Casi la mitad de la población venezolano no es chavista. Aún así, para Chávez sólo cuentan sus seguidores. Algo muy similar ha ocurrido a los anti castristas en nuestro país, los que, en vez de formar parte de otros partidos políticos, como ocurre en Venezuela, se han visto precisados a emigrar, porque jamás se ha han permitido otras opciones. Aunque las noticias sobre lo que ocurre en Venezuela no aparecen de forma transparente en la prensa de los hermanos Castro, leyendo entre líneas, cualquiera se percata de la caótica situación política que sufre este pueblo, en su empeño por crear zonas libres del comunismo chavista.
martes, 6 de enero de 2009
El otro pueblo venezolano
Casi la mitad de la población venezolano no es chavista. Aún así, para Chávez sólo cuentan sus seguidores. Algo muy similar ha ocurrido a los anti castristas en nuestro país, los que, en vez de formar parte de otros partidos políticos, como ocurre en Venezuela, se han visto precisados a emigrar, porque jamás se ha han permitido otras opciones. Aunque las noticias sobre lo que ocurre en Venezuela no aparecen de forma transparente en la prensa de los hermanos Castro, leyendo entre líneas, cualquiera se percata de la caótica situación política que sufre este pueblo, en su empeño por crear zonas libres del comunismo chavista.
Protagonista Chávez
Lo de Venezuela, menos grave, pero tampoco satisfactorio. Aunque nos enteramos de los triunfos y derrotas electorales de Chávez, de sus andanzas como golpista y luego como víctima de su propio invento, y hasta de sus actitudes chabacanas, los colombianos sabemos poco de este coronel mesiánico y su gobierno, cuando deberíamos saber tanto como un venezolano del común conoce de Colombia.
El poder y el delirio
Uh, ah, Chávez NO se va
En Venezuela se acabó la sana distinción entre gobierno y partido de gobierno, las dos son la mismo entidad, como lo hizo el nazismo. Hitler lo dijo en 1939 en un mitin en Hamburgo. “El partido es el líder y el líder es el partido”. El partido oficial de Chávez es una estructura militarizada, organizada en batallones, escuadras y patrullas, como si se tratara de una formación militar, donde él manda y los demás obedecen.
Las tribulaciones de Krauze con el populismo

El texto de Krauze sobre el régimen chavista y su jefe es interesante y documentado. Su estilo de redacción no depara sorpresas ni tampoco recoge excelencias. El autor mexicano ya había proyectado virtudes y limitaciones en otras obras. En ésta combina testimonios de políticos y escritores venezolanos (muchos de ellos ex chavistas) con interpretación, dando un marcado toque periodístico y testimonial al trabajo.
Se echa en falta sin embargo, un análisis del nacionalismo militar suramericano y sus muchos exponentes en los últimos setenta años. No sólo me refiero a Perón, que fue el populista más trascendente de todos por sus avanzadas leyes sociales; decisivas en la formación y desarrollo de grandes sindicatos afiliados a una poderosa central única de trabajadores (la CGT).
Entre los generales restantes de la especie, cuentan en distintas épocas, los bolivianos Toro, Busch, Villarruel, Ovando y Juan José Torres; el ecuatoriano Rodríguez Lara; el coronel guatemalteco Jacobo Arbenz; y el peruano Juan Velasco Alvarado. Krauze apenas menciona a Perón, silenciando la segura influencia que los restantes han desempeñado en el imaginario militar y nacionalista de Hugo Chávez. Al centrase en la modélica figura de Fidel Castro -decisiva en estos tiempos- omitiendo a los otros, el autor reduce la prospección requerida. Se me dirá que el nacionalismo militar reformista queda representado por su destacada mención de Lázaro Cárdenas. Pero éste era un general sin previa formación académica o cuartelera, improvisado en realidad por las circunstancias "revolucionarias" de México hacia finales de los años ´20 y comienzos de los ´30. Además, y a la inversa de lo que ocurrió en el resto del Continente, el Ejército mexicano, una vez vencida la intentona fascista del general Cedillo por Cárdenas, se subordinó al omnipresente poder político.
Ya dije en otro post lo que opino del tata Cárdenas; ex obrero gráfico, hombre de principios con gran sensibilidad social y buen gobernante (sobre todo ordenancista en lo que atiene a la estabilización política de México tras el asesinato del Presidente y general Alvaro Obregón, reemplazado por el ambicioso y sectario Plutarco Elías Calles, otro general depuesto y expulsado del país por Cárdenas antes de asumir la presidencia por la vía electoral). Krauze insiste en su admiración por él, trasladándola al sistema presidencialista de un sólo periodo, en el curso de un más o menos reciente programa de entrevistas en la TV venezolana al que fue invitado, parcialmente insertado en su libro.
"...Cárdenas respetó la regla de oro del sistema político mexicano, un precepto que estaban descubriendo, al parecer, los venezolanos..." (se refiere a la época que precedió a la irrupción de Chávez ) "...consistente en no entregar el poder vitalicio y absoluto a una persona bajo ninguna circunstancia". Me faltó agregar que ni Cárdenas ni ningún otro presidente surgido del PRI tuvieron jamás la tentación totalitaria de monopolizar los medios de comunicación".
No es preciso que aclare la escasa importancia del relevo sexenal de la presidencia por parte de la aceitada, corrupta y voraz maquinaria del PRI durante seis largas décadas (sobre todo en la prolongada etapa posterior al sexenio de Cárdenas). El señor Krauze parece añorar a esos caciques poco tentados por el totalitarismo...individual, y tan entregados al colectivo, previo abrazo antes de la farsa electoral con el tata/prócer...
Gracias a ellos, la subvencionada cultura mexicana y sus diligentes representantes (mayoritariamente respetuosos con quienes les daban de comer) podía darse el lujo de financiar a nacionalistas de izquierda y liberales de centro empapados en amor por la patria y la "Revolución". Debo recordar que el joven (y no tan joven) Octavio Paz fue uno de ellos, y su alumno Krauze otro. Por eso añora el último aquél México y no éste, que al otro heredó en las personas de Fox y ahorita Calderón; impotentes ambos para despejar el territorio de narcotraficantes poderosos conectados a las esferas de poder. Bien, a Krauze no lo financiarán hoy en México. Pero convengamos en que para premiarlo estamos nosotros, otorgándole "La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio", y acreditándolo en el jurado del "Cervantes".
Otro de los ídolos del flamante galardonado, es el finado ex presidente y mentor de la desinflada democracia vernácula, Rómulo Betancourt. A él se deben notables esfuerzos por desarrollar Venezuela, encuadrándola en la práctica del Estado de derecho. Sin embargo, tales esfuerzos no incluyeron grandes progresos en la eliminación de la miseria de muchos compatriotas, menguando la acusada tendencia de unos pocos a enriquecerse. El boom petrolero de los años ´70 hizo el resto, no sin que antes el pacto de Punto Fijo afincase la repatrija oligárquica de poder, y su correspondiente alternancia presidencial entre Acción Democrática (el partido de Betancourt) y el socialcristiano COPEI (liderado por Rafael Caldera).
No sólo se repartieron las barajas de los tres poderes las dos principales formaciones del país, sino los beneficios de la renta petrolera, abultada por los crecientes precios del oro negro en los años ´70. En el ínterin, el Presidente Carlos Andrés Pérez (alias "El gocho") hizo de las suyas ante la protesta social, masacrando estudiantes y obreros a plena luz del día. Años antes el mexicano Gustavo Díaz Ordaz, auxiliado por su ministro de Interior (y luego Presidente) Luís Echeverría, anticipó el método empleando tropas bien pertrechadas del Ejército contra cientos de estudiantes en la céntrica Plaza de las Tres Culturas.
De esa enorme corrupción y la permanente injusticia de los poderosos para con los débiles al sur del Río Bravo, surge en tierra venezolana Hugo Chávez Frías. Intelectual más proclive al academicismo que al buceo en aguas profundas, Krauze es naturalmente crítico (y con justa razón) hacia su figura y la ambición ilimitada de poder que arrastra. Lo malo radica en aquello que el escritor de prestige defiende u omite en su texto. Semejante desequilibrio reduce extraordinariamente su valor, tornándolo útil como documento de una realidad, aunque analizada sin la debida profundidad al serle restados factores históricos y condenas de sistemas que, tras ser liderados por líderes populistas (como Cárdenas) o demócratas de centro izquierda (tal el caso de Betancourt), degeneraron tan rápidamente en México y Venezuela. Mucho me temo que, a diferencia de sus editores españoles, el señor Enrique Krauze no haya leído mi Perón. Si lo hizo, miró sin ver. Y ahí están las consecuencias...
Joan Bonavent (laespadadelzorro.blogspot.com, 6.Dic.08)
lunes, 5 de enero de 2009
Ningún Presidente venezolano ha logrado la reelección indefinida
De cómo Venezuela nos aventaja
Diputados 'kakos'
Paz Flores (Reforma, 20.Dic.08)
martes, 16 de diciembre de 2008
Un libro inspirador

1. Mientras componía este libro extraordinario, el escritor mexicano Enrique Krauze, además de visitar nuestro país en varias ocasiones, hizo muchísimas preguntas a sus amigos venezolanos. Entre tantas, hubo una que me puso en aprietos.Palabras más, palabras menos, esa pregunta fue: "¿Puedes enumerar, sin pensártelo mucho, los logros del período que se abrió en 1958, con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, hasta, digamos, 1998, cuando Chávez ascendió al poder?". Es la misma pregunta que hoy propongo a mis lectores de TalCual. Recuerdo que la pregunta vino de noche, al final de una de sus largas llamadas telefónicas desde México. Por entonces, yo no lo conocía personalmente. Durante algún tiempo, pues, Enrique Krauze fue sólo la voz de un historiador mexicano decidido a extraer lecciones de nuestra discordia nacional.¿Lecciones para quién? Para América Latina, tal como señala en el subtítulo. Lecciones acerca de cómo algunas democracias se suicidan.Krauze prefiere las preguntas difíciles, ¡y vaya si sabe hacerlas!, pero en aquella ocasión me pareció, al colgar, que al menos esta pregunta no lo era tanto y que en unos cuantos minutos podría elaborar una lista y enviarla de vuelta en un e-mail. Me serví un whisky y me puse, en efecto, a garrapatear en una hoja de papel lo que, a mi modo de ver, podría dar cuenta de lo poco de bueno que –eso pensaba-nos dejaron esos cuarenta años hoy tan aborrecidos.
Tal como recuerdo aquella noche en mi baticueva, me fue ganando la sorpresa de que mi lista de indiscutibles logros de la era democrática se me hiciese cada vez más y más larga.Recuerdo que a poco de comenzar a ponerla por escrito, el orden jerárquico y los diversos criterios de valoración política y social de lo que para mí significaron aquellos años se fueron todos al diablo y que, al cabo de unos pocos minutos, me hallé anotando maquinalmente hitos de mi vida personal como ciudadano de una república latinoamericana llamada Venezuela.Curiosa paradoja: el libro de un superlativo historiador hispanoamericano de las ideas, un libro en toda apariencia dedicado a acorralar gélidas verdades políticas, me ha devuelto, como en la proverbial "película" que ven los que están a punto de ahogarse, lo que, tratando de hacerme entender, llamaré, con cursilería, "la emoción de lo perdido". Una vez estuve a punto de ahogarme en un playón de Choroní y sé que lo de la película que ven los ahogados es cierto.
lunes, 15 de diciembre de 2008
Presentación del libro en Caracas

Al recibir tal invitación, y al aceptarla, me puse en un trance que debo explicar. Sucede que soy accionista intelectual minoritario del contenido de este libro, como el Enrique historiador lo consigna. Pero sucede, también, que su autor ha extremado su gentiliza al decirme filósofo de la historia, como podrán ustedes comprobarlo en la página 217.
El poder y el delirio

De manera que cuando el comandante Chávez sube al poder, en 1998, ungido por los votos de los electores venezolanos, está lejos de ser un improvisado. Va a poner en práctica un proyecto político y social que irá puliendo y radicalizando desde el gobierno, pero que ya le rondaba la cabeza desde su juventud. Ésta es también una tesis que hace suya el ex presidente boliviano Jorge Quiroga, para quien Chávez es un astuto estratega que, detrás de sus extremos histriónicos, va edificando sin prisa ni pausa y a golpes de chequera -de petrochequera- un imperio continental estatista, totalitario y caudillista. Este proyecto, dice Krauze, aunque se promueve a sí mismo con una retórica revolucionaria y marxista, tiene, por su componente militarista, vertical y sobre todo el culto irracional del héroe, una entraña fascista, y su semejanza mayor, en América Latina, son Perón y el peronismo.
El caudillismo es una patología endémica en América Latina

Prácticamente todos los países de este pobre mundillo nuestro latinoamericano han padecido a los caudillos. Son esos tipos palabreros y carismáticos, tuteadores de Dios, que cuando estamos en crisis se encaraman en una tribuna, seducen a las masas, se apoderan de la casa de gobierno, hacen trizas las instituciones, agotan el tesoro, nos endeudan hasta las orejas, se declaran indispensables, se eternizan en el poder y, como no se están quietos, y están llenos de iniciativas extravagantes, agravan hasta la locura todos los problemas que existían antes de la aparición de ellos en un carro de fuego.
viernes, 12 de diciembre de 2008
Alerta Krauze a empresarios

Chávez, la democracia, Venezuela

Uno de los aciertos de este libro se desprende precisamente de su enfoque del peso e influencia de la revolución cubana en Venezuela. Salvo los de algunos historiadores e intelectuales venezolanos, los comentarios que inspira la reciente cubanización oficial de este país bajo la férula del caudillo de Sabaneta no toman en cuenta que esa influencia y ese peso se remontan a los inicios del régimen cubano, que el próximo 1º de enero cumplirá la friolera de medio siglo. Pero esto no ha de sorprender a nadie: fuera de ámbitos académicos especializados, lo que se publica sobre Venezuela fuera de sus fronteras revela casi siempre una abismal ignorancia de su historia y de su realidad, especialmente complejas ambas. Y algo mucho peor: una no menos abismal indiferencia.
En España abundan los opinadores cuyas audaces tergiversaciones sobre lo que es o representa o significa el régimen de Chávez lo son en medida inversamente proporcional a sus conocimientos de la realidad histórica de Venezuela. Se escribe, casi siempre, menos sobre Chávez que contra él o lo que el comentarista de turno supone que representa, y desde luego casi nunca se escribe con ánimo de comprender la realidad venezolana. De ahí la exclusiva y magnificada presencia de Chávez, que por estos pagos ha acabado haciendo de su nombre una metonimia de Venezuela, y las simplificaciones habituales sobre su pintoresco talante (sus bravatas de histrión populachero, su lenguaje soez, sus reality shows televisados) o sobre su radical malignidad de dictador totalitario. De hecho, quien de Chávez y su régimen sólo conozca lo que opinan los periodistas españoles ha de concluir forzosamente que Venezuela es una cárcel igual en todo punto a la cubana o una especie de Albania trasplantada a América del Sur. Pero mejor será dejarlo de este tamaño: la desidia y el desaliño intelectuales, melancólico hábito peninsular, apenas consiguen disfrazar al viejo demonio castizo de la ideologización a ultranza (se escribe contra Chávez apuntando con una mano a Castro y con la otra a Zapatero).
Por otro lado, de ese acierto innegable (el correcto enfoque y contextualización histórica de la revolución cubana en el ámbito venezolano) también se desprende lo que considero una lectura apresurada, aunque ciertamente elegante, del proceso político venezolano de las últimas cuatro décadas. Krauze constata que en buena medida la izquierda venezolana que abrazó con entusiasmo la revolución cubana (los Teodoro Petkoff, Américo Martín, Carlos Raúl Hernández), con el tiempo no sólo renunciaron al furor y el delirio guerrilleros, sino que han acabado convirtiéndose en auténticos demócratas. Pero resulta que ese viraje y cambio de piel de algunos de los principales actores de las guerrillas venezolanas de los sesenta ha coincidido con el lento desgaste de la democracia venezolana, que desemboca en la revolución chavista. De ello Krauze, sensible como todos los intelectuales a las simetrías nítidas y las metáforas claras, deduce una perplejidad: cómo es posible que la sociedad venezolana, incluida la izquierda más radical, acabara haciendo suyos los ideales democráticos y, al mismo tiempo, Venezuela haya desandado ese proceso, pasando de la democracia a la revolución.
Me parece que se trata de una aporía de fácil solución: la clave está en la palabreja revolución. Que Hugo Chávez y sus seguidores repitan a la saciedad que han traído la revolución a Venezuela no quiere forzosamente decir que el gobierno de Chávez sea revolucionario, del mismo modo que el tan cacareado socialismo del siglo XXI es menos un cuerpo de doctrina que un cascarón vacío (útilmente vacío, en el que Chávez mete lo que le conviene según las circunstancias: ayer las Misiones, hoy los submarinos rusos).
Pero esto es peccata minuta. Krauze, que es historiador riguroso, ha dedicado casi un año pleno a investigar su tema, y lo ha hecho no sólo sentado en su casa leyendo libros y navegando por internet, sino además viajando en un par de ocasiones a Venezuela y entrevistando a intelectuales, periodistas, académicos y políticos de todas las sensibilidades. Salvo a uno: a Hugo Chávez, precisamente, pero no porque no lo haya intentado, sino porque el presidente venezolano se negó a prestarse al ejercicio. En realidad, esta ausencia tiene una importancia relativa: lo único que habría aportado a su análisis es una confirmación empírica del rico y minucioso retrato que Krauze traza de él, basado en numerosos testimonios y en sus innumerables discursos y pronunciamientos.
Es otro punto fuerte del libro de Krauze: por vez primera contamos con un retrato biográfico de Chávez exhaustivo, y no ceñido sólo a su trayectoria personal, su carrera militar y su estilo de gobernar, también atento a influencias ideológicas determinantes para su proyecto bolivariano y socialista, desde el Plejánov de El papel del individuo en la historia hasta los delirios fascistas y antisemitas del argentino Norberto Ceresole (desde que este fanático dejó de asesorar directamente a Chávez, se suele olvidar que fue su tutor intelectual tras su primera llegada al poder, hace diez años).
El retrato de Chávez trazado por Krauze tiene la doble virtud de rastrear los orígenes del culto a Bolívar en algunos rasgos de la personalidad de este individuo, decidido desde su infancia a identificarse mediante el más desatado y pueril mimetismo con los grandes hombres, y a la vez ensayar una explicación de la mitificación heroica de los próceres y caudillos venezolanos atenta a las lecturas oficialistas de la historia de Venezuela, todas ellas pródigas, desde el siglo XIX, en hipóstasis gloriosas. De paso, Krauze recuerda, en el caso del culto a Bolívar, lo que ya habían advertido algunos historiadores venezolanos: hasta el régimen de Juan Vicente Gómez, ese culto fue de derechas, y desde entonces ha mutado en herramienta populista de la izquierda.
Del mismo modo, Krauze abre el abanico ideológico para ver en el culto a los héroes y hombres providenciales al que tan afecto se muestra Chávez una pervivencia de la tradición inaugurada por Thomas Carlyle y prolongada un siglo después en los fascismos y el nazismo. Ello le permite, interesantemente, desmontar una de las principales coartadas ideológicas del chavismo, pretendidamente arraigado en el marxismo. Y lo hace proponiendo un inteligente paralelismo entre Chávez y el Luis Napoleón Bonaparte del 18 Brumario de Marx, y demostrando que Chávez y los chavistas, empeñados en hacer de Simón Bolívar un precursor del socialismo, obviamente no han leído el juicio terriblemente severo que el Libertador de Venezuela le mereció a Marx.
Pero no se piense que El poder y el delirio agota su tema e interés en este enfoque múltiple de la figura de Chávez. A Krauze le interesaba, al abordar su investigación venezolana, comprender lo que está sucediendo en ese país, convencido de que lo que se juega en Venezuela afecta y afectará al destino de la democracia en toda América Latina. Para comprender a cabalidad lo que está sucediendo en Venezuela es obligado, desde luego, someter a análisis a Chávez y al chavismo, pero no lo es menos comprender la historia reciente del país. Y aquí estriba el interés y la originalidad del libro. Ojo: Krauze no ha descubierto esa historia, ni pretende hacerlo. Ha tenido la cortesía, elemental y necesaria en un investigador, de consultar, extractar y resumir décadas de análisis y estudios sobre la historia venezolana, que no circulan fuera de su ámbito original o cuando lo hacen quedan encapsulados en muy angostos ambientes académicos.
El lector no venezolano tiene aquí, pues, no tanto un libro sobre Hugo Chávez cuanto tres libros en uno sobre la compleja realidad de Venezuela: sobre la pervivencia y mutación de ideologías que encarnan en Chávez y el chavismo, sobre las claves históricaslocales que explican en parte la aparición del bolivarismo y el socialismo del siglo XXI y sobre la manera de enfrentarse al mismo de muchos venezolanos. Esta última faceta es, además de justa, conmovedora, porque Krauze, después de haber pulsado las opiniones y calibrado las posturas de unos y otros –chavistas y antichavistas, oficialistas y opositores–, y de los más agudos e informados observadores y analistas de la realidad venezolana, llega a la alentadora conclusión de que la democracia venezolana (que en las páginas dedicadas a Rómulo Betancourt perfila como la más adelantada y fructífera de todas las experiencias democráticas hispanoamericanas) no sólo no ha muerto, sino que probablemente ni siquiera Hugo Chávez consiga liquidarla.
A pesar de los nubarrones que siguen cerniéndose sobre Venezuela, esa percepción no parece destinada sólo a insuflar ánimos a los sufridos ciudadanos de este país. Cualquiera que conozca el apego real de los venezolanos a la democracia puede sentirse autorizado a compartir esa esperanza.
Ana Nuño (Libertad digital, España, 12.12.08)
Bolívar dice ¡No!

jueves, 11 de diciembre de 2008
El historiador mexicano se mete en las entrañas de Venezuela

miércoles, 10 de diciembre de 2008
Krauze y Vargas LLosa en Caracas

Cuando nos reuniéramos con Enrique Krauze en un cordial desayuno criollo en casa de Simón Alberto Consalvi, ninguno de nosotros podía augurar lo que estaría sucediendo exactamente un año después en nuestro país. Ni que de esa reunión nacerían dos muy importantes iniciativas: un maravilloso libro sobre Hugo Chávez, sin duda alguna la obra más importante escrita hasta hoy sobre este extraordinario proceso político, y un movimiento civil que se convertiría en referencia obligada de la vida política nacional: el Movimiento 2 de Diciembre Democracia y Libertad. Como lo recuerda en su libro, y ya lo habíamos olvidado, fue él quien tuvo la feliz ocurrencia de señalarnos que esa fecha tenía resonancias magnéticas y podría servir de nombre a un gran movimiento de opinión. Su propuesta no cayó en saco roto.
Simón Alberto Consalvi nos convocó a Elías Pino Iturrieta, a Elsa Cardozo, a Germán Carrera Damas, a Nelson Rivera, a Frank Viloria y a mí a desayunar en su casa del Alto Hatillo con el afamado historiador mexicano Enrique Krauze, a quien no conocíamos personalmente. No transcurrían 48 horas desde el histórico triunfo del NO del 2 de diciembre y los ánimos estaban exultantes. Krauze, un intelectual de aspecto anglosajón cercano a los 60, todavía joven aunque de hablar reposado y ávido de conocimientos sobre el apasionante proceso que vivimos los venezolanos, había sido tocado por la fascinación del trópico caraqueño. Ese golpe de magia que seduce a primera vista y genera lazos de apasionada relación, casi siempre indestructibles, como lo sabemos quienes lleguemos de paso y nos anclamos para siempre.
Fue en muchos aspectos un encuentro inolvidable. Acabábamos de derrotar por primera vez de manera inapelable al monstruo invencible, que se revolvía indignado de despecho y se aprestaba a lanzar su bautismo escatológico sobre una inobjetable y limpia victoria electoral. De las brumas de la confrontación emergía la figura fulgurante de un joven universitario a la cabeza del renacido movimiento estudiantil, Yon Goicoechea. Krauze no se resistió ni quiso resistirse al embate de nuestro entusiasmo. Se fue cargado de libros, de consejos, de apreciaciones sobre pasado, presente y futuro de nuestro atribulado país. Del intercambio de opiniones entre la situación mejicana y la venezolana recuerdos dos momentos particularmente memorables. “Están ustedes viviendo un despertar y puede que el amanecer les ande rondando muy cerca”, recuerdo haberle oído. “Nosotros los mejicanos, en cambio, puede que estemos entrando a lo más profundo de nuestra noche.” Ya nos despedíamos y como compromiso a futuro nos dijo, para nuestro asombro, “de lo que aquí suceda dependerá el destino de Centroamérica, de México y de América Latina”. Le suscitó particular admiración el despertar de un sentimiento auténticamente democrático y liberal en nuestra sociedad. Y prometió encontrarse cuanto antes con los estudiantes para conocerlos personalmente, pues un movimiento estudiantil situado ideológicamente en las antípodas del guevarismo castrista – que abruma a la juventud universitaria de un extremo a otro de nuestro continente, particularmente en México - le pareció un fenómeno absolutamente insólito.
Por esa misma fecha, la Fundación Bicentenario Simón Bolívar de la USB en la que compartimos anhelos Pompeyo Márquez, Inés Quintero y otros intelectuales venezolanos y cuya Secretaría Ejecutiva me honro en ocupar tuvo la feliz iniciativa de proponerle al Consejo Universitario la concesión del Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, sin duda ninguna el escritor latinoamericano más prestigiado en el mundo entero. Las razones estrictamente formales tenían que ver con la celebración del cuarenta aniversario de la fundación de la USB. Las razones intelectuales son de tanto relieve, que ni siquiera es necesario volver a recordarlas. Pero nos parecía aún más trascendente su enconada lucha por la libertad y la democracia en un hemisferio en que los intereses de ambos valores se encuentran a la baja. Más aún: defender la democracia y la libertad desde una irrestricta defensa del pensamiento liberal convierte a Vargas Llosa en una auténtica rara avis del escenario intelectual y artístico latinoamericano. Es un hecho incuestionable: ni la democracia ni la libertad, ni muchísimo menos el liberalismo, cuentan con buena prensa en nuestra región. Asolada desde el siglo XVIII por el virus del mesianismo enciclopédico y enferma de caudillismo desde los tiempos del descubrimiento y conquista. Caudillismo acoplado desde la aparición del fenómeno castrista a los devaneos insurreccionales que ya constituyen parte consustancial de nuestro folklore político.
Dada la atribulada confusión política e ideológica que nos aqueja, tener entre nosotros a Mario Vargas Llosa, así fuera por algunas horas y en el marco de un evento estrictamente académico, no podía ser más fructífero. El Consejo universitario no tardó en concederle el Doctorado Honoris Causa y cursarle la invitación formal para que viniera a recogerlo. La fecha escogida fue el lunes 8 de diciembre. Cartas van cartas vienen, mediante la grata asesoría de Rocío Guijarro, gerente de CEDICE, el hecho cierto es que don Mario Vargas Llosa, Premio Rómulo Gallegos de novela – se lo entregó en su momento nuestro querido Simón Alberto Consalvi – se encuentra desde ayer en Caracas. Y coincide su presencia, vaya casualidades del destino, con la venida a Venezuela de Enrique Krauze, quien nos acaba de presentar su última obra. Un deslumbrante y polifacético trabajo biográfico, ideológico, crítico y periodístico sobre el fenómeno de nuestra tardía modernidad, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Actual presidente de la república por la gracia del destino. Una obra de la que me atrevería a afirmar, parafraseando a nuestro querido Julio Cortazar, que será, sobre el tema que aborda, “todas las obras la obra”.
Helos aquí: Enrique Krauze y Mario Vargas Llosa, una vez más en Caracas. Un hecho de singular significación, dado que el amanecer que vaticinó Enrique Krauze parece asomarse por sobre las cimas del Ávila, nuestro señorial emblema. Y si en su visita anterior el marco socio-político estuvo puesto por la derrota del Referéndum Constitucional propuesto por el presidente de la república, la visita actual se cumple cuando aún no se apagan las luces de artificio de la celebración del 23 de noviembre. Los tiempos se anuncian buenos. La visita de nuestros queridos amigos se cumple bajo los mejores augurios.
Una gran dosis de liberalismo: es lo que necesita América Latina, a la que tanta falta le ha hecho desde su Independencia. Comenzando por Venezuela, que tocada por la desgracia de fastuosos ingresos fiscales – el mal del petróleo – se hizo a la aventura del siglo XX prisionera de la estatolatría y el clientelismo populista más desaforados. Si en alguna de las naciones de América Latina ha dominado el ogro filantrópico de que hablaba Octavio Paz, una de las más lucidas conciencias de la modernidad latinoamericana – y Enrique Krauze, su mejor discípulo, sabe de qué hablamos – ha sido precisamente en Venezuela. Incluso su mejor producto histórico, que no son ni la independencia ni Simón Bolívar, sino la democracia popular y Rómulo Betancourt, no pudo sustraerse al influjo paralizante de los presupuestos fiscales, abultados de manera grosera e inconsciente por el baile de los millones del barril petrolero. Con sus secuelas de clientelismo y corruptocracia.
La benéfica influencia del liberalismo anglosajón de Andrés Bello sobre la sociedad chilena aún se hace sentir. Sirvió a la estructuración del Estado y a la clara delimitación de sus facultades frente al poder del individuo y las iniciativas privadas. En un sano intercambio de esferas de influencia. Pues Bello, antes que el conservador de que denostaran los pelucones chilenos, fue un ejemplar pensador liberal. Libre de ataduras y de atavismos iberoamericanos gracias a su larga y dolorosa pasantía por la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Y a su experiencia en la administración colonial bajo el gobierno de Emparan, uno de los más sorprendentes caso de liberalismo hispano. Sin la tradición política e intelectual sentada por Bello en tierras chilenas no cabrían estadistas de tanta alcurnia y templanza como Ricardo Lagos o Eduardo Frei Ruiz Tagle. La furia de los elementos quiso privárnoslo. Y él debió morir lejos de su Catuche natal. El precio que hemos pagado es incalculable.
Ciertamente: dispusimos de un Cecilio Acosta a mediados del XIX y de un Alberto Adriani un siglo después. Fueron voces aisladas en medio del bullicio de las turbamultas. La obra a su muy peculiar manera liberal de Rómulo Betancourt debió tropezar con el paternalismo preconciliar de Rafael Caldera. Y la ausencia de referentes liberales ante las presiones de la socialdemocracia y del socialcristianismo obstaculizó la emergencia de un pensamiento y de una acción que reivindicaran el libre mercado y la iniciativa privada, en el plano económico, y la tolerancia y la solidaridad en el plano político.
De esa resonante ausencia – Uslar Pietri prefirió la literatura a la política y dejó vacante un liderazgo que desde mediados de los cuarenta reclamaba por una referencia liberal ilustrada en nuestro país - y de la decadencia de la social democracia y del socialcristianismo venezolanos surge esta crisis terminal. Y el desaforado despliegue del más brutal clientelismo populista. Y bolivariano, para mayor Inri.
Venezuela, como nuestra región en su conjunto, vive hoy la grave disyuntiva de los tiempos de la globalización. O nos modernizamos, adecuándonos estructuralmente a los requerimientos de la economía global, o permanecemos prisioneros de la catalepsia de la regresión. Es la forma actualizada de la vieja disyuntiva entre civilización o barbarie que estuviese en los orígenes del pensamiento liberal en América Latina..
El proceso que vive Venezuela constituye el colmo del absurdo: vivimos la revolución más reaccionaria de nuestra historia, para nuestro mal tan llena de revoluciones. Si de algún amanecer cabe la palabra, es del despertar de la conciencia individual, de la reivindicación plena de los derechos del sujeto y la decidida intervención de todos los grupos de presión para acotar el área de influencia del Estado y ampliar tanto como nos sea posible el de la influencia de la libre iniciativa. Requerimos tanto libre mercado como nos sea posible. Y como tan bien señalan los pensadores liberales, tan poco Estado como haya menester. Ese es nuestro mayor desafío.
La presencia de Enrique Krauze y de Mario Vargas Llosa entre nosotros no constituye ninguna coincidencia. Expresa el excelente síntoma de los nuevos tiempos: la apertura hacia nuevos horizontes históricos.
domingo, 7 de diciembre de 2008
Chávez no pudo cambiar el mundo
La política exterior del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, es uno de los más conspicuos laberintos de los últimos tiempos. Si uno explorara la memoria encontraría un precedente en aquel loco griego que, según Simón Bolívar en una carta al general Páez, subía de tarde en tarde a las colinas de Atenas “con el propósito de dirigir los barcos que navegaban en alta mar”.
El presidente venezolano, en efecto, se consideró destinado a cambiar el mundo y a liberar a todas las naciones del dominio imperialista de Estados Unidos. Para lograr tales propósitos consolidó su dependencia de Cuba, analizada a fondo por el mexicano Enrique Krauze en El poder y el delirio. Buscó alianzas con Irán, Rusia y China. Siempre dio muestras de olvidar que en Rusia ya no gobernaba el PC de la URSS, y cuando visitaba China invocaba el nombre de Mao Tse-Tung, para asombro de sus anfitriones.
En una primera etapa les rindió pleitesía a los grandes del mundo. Su estilo causó hilaridad cuando trató de abrazar (y probablemente besar) a la reina de Inglaterra, quien discretamente echó uno, dos pasos atrás. Igual sucedió con el emperador de Japón, a quien le dio un abrazo tan fuerte que el monarca estuvo a punto de perder el equilibrio. En Roma, se arrodilló ante Juan Pablo II como si estuviera robándose una base en un juego de béisbol.
Simón Alberto Consalvi (El Mundo, 6.12.08)
sábado, 6 de diciembre de 2008
Defiende Krauze lucha democrática
Tomando como punto de partida el género de œhistoria del presente, el trabajo aporta a la bibliografía dedicada al análisis de la figura del Presidente venezolano, Hugo Chávez.
El autor estuvo acompañado de destacadas figuras del mundo intelectual político venezolano, como los historiadores Germán Carrera Damas y Manuel Caballero, y los dirigentes políticos Teodoro Petkoff, Américo Martín y Emilio Graterón.
Visiblemente emocionado, el escritor mexicano afirmó a la audiencia, compuesta mayormente por intelectuales, escritores, periodistas y estudiantes, que había escrito este libro para ellos, puesto que el proceso venezolano encarnaba la aparición, una vez más, de la sombra del caudillo, que tanto daño ha hecho al desarrollo cívico, político y moral de nuestros países.
También explicó que lo guiaba el deseo de seguir luchando por la democracia, œporque, en este mundo global, una batalla por Venezuela, también lo es por México, además de referirse al intenso proceso de investigación, que se fue extendiendo hasta producir el volumen presentado ayer, que sobrepasa las 300 páginas.
Toda la historia venezolana me hablaba: el trasfondo tiránico, la violencia la propensión a la guerra civil, ambas mucho más marcadas que en México. Aquí hay algo de pasión, de lucha fratricida mucho más dramática, expresó el ensayista.
Los aciertos de este libro que se ocupa de la vida y el proyecto político liderado por Chávez fueron destacados por el dirigente político Américo Martín y por el historiador Germán Carrera Damas, quienes intervinieron como oradores.
Carrera Damas aseveró que en Venezuela está en marcha la demolición de la república para establecer un Estado calcado del doloroso modelo cubano.
Por eso, añadió, œesta obra se inscribe en el orden de los venezolanos que luchamos por la democracia y que queremos devolverle su esplendor. También destacó la profundidad, el análisis esbozado en El Poder y el Delirio, libro que ofrece múltiples lecturas y demuestra el interés que suscita el proceso político venezolano en el resto del continente.
Krauze usa su ágil pluma para mostrar esta tragedia y para buscar que los mexicanos no incurran en los peligros del
caudillismo que vivimos en Venezuela, acotó el historiador. En declaraciones previas, Krauze expresó su preocupación por el reciente anuncio de Chávez sobre su deseo de plantear, en febrero próximo, una enmienda constitucional para asegurar su reelección indefinida.
Eso desde ya me parece un desacierto típico de él. La enmienda de Chávez es un ˜strike cantado. Con este libro quiero expresar mi firme deseo de que este país retome el gran camino que inventó para sí mismo, que es el modesto camino a la democracia, dijo. El escritor abundó sobre los sentidos que tiene la democracia como idea.
Es mucho más que el Gobierno de las mayorías, mucho más que el respeto de las minorías. Es un acuerdo para administrar los desacuerdos, y mi mejor deseo es que vuelva la concordia como forma de convivencia para Venezuela, puntualizó.