miércoles, 10 de diciembre de 2008

Krauze y Vargas LLosa en Caracas


Cuando nos reuniéramos con Enrique Krauze en un cordial desayuno criollo en casa de Simón Alberto Consalvi, ninguno de nosotros podía augurar lo que estaría sucediendo exactamente un año después en nuestro país. Ni que de esa reunión nacerían dos muy importantes iniciativas: un maravilloso libro sobre Hugo Chávez, sin duda alguna la obra más importante escrita hasta hoy sobre este extraordinario proceso político, y un movimiento civil que se convertiría en referencia obligada de la vida política nacional: el Movimiento 2 de Diciembre Democracia y Libertad. Como lo recuerda en su libro, y ya lo habíamos olvidado, fue él quien tuvo la feliz ocurrencia de señalarnos que esa fecha tenía resonancias magnéticas y podría servir de nombre a un gran movimiento de opinión. Su propuesta no cayó en saco roto.

Simón Alberto Consalvi nos convocó a Elías Pino Iturrieta, a Elsa Cardozo, a Germán Carrera Damas, a Nelson Rivera, a Frank Viloria y a mí a desayunar en su casa del Alto Hatillo con el afamado historiador mexicano Enrique Krauze, a quien no conocíamos personalmente. No transcurrían 48 horas desde el histórico triunfo del NO del 2 de diciembre y los ánimos estaban exultantes. Krauze, un intelectual de aspecto anglosajón cercano a los 60, todavía joven aunque de hablar reposado y ávido de conocimientos sobre el apasionante proceso que vivimos los venezolanos, había sido tocado por la fascinación del trópico caraqueño. Ese golpe de magia que seduce a primera vista y genera lazos de apasionada relación, casi siempre indestructibles, como lo sabemos quienes lleguemos de paso y nos anclamos para siempre.

Fue en muchos aspectos un encuentro inolvidable. Acabábamos de derrotar por primera vez de manera inapelable al monstruo invencible, que se revolvía indignado de despecho y se aprestaba a lanzar su bautismo escatológico sobre una inobjetable y limpia victoria electoral. De las brumas de la confrontación emergía la figura fulgurante de un joven universitario a la cabeza del renacido movimiento estudiantil, Yon Goicoechea. Krauze no se resistió ni quiso resistirse al embate de nuestro entusiasmo. Se fue cargado de libros, de consejos, de apreciaciones sobre pasado, presente y futuro de nuestro atribulado país. Del intercambio de opiniones entre la situación mejicana y la venezolana recuerdos dos momentos particularmente memorables. “Están ustedes viviendo un despertar y puede que el amanecer les ande rondando muy cerca”, recuerdo haberle oído. “Nosotros los mejicanos, en cambio, puede que estemos entrando a lo más profundo de nuestra noche.” Ya nos despedíamos y como compromiso a futuro nos dijo, para nuestro asombro, “de lo que aquí suceda dependerá el destino de Centroamérica, de México y de América Latina”. Le suscitó particular admiración el despertar de un sentimiento auténticamente democrático y liberal en nuestra sociedad. Y prometió encontrarse cuanto antes con los estudiantes para conocerlos personalmente, pues un movimiento estudiantil situado ideológicamente en las antípodas del guevarismo castrista – que abruma a la juventud universitaria de un extremo a otro de nuestro continente, particularmente en México - le pareció un fenómeno absolutamente insólito.

Por esa misma fecha, la Fundación Bicentenario Simón Bolívar de la USB en la que compartimos anhelos Pompeyo Márquez, Inés Quintero y otros intelectuales venezolanos y cuya Secretaría Ejecutiva me honro en ocupar tuvo la feliz iniciativa de proponerle al Consejo Universitario la concesión del Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, sin duda ninguna el escritor latinoamericano más prestigiado en el mundo entero. Las razones estrictamente formales tenían que ver con la celebración del cuarenta aniversario de la fundación de la USB. Las razones intelectuales son de tanto relieve, que ni siquiera es necesario volver a recordarlas. Pero nos parecía aún más trascendente su enconada lucha por la libertad y la democracia en un hemisferio en que los intereses de ambos valores se encuentran a la baja. Más aún: defender la democracia y la libertad desde una irrestricta defensa del pensamiento liberal convierte a Vargas Llosa en una auténtica rara avis del escenario intelectual y artístico latinoamericano. Es un hecho incuestionable: ni la democracia ni la libertad, ni muchísimo menos el liberalismo, cuentan con buena prensa en nuestra región. Asolada desde el siglo XVIII por el virus del mesianismo enciclopédico y enferma de caudillismo desde los tiempos del descubrimiento y conquista. Caudillismo acoplado desde la aparición del fenómeno castrista a los devaneos insurreccionales que ya constituyen parte consustancial de nuestro folklore político.

Dada la atribulada confusión política e ideológica que nos aqueja, tener entre nosotros a Mario Vargas Llosa, así fuera por algunas horas y en el marco de un evento estrictamente académico, no podía ser más fructífero. El Consejo universitario no tardó en concederle el Doctorado Honoris Causa y cursarle la invitación formal para que viniera a recogerlo. La fecha escogida fue el lunes 8 de diciembre. Cartas van cartas vienen, mediante la grata asesoría de Rocío Guijarro, gerente de CEDICE, el hecho cierto es que don Mario Vargas Llosa, Premio Rómulo Gallegos de novela – se lo entregó en su momento nuestro querido Simón Alberto Consalvi – se encuentra desde ayer en Caracas. Y coincide su presencia, vaya casualidades del destino, con la venida a Venezuela de Enrique Krauze, quien nos acaba de presentar su última obra. Un deslumbrante y polifacético trabajo biográfico, ideológico, crítico y periodístico sobre el fenómeno de nuestra tardía modernidad, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Actual presidente de la república por la gracia del destino. Una obra de la que me atrevería a afirmar, parafraseando a nuestro querido Julio Cortazar, que será, sobre el tema que aborda, “todas las obras la obra”.

Helos aquí: Enrique Krauze y Mario Vargas Llosa, una vez más en Caracas. Un hecho de singular significación, dado que el amanecer que vaticinó Enrique Krauze parece asomarse por sobre las cimas del Ávila, nuestro señorial emblema. Y si en su visita anterior el marco socio-político estuvo puesto por la derrota del Referéndum Constitucional propuesto por el presidente de la república, la visita actual se cumple cuando aún no se apagan las luces de artificio de la celebración del 23 de noviembre. Los tiempos se anuncian buenos. La visita de nuestros queridos amigos se cumple bajo los mejores augurios.

Una gran dosis de liberalismo: es lo que necesita América Latina, a la que tanta falta le ha hecho desde su Independencia. Comenzando por Venezuela, que tocada por la desgracia de fastuosos ingresos fiscales – el mal del petróleo – se hizo a la aventura del siglo XX prisionera de la estatolatría y el clientelismo populista más desaforados. Si en alguna de las naciones de América Latina ha dominado el ogro filantrópico de que hablaba Octavio Paz, una de las más lucidas conciencias de la modernidad latinoamericana – y Enrique Krauze, su mejor discípulo, sabe de qué hablamos – ha sido precisamente en Venezuela. Incluso su mejor producto histórico, que no son ni la independencia ni Simón Bolívar, sino la democracia popular y Rómulo Betancourt, no pudo sustraerse al influjo paralizante de los presupuestos fiscales, abultados de manera grosera e inconsciente por el baile de los millones del barril petrolero. Con sus secuelas de clientelismo y corruptocracia.

La benéfica influencia del liberalismo anglosajón de Andrés Bello sobre la sociedad chilena aún se hace sentir. Sirvió a la estructuración del Estado y a la clara delimitación de sus facultades frente al poder del individuo y las iniciativas privadas. En un sano intercambio de esferas de influencia. Pues Bello, antes que el conservador de que denostaran los pelucones chilenos, fue un ejemplar pensador liberal. Libre de ataduras y de atavismos iberoamericanos gracias a su larga y dolorosa pasantía por la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Y a su experiencia en la administración colonial bajo el gobierno de Emparan, uno de los más sorprendentes caso de liberalismo hispano. Sin la tradición política e intelectual sentada por Bello en tierras chilenas no cabrían estadistas de tanta alcurnia y templanza como Ricardo Lagos o Eduardo Frei Ruiz Tagle. La furia de los elementos quiso privárnoslo. Y él debió morir lejos de su Catuche natal. El precio que hemos pagado es incalculable.

Ciertamente: dispusimos de un Cecilio Acosta a mediados del XIX y de un Alberto Adriani un siglo después. Fueron voces aisladas en medio del bullicio de las turbamultas. La obra a su muy peculiar manera liberal de Rómulo Betancourt debió tropezar con el paternalismo preconciliar de Rafael Caldera. Y la ausencia de referentes liberales ante las presiones de la socialdemocracia y del socialcristianismo obstaculizó la emergencia de un pensamiento y de una acción que reivindicaran el libre mercado y la iniciativa privada, en el plano económico, y la tolerancia y la solidaridad en el plano político.

De esa resonante ausencia – Uslar Pietri prefirió la literatura a la política y dejó vacante un liderazgo que desde mediados de los cuarenta reclamaba por una referencia liberal ilustrada en nuestro país - y de la decadencia de la social democracia y del socialcristianismo venezolanos surge esta crisis terminal. Y el desaforado despliegue del más brutal clientelismo populista. Y bolivariano, para mayor Inri.

Venezuela, como nuestra región en su conjunto, vive hoy la grave disyuntiva de los tiempos de la globalización. O nos modernizamos, adecuándonos estructuralmente a los requerimientos de la economía global, o permanecemos prisioneros de la catalepsia de la regresión. Es la forma actualizada de la vieja disyuntiva entre civilización o barbarie que estuviese en los orígenes del pensamiento liberal en América Latina..

El proceso que vive Venezuela constituye el colmo del absurdo: vivimos la revolución más reaccionaria de nuestra historia, para nuestro mal tan llena de revoluciones. Si de algún amanecer cabe la palabra, es del despertar de la conciencia individual, de la reivindicación plena de los derechos del sujeto y la decidida intervención de todos los grupos de presión para acotar el área de influencia del Estado y ampliar tanto como nos sea posible el de la influencia de la libre iniciativa. Requerimos tanto libre mercado como nos sea posible. Y como tan bien señalan los pensadores liberales, tan poco Estado como haya menester. Ese es nuestro mayor desafío.

La presencia de Enrique Krauze y de Mario Vargas Llosa entre nosotros no constituye ninguna coincidencia. Expresa el excelente síntoma de los nuevos tiempos: la apertura hacia nuevos horizontes históricos.
Antonio Sánchez García (Analitica.com, Venezuela,10.12.08)

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