La política exterior del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, es uno de los más conspicuos laberintos de los últimos tiempos. Si uno explorara la memoria encontraría un precedente en aquel loco griego que, según Simón Bolívar en una carta al general Páez, subía de tarde en tarde a las colinas de Atenas “con el propósito de dirigir los barcos que navegaban en alta mar”.
El presidente venezolano, en efecto, se consideró destinado a cambiar el mundo y a liberar a todas las naciones del dominio imperialista de Estados Unidos. Para lograr tales propósitos consolidó su dependencia de Cuba, analizada a fondo por el mexicano Enrique Krauze en El poder y el delirio. Buscó alianzas con Irán, Rusia y China. Siempre dio muestras de olvidar que en Rusia ya no gobernaba el PC de la URSS, y cuando visitaba China invocaba el nombre de Mao Tse-Tung, para asombro de sus anfitriones.
En una primera etapa les rindió pleitesía a los grandes del mundo. Su estilo causó hilaridad cuando trató de abrazar (y probablemente besar) a la reina de Inglaterra, quien discretamente echó uno, dos pasos atrás. Igual sucedió con el emperador de Japón, a quien le dio un abrazo tan fuerte que el monarca estuvo a punto de perder el equilibrio. En Roma, se arrodilló ante Juan Pablo II como si estuviera robándose una base en un juego de béisbol.
Simón Alberto Consalvi (El Mundo, 6.12.08)
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