Rísquez, rector de la Universidad Central, caminó desde San Francisco hasta Miraflores al frente de una manifestación en la que se confundían obreros y estudiantes, y en la que mi vieja, por supuesto, estaba entre los primeros chicharrones del caldero, fue mi primera lección de historia contemporánea venezolana.Fue aquella una jornada tan decisiva en nuestra historia moderna que Manuel Caballero no ha vacilado en proponer el 14 de febrero como fecha conmemorativa del nacimiento del fervor democrático de los venezolanos.A las 4:00 de la mañana del 23 enero de 1958, una vez el dictador Pérez Jiménez huyó del país, luego de desiguales y sangrientas refriegas callejeras con la policía, la chica del prendedor de la FEV nos despertó a todos sus hijos y nos sacó a la calle a ver pasar el griterío y el júbilo de aquella pasmosa madrugada. "¡Nunca más!", repetía; "¡nunca más!" Me hice hombre en una democracia sumamente imperfecta que la izquierda marxista me enseñó a despreciar y denostar por las razones equivocadas.
Sin embargo, y parafraseando a Allen Ginsberg, a lo largo de cuarenta años he visto a las mejores talentos de tres generaciones fructificar en un clima de tolerancia ante la voz disidente y fundar partidos de oposición, o publicar sus buenos y malos libros, estrenar sus buenas y malas obras de teatro y sus buenas o malas películas sin que la subvención estatal que pudiesen haber obtenido entrañase cortapisas a sus opiniones, casi siempre acremente adversas a la élite política gobernante.¿Es ese el mismo país que hoy está al borde de sucumbir definitivamente bajo una dictadura militar "de izquierda" que ya ni siquiera tiene el pudor de fingirse apegada a sus propias leyes de quitapón?
3. El libro de Enrique Krauze -genuino regalo navideño para los demócratas de Venezuela en pie de alerta– se interesa, entre otras cosas, por lo que de universal pueda tener el "caso venezolano" tenido como historia de una democracia latinoamericana del siglo XX que se las apañó para pegarse un tiro sin realmente proponérselo. La última década ha sido tan pródiga en libros sobre Chávez y Venezuela que usted tiene derecho a preguntarse si se trata de un libro útil en las actuales circunstancias.
Para predisponerlo a comprarlo ¡y leerlo!, permítame hablarle de la singular estructura de El poder y el delirio. A quienes no lo hayan leído, nunca les advierto que el autor posee recta, curva y buen cambio de velocidad. El libro trae crónica política, excursos eruditos y a ratos es autorreferencial como cuando Krauze habla de cómo surgió esta idea luego de una visita a nuestro país, a fines de 2007.Hay un capítulo dedicado al modo en que culto a los héroes encarna en Chávez. Es, en sí mismo, un ensayo de historia de las ideas políticas en el que Chávez, Marx, Carlyle y Plejanov se mueven sideralmente, los unos en torno a los otros, para concluir en que, de todos los fascistas del patio, el más arquetípico es Chávez: quizá sea el capítulo que más me impresionó: Krauze at his best.
Para mejor fundar su estudio sobre nuestra democracia suicida, Krauze vindica lo que llama "la hazaña de Betancourt" y lo hace de la mejor manera imaginable: entrevista a Manuel Caballero, su biógrafo par excellence y logra que Caballero, por una vez, no hable de sí mismo sino mucho y muy iluminadoramente de Betancourt. No es el único capítulo en que Krauze transcribe, al par que lo glosa, un conversatorio. La velada –imagino que se trató de una velada– con los académicos Germán Carrera Damas, Simón Alberto Consalvi y Elías Pino Iturrieta es pieza antológica.La probidad de Krauze lo lleva a recabar los pareceres de tres egregios chavistas: Jorge y Alí Rodríguez, junto a José Vicente Rangel. Llegado aquí me pregunto qué pudo ver el ministro Izarra en este libro que tan equilibradamente compulsa la opinión de tres de sus más representativos factores. Como se sabe, Izarra, quien según entiendo organizó los encuentros, envió un irreproducible email de repudio al distinguido historiador chilango. Podría seguir y seguir.Bástele a usted saber que El Poder Y El Delirio es un libro inspirador que nos llega justo cuando los demócratas de Venezuela se aprestan a librar una batalla en la que las opciones son recuperar ¡para todos! nuestra tradición democrática o perdernos.
Ibsen Martínez (Tal Cual, Venezuela, 16.12.08)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Presentación del libro en Caracas

Mi amigo y editor Ulises Milla me hizo el honor de invitarme a participar, con mi amigo Américo Martín, en la presentación del libro de mi amigo Enrique Krauze. ¿Una conspiración o, para mejor y como solía decirse, un convivio de amigos? Sí, en cierta forma; sólo que no para intercambiar atenciones sino para compartir en la valoración de una obra a la que, ya lo sabemos, no le faltarán enemigos ni le sobrarán amigos.

Al recibir tal invitación, y al aceptarla, me puse en un trance que debo explicar. Sucede que soy accionista intelectual minoritario del contenido de este libro, como el Enrique historiador lo consigna. Pero sucede, también, que su autor ha extremado su gentiliza al decirme filósofo de la historia, como podrán ustedes comprobarlo en la página 217.
La conjunción de estas circunstancias me coloca, por una parte, en la obligación de velar por la salud de mi inversión, por pequeña y poco significante que fuere; y por la otra, en la todavía más comprometedora obligación de probar que la generosidad de Enrique, al declararme filósofo, no desbordó del todo lo razonable.
En realidad, bien podría desentenderme de la suerte de mi minúscula inversión intelectual; pero no podría hacer lo mismo con la comprometedora calificación recibida. Y esto por razones que parecen obvias, si se les considera separadamente. En efecto, se pretende que el filósofo se deba a la formación del saber; como se pretende que el historiador lo sea a la procuración de la verdad. Junten Uds. estas dos quimeras del intelecto y podrán hacerse una idea de mi angustia. Veré cómo compensarla.
Me creo obligado a fijar un criterio de referencia para que los juicios que me prometo hacer cuenten con alguna otra legitimidad que la muy sagrada amistad. Y digo esto porque soy historiador, y los historiadores, en ejercicio del oficio, se supone que no deberemos tener amigos; sólo pacientes.
El criterio consiste en que hace muchos años escribí algo que recordé hace algún tiempo en la Universidad de los Andes, al participar en un coloquio sobre la contribución de los testimonios de extranjeros al conocimiento de la Historia de Venezuela. Partí de la consideración de que tales testimonios, cualesquiera que hayan sido la condición y la motivación de quienes los legaron, se inscriben, necesariamente, en el marco metódico de la historia de lo contemporáneo. Esta comprobación me llevó a invocar la modalidad testimonial que he denominado “la mirada del vecino de enfrente”, e hice algunas consideraciones sobre la circunstancia de que el tal vecino ve con más atención, y quizás con mayor agudeza crítica, la fachada de nuestra casa; pero no con igual penetración el interior de la misma. En cambio, no parece que nosotros prestemos una atención equivalente a la fachada de nuestra casa. Pero cabe tener claro que si bien la mirada del vecino no capta toda la realidad de nuestra casa; tampoco lo hacemos nosotros cuando ignoramos, o peor aún si prescindimos, de lo captado por la mirada del vecino de enfrente.
Pero ocurre que la mirada del vecino del frente será necesariamente incómoda. Lo será cuando perciba en nuestra fachada resquebrajaduras y deslucidos que denuncien nuestra falta de previsión, si no nuestra indolencia. Pero no lo será menos cuando transpire benevolencia o tolerancia. Los historiadores estamos armados metódicamente para encarar ambas posibilidades. Para ello nos acogemos al precepto de que no hay testimonio que sea totalmente cierto, como no lo hay, tampoco, que sea totalmente falso. Aunque no debo dejar pasar la mención del juicio malicioso de quienes ven en ese precepto una argucia para que sigamos en el oficio de historiador.
Pues bien, al contribuir a presentar la obra de Enrique me hallo en el siguiente disparadero. Debo y quiero presentar una mirada del vecino de enfrente que revela no sólo agudeza, sino también y sobretodo, una simpatía venezolanista pasada, eso sí, por una capacidad crítica que se halla en permanente estado de ebullición, generada ésta por la pasión que acompaña la comprensión de lo observado, y por la inquietud causada en el testigo por lo que le es propio; pasión e inquietud que se ven reflejadas tanto en lo observado como en la necesidad de comprender lo observado. Y tal es la visión de Enrique: una de vecino de enfrente que no se corresponde con la de los entomólogos “científicamente objetivos”; ni se halla contaminada por la que he denominado la piedad latinoamericanista, expresión que hacía sonreír a mi admirado y siempre recordado amigo Charles C. Griffin.
En una de nuestras gratas conversaciones, comuniqué a Enrique una duda benévola sobre si el venía a comprender Venezuela contemporánea o a interpretar su México de un futuro posible. No me respondió; pero tampoco convino en mi dicho. Reflexionando sobre este brevísimo episodio hallo que mi pregunta nació de mi sedimentario amor por esa suerte de China de América, formada por los Méxicos. En su sobrecarga de experiencias históricas les faltaba la que hoy viven, es decir la de emprender la marcha hacia la instauración de un auténtico régimen sociopolítico democrático, como instancia necesaria para dotarse de una sociedad genuinamente democrática.
La atenta lectura de este libro me ha confirmado la que en el momento de conversación que acabo de recordar parecía ser sólo una sospecha. La expresaré de esta manera: Enrique vino a estudiar cómo los venezolanos hemos sido quebrados en el sexto grado de nuestra democracia, y cómo nos hemos esforzado en aprobar los exámenes de reparación, como el presentado el reciente domingo 23 de noviembre. Lo ha hecho con la determinación, inconfesa pero evidente, de contribuir, con su lúcido pensamiento y su ágil pluma, a que los mexicanos no sufran descalabro semejante cuando apenas inician la primaria de su democracia.
Pero al hacer esto, Enrique no incurre en pecado, ni como historiador ni como escritor. Quizás el mismo propósito movió a otros ilustres vecinos que observaron nuestra fachada. Benjamin Bentham lo hizo, al refugiar sus anhelos republicanos en la contemplación de la República de Colombia, moderna y liberal. Pero algo fundamental diferencia, en la prosecución de su propósito, a estos dos ilustres observadores. Bentham aspiraba a la instauración de un orden liberal universal, en el que cupiera Gran Bretaña; pero su presunción de arquitecto de Estados racionales no destila simpatía por los entonces colombianos aprendices de ciudadanos. En cambio, el autor de esta obra, que hoy recibimos, se sitúa, clara y decididamente, al lado de los venezolanos que trabajamos por mantener viva nuestra democracia; y por devolverle su esplendor, el mismo que fue punto de referencia para todos los demócratas de América y del mundo, como pude percibirlo directamente en mi función diplomática y académica.
No creo que estas palabras sean una carga difícil de soportar por los recios hombros intelectuales de Enrique. El es veterano de muchas campañas; y vencedor de muchas batallas. Los venezolanos demócratas acogemos este libro como el arma aportada, por un voluntario combatiente por la democracia, a quienes aquí combatimos por ésta.
Germán Carrera Damas (Presentación del libro El poder y el delirio, Caracas, 5-12.08)

El poder y el delirio


Quienes consideran al comandante Hugo Chávez un ser primitivo y superficial juzgándolo sólo por sus apariciones televisivas, en las que derrocha truculencia, demagogia, vulgaridad, diatribas y jerga, se llevarán una sorpresa leyendo el libro que el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze ha dedicado al presidente venezolano: El poder y el delirio. En su intenso rastreo, Chávez aparece, desde adolescente, antes de ingresar al Ejército, como un joven abrasado por una pasión subversiva y patriótica, que practica el béisbol con éxito y devora libros de historia de su país, biografías de sus héroes y escudriña sin tregua la vida y proezas de Bolívar a quien profesa un culto religioso y sueña con emular.
Más tarde, ya de oficial, experimentará una singular conversión a la ideología y los designios revolucionarios de los guerrilleros a quienes ha sido enviado a combatir a la región de Anzoátegui. Allí, en los setenta, leyó un libro que, según Krauze, cambió su vida: El papel del individuo en la historia, del padre del marxismo ruso, Gueorgui Plejánov. A partir de entonces, mezclando reflexiones propias con lecturas de Marx, Lenin y panfletos revolucionarios latinoamericanos, al mismo tiempo que a su devoción por Bolívar añadía la fascinación por Fidel Castro, irá construyendo su peculiar ideología, una alianza de militarismo, marxismo y fascismo, en el que el eje y motor de la revolución es el héroe epónimo, entendido éste en la acepción carismática y trascendental que le atribuyó Carlyle en su libro (tan admirado por Hitler) De los héroes y el culto de los héroes. Todo esto ocurre en el secreto, claro está, pues el Ejército del que forma parte Chávez se halla en aquellos años identificado con los gobiernos democráticos de Venezuela y empeñado en una lucha difícil contra las guerrillas que, apoyadas por Cuba, han abierto varios frentes de lucha en el interior del país. Dentro de sus filas, Chávez forma sociedades secretas y conspira ya entonces preparando la toma del poder mediante un golpe, algo que sólo intentará, fracasando en el intento, años más tarde, en 1992, durante el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez.

De manera que cuando el comandante Chávez sube al poder, en 1998, ungido por los votos de los electores venezolanos, está lejos de ser un improvisado. Va a poner en práctica un proyecto político y social que irá puliendo y radicalizando desde el gobierno, pero que ya le rondaba la cabeza desde su juventud. Ésta es también una tesis que hace suya el ex presidente boliviano Jorge Quiroga, para quien Chávez es un astuto estratega que, detrás de sus extremos histriónicos, va edificando sin prisa ni pausa y a golpes de chequera -de petrochequera- un imperio continental estatista, totalitario y caudillista. Este proyecto, dice Krauze, aunque se promueve a sí mismo con una retórica revolucionaria y marxista, tiene, por su componente militarista, vertical y sobre todo el culto irracional del héroe, una entraña fascista, y su semejanza mayor, en América Latina, son Perón y el peronismo.
Uno de los aspectos más interesantes de la investigación de Krauze es mostrar la influencia que ejerció sobre Chávez un pintoresco personaje de híbrido prontuario, Norberto Ceresole, peronista, profesor de la Escuela Superior de Guerra en la URSS, representante de Hezbolá en España, antisemita y neonazi militante, autor de libros de geopolítica que negaban el Holocausto. Luego de haber estado vinculado a la dictadura militar de izquierda del general Velasco Alvarado en el Perú, Ceresole se convirtió en asesor y panegirista del comandante Chávez, a quien acompañó en sus giras por el interior de Venezuela.
El poder y el delirio es un libro muy ameno, compuesto de ensayo histórico, reportaje periodístico, documento de actualidad y análisis político. Traza un animado fresco del pasado inmediato venezolano, donde encuentra las raíces secretas de la crisis que abrió a Chávez las puertas del poder en el deterioro, despilfarro y corrupción en que degeneró una democracia que, a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, y con el Gobierno de Rómulo Betancourt había abierto un período, ejemplar en ese momento latinoamericano, de libertades públicas, fortalecimiento de las instituciones civiles y de la legalidad, a la vez que de intensa preocupación social.
Con justicia, Krauze llama a Betancourt "la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina", pues no sólo impulsó la libertad en su país sino luchó sin desmayo contra todas las dictaduras, de Trujillo a Fidel Castro, que mantenían al continente en el atraso y la barbarie. Si la llamada "doctrina Betancourt" que quería comprometer a todos los gobiernos democráticos del continente a romper relaciones y a acosar diplomáticamente a todo régimen de facto hubiera prosperado, otra sería la suerte política de América Latina en la actualidad. Por eso fue atacado con ferocidad sin igual por los dos extremos y se salvó de milagro de los varios atentados contra su vida. Krauze tiene razón: Rómulo Betancourt fue un demócrata cabal, un estadista honrado y lúcido, y si todos los gobernantes que lo sucedieron hubieran seguido su ejemplo jamás hubiera surgido en Venezuela un fenómeno como el de Chávez. Por desgracia no fue así y, al igual que en otras democracias latinoamericanas, la ineficiencia y la corrupción que vinieron después hicieron que grandes sectores sociales, frustrados en sus anhelos, se dejaran seducir por los cantos de sirena revolucionarios. Y, ahora, mientras luchan por recuperar la democracia que perdieron, aprenden (¿aprenden, de verdad?) que el sacrificio de la libertad es siempre inútil, pues los hombres fuertes y caudillos acarrean siempre peores males que los que pretenden remediar.
En los animados diálogos y mesas redondas y entrevistas con intelectuales venezolanos de distintas tendencias que acompañan el ensayo de Krauze, se despliega toda la complejidad de la situación actual en Venezuela, y queda claro que hay criterios muy diversos entre los análisis que hacen distintas figuras de la oposición, de un Teodoro Petkoff a un Germán Carrera Damas o a un Simón Alberto Consalvi, para explicar el fenómeno Chávez. Pero lo que surge de todo ese rico material polémico es algo que resulta muy alentador: lo más graneado y sólido de la intelectualidad venezolana, sea de izquierda, de centro o de derecha, milita en las filas de la oposición democrática al régimen caudillista de Chávez y trabaja para impedir que el proyecto autoritario cancele los espacios de libertad que aún sobreviven. Y todos parecen coincidir en la convicción de que esa lucha por la libertad debe ser pacífica, de ideas y principios, y electoral. Esta es la primera vez en la historia de América Latina en que un régimen "revolucionario" no ha conseguido reclutar a un solo artista, pensador o escritor de valía y más bien se las ha arreglado para ponerlos a todos ellos en la oposición. Vale la pena subrayarlo y celebrarlo porque lo cierto es que hasta ahora todas nuestras dictaduras, sobre todo si eran de izquierda, han tenido cortesanos intelectuales, y a veces de alto nivel.
No es menos extraordinario que en la resistencia a Chávez militen, en la vanguardia, los estudiantes universitarios, en su gran mayoría, y sobre todo los de las universidades públicas, es decir, los de origen social menos próspero. Enrique Krauze entrevista a varios de ellos y hace un perceptivo examen de las razones que han llevado a los jóvenes venezolanos a rechazar la supuesta "revolución socialista del siglo XXI" y a movilizarse, en diciembre del año pasado, contra el intento del régimen de Chávez de legitimar su eternización en el poder mediante un plebiscito. La derrota que allí experimentó el régimen, por primera vez, es una fecha histórica, porque desde entonces ha cambiado la correlación de fuerzas, y ello ha quedado demostrado el pasado 23 de noviembre, con los resultados de las elecciones en las que la oposición conquistó los cinco Estados principales del país y un gran número de alcaldías. No creo que sea wishful thinking predecir que desde ahora, y aunque ello tome tiempo, Venezuela dejará de retroceder hacia el autoritarismo pleno y avanzará de nuevo hacia una democracia renovada, enriquecida por la experiencia y vacunada contra los errores que engendraron la anomalía de la que ahora trata de emanciparse.
Mario Vargas Llosa (El País, España, 14.12.08)

El caudillismo es una patología endémica en América Latina

Enrique Krauze es un especialista en caudillos. Krauze es un gran historiador mexicano que ha puesto bajo la lupa a estas peculiares criaturas. “Hay gente pa’tó”, decía el torero. Pudo darle por las arañas o los escorpiones, pero le dio por los caudillos. Y es bueno que así sea. El caudillismo es una patología endémica en América Latina y entenderla es una manera de tratar de evitarla o, al menos, de aprender a sobrevivirla, aunque hasta ahora no se conoce otra cura que salir corriendo hacia las balsas al primer síntoma de que ha llegado un tipo a salvarnos.

Prácticamente todos los países de este pobre mundillo nuestro latinoamericano han padecido a los caudillos. Son esos tipos palabreros y carismáticos, tuteadores de Dios, que cuando estamos en crisis se encaraman en una tribuna, seducen a las masas, se apoderan de la casa de gobierno, hacen trizas las instituciones, agotan el tesoro, nos endeudan hasta las orejas, se declaran indispensables, se eternizan en el poder y, como no se están quietos, y están llenos de iniciativas extravagantes, agravan hasta la locura todos los problemas que existían antes de la aparición de ellos en un carro de fuego.
En el siglo XX los dos caudillos más emblemáticos y pintorescos de América Latina han sido el argentino Perón y el cubano Fidel Castro. Perón murió en 1973, pero como el peronismo tiene algo de tablero de Ouija, Perón sigue dando guerra por medio de una variopinta descendencia ideológica que incluye gente de rompe y rasga a la derecha de Gengis Khan y a la izquierda de Lenin. Fidel Castro no ha conseguido morirse todavía, pero lo ensaya tesoneramente desde el verano de 2006, cuando se le amotinaron en los intestinos unos divertículos al servicio de la CIA que lo han dejado flaquito y turulato, como esos viejitos locos que uno ve riéndose y hablando solos en todos los pueblos españoles.
Hugo Chávez, en fin, es hijo de Fidel Castro y nieto de Juan Domingo Perón. Enrique Krauze acaba de filiarlo con total precisión en un brillante libro que, desde ya, se convierte en lectura indispensable para todo aquel que se empeñe en la ingrata tarea de tratar de comprender a la América Latina de nuestro tiempo. La obra se llama El poder y el delirio, la publicó Tusquets en España, y es un estudio a fondo de Venezuela y de Hugo Chávez, lo que inevitablemente precipitó a su autor a mezclar la historiografía con el ensayo, el periodismo, la entrevista y el psicoanálisis, porque solo así, con una mirada poliédrica, como de mosca, se puede abordar de manera inteligible un drama tan complejo e irracional como el venezolano.
El asunto es muy importante. Aunque Hugo Chávez es un personajillo de cuarta categoría, una especie de Idi Amin Dada de Sabaneta, conecta muy bien con una amplia zona de América Latina que pertenece a esa misma liga –la del populismo mágico que compra y vende conciencias con dinero público, hasta que las conciencias y el dinero se acaban–, y a base de petrodólares está creando su imperio ideológico a una sorprendente velocidad.
A diferencia de su padre Fidel, que en enero cumplirá 50 años al frente del negocio de mandar, en su larga vida de tirano intervencionista solo pudo colonizar a Nicaragua, y apenas durante una década, Chávez ya cuenta con Bolivia, Ecuador y Nicaragua bis, mientras se afila los dientes ante el probable triunfo del chavismo en El Salvador dentro de pocos meses.
¿A dónde irá a parar este fenómeno? Descartarlo porque es una cosa disparatada no parece sensato. Mussolini y Hitler, bien mirados, eran también un par de payasos intoxicados con las más absurdas teorías y eso no les impidió seducir a las muchedumbres y organizar el peor matadero de la historia. Hay países, hasta ahora, que parecen inmunes al chavismo (Chile, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Colombia, tal vez México, en general los que el embajador estadounidense Manuel Rocha llama “América Uno”), pero el resto del continente puede sucumbir a esta enfermedad y arruinar con ello a un par de generaciones tontilocas.
Francamente, no es mucho lo que puede hacerse. Por lo pronto, sentarse a leer cuidadosamente El poder y el delirio, cruzar los dedos de que no nos toque, e ir fabricando una balsa, que fue lo que se le ocurrió al avispado Noé cuando se olió que iba a comenzar a llover.
Carlos Alberto Montaner (Prensa.com, Panamá, 14.12.08)

viernes, 12 de diciembre de 2008

Alerta Krauze a empresarios



MÉXICO, DF, 11-Dic .- El historiador Enrique Krauze hizo una "llamada de alerta" a los empresarios que se reunieron la noche del miércoles en el Club de Industriales, para evitar que sea dañada la democracia que hasta ahora ha sido alcanzada en México.Durante la presentación de su libro El Poder y el Delirio (Tusquets), en la que lo acompañaron los politólogos Jesús Silva Herzog Márquez y Alberto Barrera, el autor señaló a los empresarios de Venezuela como agentes fundamentales del "suicidio" y daño severo a su democracia."Los empresarios, recordando una frase de Lenin, son especialistas en mirar a corto plazo, en no interesarse por la vida pública realmente. Especialmente los empresarios son tan miopes, que nos van a vender las sogas con las que vamos a colgarlos.
"Muchos de ellos apoyaron a Hugo Chávez y atacaron frontalmente a la democracia venezolana que, por supuesto era imperfecta, pero que había tenido una continuidad institucional de muchos años y la dejaron morir", advirtió.
Aseguró que los medios de comunicación masiva tuvieron una inmensa responsabilidad en ese derrumbe al improvisar la "antipolítica", hábito que se está practicando afanosamente en México.También los intelectuales jugaron un gran papel en esta demolición, insistió, ya que muchos escribieron de la putrefacción de los partidos y de la corrupción y caminaron sobre la delgada línea que existe entre la crítica y la antipolítica.
El autor comparó a Venezuela con México y llegó a la conclusión de que ese país cuenta con una sociedad mucho más democrática que la mexicana.Después de viajar en tres ocasiones a Venezuela, Krauze concluyó que la democracia está incorporada a las costumbres de esa nación y prueba de ello es que hay debate público con la oposición."Quizá porque están tan acorralados por Chávez que los ha vuelto mucho más alerta."Pero en México seguimos dormidos, el ruido no es igual que el estar alerta. El griterío no es lo mismo que debate público inteligente. El nivel de las páginas editoriales en los diarios es penosamente bajo, salvo excepciones", comentó.
Aseguró que Venezuela aventaja a México en la existencia de una izquierda democrática y liberal moderna. Aunque vislumbra la voluntad de que nazca, está "muy verde" porque no cuenta ni con órganos periodísticos ni con intelectuales que la apoyen.
En México, las universidades públicas siguen soñando de una u otra forma con el "mito de la Revolución", dijo."Esas universidades públicas contrastan mucho con las universidades democráticas de Venezuela, porque ahí no van a encontrar estudiantes, más que en un porción delgada, que simpaticen con el régimen autoritario de Chávez, puesto que saben que este hombre es una hipoteca a la democracia y al país", puntualizó.
Krauze insistió al auditorio en que el poder y el delirio es algo que pudo sobrevenir en México."Tenemos que estar alertas y decidirnos si somos inquilinos o ciudadanos de este país. Yo los invito a todos a ser ciudadanos", agregó.
Dora Luz Haw (Reforma, 12.12.08)

Chávez, la democracia, Venezuela

Es innegable que la sombra del castrismo se proyecta sobre Venezuela, mezclada con la del bolivarismo de Hugo Chávez, pero lo es también que la influencia que Fidel Castro se ha propuesto siempre ejercer más allá de las fronteras de Cuba ha sido uno de los más constantes empeños del dictador comunista desde hace cinco décadas. Y Venezuela, Krauze nos lo recuerda, fue el primer país de América Latina al que, ya en la década de 1960, Castro se empeñó en exportar sus ideas y métodos.

Uno de los aciertos de este libro se desprende precisamente de su enfoque del peso e influencia de la revolución cubana en Venezuela. Salvo los de algunos historiadores e intelectuales venezolanos, los comentarios que inspira la reciente cubanización oficial de este país bajo la férula del caudillo de Sabaneta no toman en cuenta que esa influencia y ese peso se remontan a los inicios del régimen cubano, que el próximo 1º de enero cumplirá la friolera de medio siglo. Pero esto no ha de sorprender a nadie: fuera de ámbitos académicos especializados, lo que se publica sobre Venezuela fuera de sus fronteras revela casi siempre una abismal ignorancia de su historia y de su realidad, especialmente complejas ambas. Y algo mucho peor: una no menos abismal indiferencia.

En España abundan los opinadores cuyas audaces tergiversaciones sobre lo que es o representa o significa el régimen de Chávez lo son en medida inversamente proporcional a sus conocimientos de la realidad histórica de Venezuela. Se escribe, casi siempre, menos sobre Chávez que contra él o lo que el comentarista de turno supone que representa, y desde luego casi nunca se escribe con ánimo de comprender la realidad venezolana. De ahí la exclusiva y magnificada presencia de Chávez, que por estos pagos ha acabado haciendo de su nombre una metonimia de Venezuela, y las simplificaciones habituales sobre su pintoresco talante (sus bravatas de histrión populachero, su lenguaje soez, sus reality shows televisados) o sobre su radical malignidad de dictador totalitario. De hecho, quien de Chávez y su régimen sólo conozca lo que opinan los periodistas españoles ha de concluir forzosamente que Venezuela es una cárcel igual en todo punto a la cubana o una especie de Albania trasplantada a América del Sur. Pero mejor será dejarlo de este tamaño: la desidia y el desaliño intelectuales, melancólico hábito peninsular, apenas consiguen disfrazar al viejo demonio castizo de la ideologización a ultranza (se escribe contra Chávez apuntando con una mano a Castro y con la otra a Zapatero).

Por otro lado, de ese acierto innegable (el correcto enfoque y contextualización histórica de la revolución cubana en el ámbito venezolano) también se desprende lo que considero una lectura apresurada, aunque ciertamente elegante, del proceso político venezolano de las últimas cuatro décadas. Krauze constata que en buena medida la izquierda venezolana que abrazó con entusiasmo la revolución cubana (los Teodoro Petkoff, Américo Martín, Carlos Raúl Hernández), con el tiempo no sólo renunciaron al furor y el delirio guerrilleros, sino que han acabado convirtiéndose en auténticos demócratas. Pero resulta que ese viraje y cambio de piel de algunos de los principales actores de las guerrillas venezolanas de los sesenta ha coincidido con el lento desgaste de la democracia venezolana, que desemboca en la revolución chavista. De ello Krauze, sensible como todos los intelectuales a las simetrías nítidas y las metáforas claras, deduce una perplejidad: cómo es posible que la sociedad venezolana, incluida la izquierda más radical, acabara haciendo suyos los ideales democráticos y, al mismo tiempo, Venezuela haya desandado ese proceso, pasando de la democracia a la revolución.

Me parece que se trata de una aporía de fácil solución: la clave está en la palabreja revolución. Que Hugo Chávez y sus seguidores repitan a la saciedad que han traído la revolución a Venezuela no quiere forzosamente decir que el gobierno de Chávez sea revolucionario, del mismo modo que el tan cacareado socialismo del siglo XXI es menos un cuerpo de doctrina que un cascarón vacío (útilmente vacío, en el que Chávez mete lo que le conviene según las circunstancias: ayer las Misiones, hoy los submarinos rusos).

Pero esto es peccata minuta. Krauze, que es historiador riguroso, ha dedicado casi un año pleno a investigar su tema, y lo ha hecho no sólo sentado en su casa leyendo libros y navegando por internet, sino además viajando en un par de ocasiones a Venezuela y entrevistando a intelectuales, periodistas, académicos y políticos de todas las sensibilidades. Salvo a uno: a Hugo Chávez, precisamente, pero no porque no lo haya intentado, sino porque el presidente venezolano se negó a prestarse al ejercicio. En realidad, esta ausencia tiene una importancia relativa: lo único que habría aportado a su análisis es una confirmación empírica del rico y minucioso retrato que Krauze traza de él, basado en numerosos testimonios y en sus innumerables discursos y pronunciamientos.

Es otro punto fuerte del libro de Krauze: por vez primera contamos con un retrato biográfico de Chávez exhaustivo, y no ceñido sólo a su trayectoria personal, su carrera militar y su estilo de gobernar, también atento a influencias ideológicas determinantes para su proyecto bolivariano y socialista, desde el Plejánov de El papel del individuo en la historia hasta los delirios fascistas y antisemitas del argentino Norberto Ceresole (desde que este fanático dejó de asesorar directamente a Chávez, se suele olvidar que fue su tutor intelectual tras su primera llegada al poder, hace diez años).

El retrato de Chávez trazado por Krauze tiene la doble virtud de rastrear los orígenes del culto a Bolívar en algunos rasgos de la personalidad de este individuo, decidido desde su infancia a identificarse mediante el más desatado y pueril mimetismo con los grandes hombres, y a la vez ensayar una explicación de la mitificación heroica de los próceres y caudillos venezolanos atenta a las lecturas oficialistas de la historia de Venezuela, todas ellas pródigas, desde el siglo XIX, en hipóstasis gloriosas. De paso, Krauze recuerda, en el caso del culto a Bolívar, lo que ya habían advertido algunos historiadores venezolanos: hasta el régimen de Juan Vicente Gómez, ese culto fue de derechas, y desde entonces ha mutado en herramienta populista de la izquierda.

Del mismo modo, Krauze abre el abanico ideológico para ver en el culto a los héroes y hombres providenciales al que tan afecto se muestra Chávez una pervivencia de la tradición inaugurada por Thomas Carlyle y prolongada un siglo después en los fascismos y el nazismo. Ello le permite, interesantemente, desmontar una de las principales coartadas ideológicas del chavismo, pretendidamente arraigado en el marxismo. Y lo hace proponiendo un inteligente paralelismo entre Chávez y el Luis Napoleón Bonaparte del 18 Brumario de Marx, y demostrando que Chávez y los chavistas, empeñados en hacer de Simón Bolívar un precursor del socialismo, obviamente no han leído el juicio terriblemente severo que el Libertador de Venezuela le mereció a Marx.

Pero no se piense que El poder y el delirio agota su tema e interés en este enfoque múltiple de la figura de Chávez. A Krauze le interesaba, al abordar su investigación venezolana, comprender lo que está sucediendo en ese país, convencido de que lo que se juega en Venezuela afecta y afectará al destino de la democracia en toda América Latina. Para comprender a cabalidad lo que está sucediendo en Venezuela es obligado, desde luego, someter a análisis a Chávez y al chavismo, pero no lo es menos comprender la historia reciente del país. Y aquí estriba el interés y la originalidad del libro. Ojo: Krauze no ha descubierto esa historia, ni pretende hacerlo. Ha tenido la cortesía, elemental y necesaria en un investigador, de consultar, extractar y resumir décadas de análisis y estudios sobre la historia venezolana, que no circulan fuera de su ámbito original o cuando lo hacen quedan encapsulados en muy angostos ambientes académicos.

El lector no venezolano tiene aquí, pues, no tanto un libro sobre Hugo Chávez cuanto tres libros en uno sobre la compleja realidad de Venezuela: sobre la pervivencia y mutación de ideologías que encarnan en Chávez y el chavismo, sobre las claves históricaslocales que explican en parte la aparición del bolivarismo y el socialismo del siglo XXI y sobre la manera de enfrentarse al mismo de muchos venezolanos. Esta última faceta es, además de justa, conmovedora, porque Krauze, después de haber pulsado las opiniones y calibrado las posturas de unos y otros –chavistas y antichavistas, oficialistas y opositores–, y de los más agudos e informados observadores y analistas de la realidad venezolana, llega a la alentadora conclusión de que la democracia venezolana (que en las páginas dedicadas a Rómulo Betancourt perfila como la más adelantada y fructífera de todas las experiencias democráticas hispanoamericanas) no sólo no ha muerto, sino que probablemente ni siquiera Hugo Chávez consiga liquidarla.

A pesar de los nubarrones que siguen cerniéndose sobre Venezuela, esa percepción no parece destinada sólo a insuflar ánimos a los sufridos ciudadanos de este país. Cualquiera que conozca el apego real de los venezolanos a la democracia puede sentirse autorizado a compartir esa esperanza.


Ana Nuño (Libertad digital, España, 12.12.08)

Bolívar dice ¡No!

DESDE CUMANÁ.- Como “especie de de tele-evangelista" caracteriza a Hugo Chávez el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, autor de El poder y el delirio. ¿Habrá racional que lo contradiga? 10 años lleva Chávez usando la TV en modo similar al de ese género de engañamundos, apoyándos, como ellos, las más primarias emociones para su delirio de sustituir a Simón Bolívar como héroe prototípico del SXXI y propagar lo que también Krauze denuncia como un proyecto “regresivo y altamente peligroso para América Latina”, y con base en Don Petróleo para el globalizado universo.
No creo, a diferencia de Krauze, que Chávez esté logrando imponer su recetario ideológico de pacotilla y plastilina. Ni en el país, ni en el continente, ni en el mundo. Su visión de mundo es, sí, un delirio, mas no a la altura nevada del Chimborazo, sino uno, jipucho, como el que la insolación provoca en los llanos. Simpllista, moldeable, tal visión obnubilada es anacrónica. El sonámbulo funámbulo y prestidigitador mueve veloz, de aquí para allá y viceversa, mientras habla sin cesar, tres tapitas y una metra. De pronto para y pregunta al transeúnte emboscado en la Avda. Bermúdez dónde está la metra que simuló dejar bajo la tapita del siglo XXI, siendo que está bajo la de mediados del XIX (entre tanto, unos candidatos suyos han distraído varias carteras al público amontonado y distraído) . Igual sucede en las vociferantes cadenas, el Aló, Presidente y los mitines de la reciente campaña en que fue Uno y Trino multiplicado por ocho y hecho un ocho por efecto de tener que obrar como pluricandidato a alcaldías y gobernaciones, vista la ineptitud de los ineptos secuaces a quienes promovió alzándoles la mano e imponiéndoles lealtad no a la nación, sino a su personalidad que –objeto de culto– deviene la Nación misma.
El aspirante a "héroe prototípico del siglo XXI", no hace asco a la compra de conciencias débiles o necesitadas con bolívares ‘fuertes’ o con electrodomésticos.Enciende actos inicuos que siembran terror en los actos de toma de posesión de opositores electos por el voto popular y desmantelan gobernaciones y alcaldías por éstos ganadas. Todo –lo juran sin vergüenza ninguna– para formar al Hombre Nuevo y la Nueva Mujer y Madre que edificarán el socialismo S XXI, endogeneidad suprema de la SuperVenezuela rojarrojita. La treta tele-evangélica” manipula al Libertador, a su ideario. De él entresaca frases destinadas a la autoconsagración del Santo Aspirante a la Reelección Perpetua, como esa que celebra su entrega íntegra y pura al servicio de la patria, entrega en la que nada pierde, aunque en verdad el entregado mueve las tapitas para ocultar otras frases en que el héroe juzga “insoportable el espíritu militar en el mando civil” (1829) o advierte enérgico: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el Poder” (Angostura, 1819).
Es Bolívar rechazando lacastrocracia y exclamando “¡No! a la enmienda”.
Silvia Orta Cabrera (El tiempo.com, Venezuela, 12.12.08)

jueves, 11 de diciembre de 2008

El historiador mexicano se mete en las entrañas de Venezuela

El analista Jesús Silva-Herzog Márquez celebró anoche el nuevo libro de Enrique Krauze, El poder y el delirio, porque "es una extraordinaria manera de compendiar los muchos oficios que ha ejercido el autor en su fructífera labor intelectual".
Durante la presentación del volumen, en el Club de Industriales de México, apuntó que la publicación ata todos los cabos sueltos que el historiador había regado en otros trabajos, "y todos están perfectamente articulados, orgánicamente vinculados en una obra que, dentro de la bondad del ensayo político, es un texto que contiene una profunda reflexión histórica".
Como toda la obra de este autor, apuntó el experto en temas políticos, el nuevo libro tiene "una particular vocación por descifrar los misterios y los símbolos de los hombres, de los personajes, de sus biografiados, y, al mismo tiempo, es una clara muestra del talento del conversador que es Krauze".
En la presentación, a la que asistió también Alberto Barrera, Silva-Herzog destacó que ese conversador, en el ir y venir de la charla, puede presentar un panorama en donde no hay una sola línea de pensamiento, ni un solo argumento, sino un entrecruce de visiones políticas que aloja en el ensayo.
En su participación, Silva-Herzog Márquez dijo que "los novelistas suelen presumir que su género es el más hospitalario de las artes, porque pueden alojar la narración y la biografía, la poesía y el teatro".
Pero "Krauze nos ha recordado, en el sentido literario, la prodigiosa elasticidad del género ensayístico y en esta obra de madurez intelectual, encontramos la posibilidad de reunir todos esos elementos que dan la gran ventaja de presentar un mosaico de complejidad", anotó.
No se trata, dijo, "de un panfleto que trate de encarar frente a los ojos a Hugo Chávez y disparar una munición tras otra. Es un libro que trata de incorporar las razones de un régimen, de ver los motivos que explican el surgimiento de este sistema político".
En su libro, Krauze indaga sobre la personalidad del presidente venezolano, su trayectoria política, en la que se pregunta sobre si es el artífice del socialismo del siglo XXI o un aprendiz de dictador, así como la situación ante este caso de Venezuela.
Para intentar responder a estas preguntas, el autor escribió este libro que contiene varios registros: crónica periodística, entrevista, coloquio, reflexión, retrato biográfico y análisis político con una visión de la historia de Venezuela.
Notimex (Mundo hispano, 11.12.08)

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Krauze y Vargas LLosa en Caracas


Cuando nos reuniéramos con Enrique Krauze en un cordial desayuno criollo en casa de Simón Alberto Consalvi, ninguno de nosotros podía augurar lo que estaría sucediendo exactamente un año después en nuestro país. Ni que de esa reunión nacerían dos muy importantes iniciativas: un maravilloso libro sobre Hugo Chávez, sin duda alguna la obra más importante escrita hasta hoy sobre este extraordinario proceso político, y un movimiento civil que se convertiría en referencia obligada de la vida política nacional: el Movimiento 2 de Diciembre Democracia y Libertad. Como lo recuerda en su libro, y ya lo habíamos olvidado, fue él quien tuvo la feliz ocurrencia de señalarnos que esa fecha tenía resonancias magnéticas y podría servir de nombre a un gran movimiento de opinión. Su propuesta no cayó en saco roto.

Simón Alberto Consalvi nos convocó a Elías Pino Iturrieta, a Elsa Cardozo, a Germán Carrera Damas, a Nelson Rivera, a Frank Viloria y a mí a desayunar en su casa del Alto Hatillo con el afamado historiador mexicano Enrique Krauze, a quien no conocíamos personalmente. No transcurrían 48 horas desde el histórico triunfo del NO del 2 de diciembre y los ánimos estaban exultantes. Krauze, un intelectual de aspecto anglosajón cercano a los 60, todavía joven aunque de hablar reposado y ávido de conocimientos sobre el apasionante proceso que vivimos los venezolanos, había sido tocado por la fascinación del trópico caraqueño. Ese golpe de magia que seduce a primera vista y genera lazos de apasionada relación, casi siempre indestructibles, como lo sabemos quienes lleguemos de paso y nos anclamos para siempre.

Fue en muchos aspectos un encuentro inolvidable. Acabábamos de derrotar por primera vez de manera inapelable al monstruo invencible, que se revolvía indignado de despecho y se aprestaba a lanzar su bautismo escatológico sobre una inobjetable y limpia victoria electoral. De las brumas de la confrontación emergía la figura fulgurante de un joven universitario a la cabeza del renacido movimiento estudiantil, Yon Goicoechea. Krauze no se resistió ni quiso resistirse al embate de nuestro entusiasmo. Se fue cargado de libros, de consejos, de apreciaciones sobre pasado, presente y futuro de nuestro atribulado país. Del intercambio de opiniones entre la situación mejicana y la venezolana recuerdos dos momentos particularmente memorables. “Están ustedes viviendo un despertar y puede que el amanecer les ande rondando muy cerca”, recuerdo haberle oído. “Nosotros los mejicanos, en cambio, puede que estemos entrando a lo más profundo de nuestra noche.” Ya nos despedíamos y como compromiso a futuro nos dijo, para nuestro asombro, “de lo que aquí suceda dependerá el destino de Centroamérica, de México y de América Latina”. Le suscitó particular admiración el despertar de un sentimiento auténticamente democrático y liberal en nuestra sociedad. Y prometió encontrarse cuanto antes con los estudiantes para conocerlos personalmente, pues un movimiento estudiantil situado ideológicamente en las antípodas del guevarismo castrista – que abruma a la juventud universitaria de un extremo a otro de nuestro continente, particularmente en México - le pareció un fenómeno absolutamente insólito.

Por esa misma fecha, la Fundación Bicentenario Simón Bolívar de la USB en la que compartimos anhelos Pompeyo Márquez, Inés Quintero y otros intelectuales venezolanos y cuya Secretaría Ejecutiva me honro en ocupar tuvo la feliz iniciativa de proponerle al Consejo Universitario la concesión del Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, sin duda ninguna el escritor latinoamericano más prestigiado en el mundo entero. Las razones estrictamente formales tenían que ver con la celebración del cuarenta aniversario de la fundación de la USB. Las razones intelectuales son de tanto relieve, que ni siquiera es necesario volver a recordarlas. Pero nos parecía aún más trascendente su enconada lucha por la libertad y la democracia en un hemisferio en que los intereses de ambos valores se encuentran a la baja. Más aún: defender la democracia y la libertad desde una irrestricta defensa del pensamiento liberal convierte a Vargas Llosa en una auténtica rara avis del escenario intelectual y artístico latinoamericano. Es un hecho incuestionable: ni la democracia ni la libertad, ni muchísimo menos el liberalismo, cuentan con buena prensa en nuestra región. Asolada desde el siglo XVIII por el virus del mesianismo enciclopédico y enferma de caudillismo desde los tiempos del descubrimiento y conquista. Caudillismo acoplado desde la aparición del fenómeno castrista a los devaneos insurreccionales que ya constituyen parte consustancial de nuestro folklore político.

Dada la atribulada confusión política e ideológica que nos aqueja, tener entre nosotros a Mario Vargas Llosa, así fuera por algunas horas y en el marco de un evento estrictamente académico, no podía ser más fructífero. El Consejo universitario no tardó en concederle el Doctorado Honoris Causa y cursarle la invitación formal para que viniera a recogerlo. La fecha escogida fue el lunes 8 de diciembre. Cartas van cartas vienen, mediante la grata asesoría de Rocío Guijarro, gerente de CEDICE, el hecho cierto es que don Mario Vargas Llosa, Premio Rómulo Gallegos de novela – se lo entregó en su momento nuestro querido Simón Alberto Consalvi – se encuentra desde ayer en Caracas. Y coincide su presencia, vaya casualidades del destino, con la venida a Venezuela de Enrique Krauze, quien nos acaba de presentar su última obra. Un deslumbrante y polifacético trabajo biográfico, ideológico, crítico y periodístico sobre el fenómeno de nuestra tardía modernidad, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Actual presidente de la república por la gracia del destino. Una obra de la que me atrevería a afirmar, parafraseando a nuestro querido Julio Cortazar, que será, sobre el tema que aborda, “todas las obras la obra”.

Helos aquí: Enrique Krauze y Mario Vargas Llosa, una vez más en Caracas. Un hecho de singular significación, dado que el amanecer que vaticinó Enrique Krauze parece asomarse por sobre las cimas del Ávila, nuestro señorial emblema. Y si en su visita anterior el marco socio-político estuvo puesto por la derrota del Referéndum Constitucional propuesto por el presidente de la república, la visita actual se cumple cuando aún no se apagan las luces de artificio de la celebración del 23 de noviembre. Los tiempos se anuncian buenos. La visita de nuestros queridos amigos se cumple bajo los mejores augurios.

Una gran dosis de liberalismo: es lo que necesita América Latina, a la que tanta falta le ha hecho desde su Independencia. Comenzando por Venezuela, que tocada por la desgracia de fastuosos ingresos fiscales – el mal del petróleo – se hizo a la aventura del siglo XX prisionera de la estatolatría y el clientelismo populista más desaforados. Si en alguna de las naciones de América Latina ha dominado el ogro filantrópico de que hablaba Octavio Paz, una de las más lucidas conciencias de la modernidad latinoamericana – y Enrique Krauze, su mejor discípulo, sabe de qué hablamos – ha sido precisamente en Venezuela. Incluso su mejor producto histórico, que no son ni la independencia ni Simón Bolívar, sino la democracia popular y Rómulo Betancourt, no pudo sustraerse al influjo paralizante de los presupuestos fiscales, abultados de manera grosera e inconsciente por el baile de los millones del barril petrolero. Con sus secuelas de clientelismo y corruptocracia.

La benéfica influencia del liberalismo anglosajón de Andrés Bello sobre la sociedad chilena aún se hace sentir. Sirvió a la estructuración del Estado y a la clara delimitación de sus facultades frente al poder del individuo y las iniciativas privadas. En un sano intercambio de esferas de influencia. Pues Bello, antes que el conservador de que denostaran los pelucones chilenos, fue un ejemplar pensador liberal. Libre de ataduras y de atavismos iberoamericanos gracias a su larga y dolorosa pasantía por la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Y a su experiencia en la administración colonial bajo el gobierno de Emparan, uno de los más sorprendentes caso de liberalismo hispano. Sin la tradición política e intelectual sentada por Bello en tierras chilenas no cabrían estadistas de tanta alcurnia y templanza como Ricardo Lagos o Eduardo Frei Ruiz Tagle. La furia de los elementos quiso privárnoslo. Y él debió morir lejos de su Catuche natal. El precio que hemos pagado es incalculable.

Ciertamente: dispusimos de un Cecilio Acosta a mediados del XIX y de un Alberto Adriani un siglo después. Fueron voces aisladas en medio del bullicio de las turbamultas. La obra a su muy peculiar manera liberal de Rómulo Betancourt debió tropezar con el paternalismo preconciliar de Rafael Caldera. Y la ausencia de referentes liberales ante las presiones de la socialdemocracia y del socialcristianismo obstaculizó la emergencia de un pensamiento y de una acción que reivindicaran el libre mercado y la iniciativa privada, en el plano económico, y la tolerancia y la solidaridad en el plano político.

De esa resonante ausencia – Uslar Pietri prefirió la literatura a la política y dejó vacante un liderazgo que desde mediados de los cuarenta reclamaba por una referencia liberal ilustrada en nuestro país - y de la decadencia de la social democracia y del socialcristianismo venezolanos surge esta crisis terminal. Y el desaforado despliegue del más brutal clientelismo populista. Y bolivariano, para mayor Inri.

Venezuela, como nuestra región en su conjunto, vive hoy la grave disyuntiva de los tiempos de la globalización. O nos modernizamos, adecuándonos estructuralmente a los requerimientos de la economía global, o permanecemos prisioneros de la catalepsia de la regresión. Es la forma actualizada de la vieja disyuntiva entre civilización o barbarie que estuviese en los orígenes del pensamiento liberal en América Latina..

El proceso que vive Venezuela constituye el colmo del absurdo: vivimos la revolución más reaccionaria de nuestra historia, para nuestro mal tan llena de revoluciones. Si de algún amanecer cabe la palabra, es del despertar de la conciencia individual, de la reivindicación plena de los derechos del sujeto y la decidida intervención de todos los grupos de presión para acotar el área de influencia del Estado y ampliar tanto como nos sea posible el de la influencia de la libre iniciativa. Requerimos tanto libre mercado como nos sea posible. Y como tan bien señalan los pensadores liberales, tan poco Estado como haya menester. Ese es nuestro mayor desafío.

La presencia de Enrique Krauze y de Mario Vargas Llosa entre nosotros no constituye ninguna coincidencia. Expresa el excelente síntoma de los nuevos tiempos: la apertura hacia nuevos horizontes históricos.
Antonio Sánchez García (Analitica.com, Venezuela,10.12.08)

domingo, 7 de diciembre de 2008

Chávez no pudo cambiar el mundo

La política exterior del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, es uno de los más conspicuos laberintos de los últimos tiempos. Si uno explorara la memoria encontraría un precedente en aquel loco griego que, según Simón Bolívar en una carta al general Páez, subía de tarde en tarde a las colinas de Atenas “con el propósito de dirigir los barcos que navegaban en alta mar”.

       El presidente venezolano, en efecto, se consideró destinado a cambiar el mundo y a liberar a todas las naciones del dominio imperialista de Estados Unidos. Para lograr tales propósitos consolidó su dependencia de Cuba, analizada a fondo por el mexicano Enrique Krauze en El poder y el delirio. Buscó alianzas con Irán, Rusia y China. Siempre dio muestras de olvidar que en Rusia ya no gobernaba el PC de la URSS, y cuando visitaba China invocaba el nombre de Mao Tse-Tung, para asombro de sus anfitriones.

En una primera etapa les rindió pleitesía a los grandes del mundo. Su estilo causó hilaridad cuando trató de abrazar (y probablemente besar) a la reina de Inglaterra, quien discretamente echó uno, dos pasos atrás. Igual sucedió con el emperador de Japón, a quien le dio un abrazo tan fuerte que el monarca estuvo a punto de perder el equilibrio. En Roma, se arrodilló ante Juan Pablo II como si estuviera robándose una base en un juego de béisbol.


Simón Alberto Consalvi (El Mundo, 6.12.08)

sábado, 6 de diciembre de 2008

Defiende Krauze lucha democrática

Caracas,  Venezuela (6 de diciembre de 2008).- Anoche, los espacios del Centro Cultural Chacao, de la Ciudad de Caracas, fueron el escenario escogido para la presentación de El Poder y el Delirio, el más reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze.

Tomando como punto de partida el género de œhistoria del presente, el trabajo aporta a la bibliografía dedicada al análisis de la figura del Presidente venezolano, Hugo Chávez.

El autor estuvo acompañado de destacadas figuras del mundo intelectual político venezolano, como los historiadores Germán Carrera Damas y Manuel Caballero, y los dirigentes políticos Teodoro Petkoff, Américo Martín y Emilio Graterón.

Visiblemente emocionado, el escritor mexicano afirmó a la audiencia, compuesta mayormente por intelectuales, escritores, periodistas y estudiantes, que había escrito este libro para ellos, puesto que el proceso venezolano encarnaba la aparición, una vez más, de la sombra del caudillo, que tanto daño ha hecho al desarrollo cívico, político y moral de nuestros países.

También explicó que lo guiaba el deseo de seguir luchando por la democracia, œporque, en este mundo global, una batalla por Venezuela, también lo es por México, además de referirse al intenso proceso de investigación, que se fue extendiendo hasta producir el volumen presentado ayer, que sobrepasa las 300 páginas.

Toda la historia venezolana me hablaba: el trasfondo tiránico, la violencia la propensión a la guerra civil, ambas mucho más marcadas que en México. Aquí hay algo de pasión, de lucha fratricida mucho más dramática, expresó el ensayista.

Los aciertos de este libro que se ocupa de la vida y el proyecto político liderado por Chávez fueron destacados por el dirigente político Américo Martín y por el historiador Germán Carrera Damas, quienes intervinieron como oradores.
Carrera Damas aseveró que en Venezuela está en marcha la demolición de la república para establecer un Estado calcado del doloroso modelo cubano. 

Por eso, añadió, œesta obra se inscribe en el orden de los venezolanos que luchamos por la democracia y que queremos devolverle su esplendor. También destacó la profundidad, el análisis esbozado en El Poder y el Delirio, libro que ofrece múltiples lecturas y demuestra el interés que suscita el proceso político venezolano en el resto del continente. 

Krauze usa su ágil pluma para mostrar esta tragedia y para buscar que los mexicanos no incurran en los peligros del
caudillismo que vivimos en Venezuela, acotó el historiador. En declaraciones previas, Krauze expresó su preocupación por el reciente anuncio de Chávez sobre su deseo de plantear, en febrero próximo, una enmienda constitucional para asegurar su reelección indefinida.

Eso desde ya me parece un desacierto típico de él. La enmienda de Chávez es un ˜strike cantado. Con este libro quiero expresar mi firme deseo de que este país retome el gran camino que inventó para sí mismo, que es el modesto camino a la democracia, dijo. El escritor abundó sobre los sentidos que tiene la democracia como idea. 

Es mucho más que el Gobierno de las mayorías, mucho más que el respeto de las minorías. Es un acuerdo para administrar los desacuerdos, y mi mejor deseo es que vuelva la concordia como forma de convivencia para Venezuela, puntualizó.



Albinson Linares (Reforma, 6.12.08)