1. Mientras componía este libro extraordinario, el escritor mexicano Enrique Krauze, además de visitar nuestro país en varias ocasiones, hizo muchísimas preguntas a sus amigos venezolanos. Entre tantas, hubo una que me puso en aprietos.Palabras más, palabras menos, esa pregunta fue: "¿Puedes enumerar, sin pensártelo mucho, los logros del período que se abrió en 1958, con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, hasta, digamos, 1998, cuando Chávez ascendió al poder?". Es la misma pregunta que hoy propongo a mis lectores de TalCual. Recuerdo que la pregunta vino de noche, al final de una de sus largas llamadas telefónicas desde México. Por entonces, yo no lo conocía personalmente. Durante algún tiempo, pues, Enrique Krauze fue sólo la voz de un historiador mexicano decidido a extraer lecciones de nuestra discordia nacional.¿Lecciones para quién? Para América Latina, tal como señala en el subtítulo. Lecciones acerca de cómo algunas democracias se suicidan.Krauze prefiere las preguntas difíciles, ¡y vaya si sabe hacerlas!, pero en aquella ocasión me pareció, al colgar, que al menos esta pregunta no lo era tanto y que en unos cuantos minutos podría elaborar una lista y enviarla de vuelta en un e-mail. Me serví un whisky y me puse, en efecto, a garrapatear en una hoja de papel lo que, a mi modo de ver, podría dar cuenta de lo poco de bueno que –eso pensaba-nos dejaron esos cuarenta años hoy tan aborrecidos.
Tal como recuerdo aquella noche en mi baticueva, me fue ganando la sorpresa de que mi lista de indiscutibles logros de la era democrática se me hiciese cada vez más y más larga.Recuerdo que a poco de comenzar a ponerla por escrito, el orden jerárquico y los diversos criterios de valoración política y social de lo que para mí significaron aquellos años se fueron todos al diablo y que, al cabo de unos pocos minutos, me hallé anotando maquinalmente hitos de mi vida personal como ciudadano de una república latinoamericana llamada Venezuela.Curiosa paradoja: el libro de un superlativo historiador hispanoamericano de las ideas, un libro en toda apariencia dedicado a acorralar gélidas verdades políticas, me ha devuelto, como en la proverbial "película" que ven los que están a punto de ahogarse, lo que, tratando de hacerme entender, llamaré, con cursilería, "la emoción de lo perdido". Una vez estuve a punto de ahogarme en un playón de Choroní y sé que lo de la película que ven los ahogados es cierto.
2. Nací en el lado soleado de los años 50, en tiempos de una dictadura militar, poco después de que fuese derrocado el primer presidente civil que tuvimos en el siglo XX –un novelista, un antiguo profesor de escuela secundaria elegido en un comicio universal–.Mi madre, una maestra normalista, había nacido y crecido bajo otra dictadura, todavía más feroz.Mi hermano y yo guardamos todavía el "pin" de la Federación de Estudiantes de Venezuela que algún enamorado le obsequió y que ella, apenas una muchacha de 17 años, llevaba prendido en su sombrero el día de febrero de 1936 en que, desde los balcones de la Gobernación, se disparó sobre una multitud inerme congregada en la Plaza Bolívar.
Su relato de cómo escapó con vida de aquella matachina en la que vio caer, a pocos pasos de ella, a varios de sus amigos y de cómo el doctor Rísquez, rector de la Universidad Central, caminó desde San Francisco hasta Miraflores al frente de una manifestación en la que se confundían obreros y estudiantes, y en la que mi vieja, por supuesto, estaba entre los primeros chicharrones del caldero, fue mi primera lección de historia contemporánea venezolana.Fue aquella una jornada tan decisiva en nuestra historia moderna que Manuel Caballero no ha vacilado en proponer el 14 de febrero como fecha conmemorativa del nacimiento del fervor democrático de los venezolanos.A las 4:00 de la mañana del 23 enero de 1958, una vez el dictador Pérez Jiménez huyó del país, luego de desiguales y sangrientas refriegas callejeras con la policía, la chica del prendedor de la FEV nos despertó a todos sus hijos y nos sacó a la calle a ver pasar el griterío y el júbilo de aquella pasmosa madrugada. "¡Nunca más!", repetía; "¡nunca más!" Me hice hombre en una democracia sumamente imperfecta que la izquierda marxista me enseñó a despreciar y denostar por las razones equivocadas.
Sin embargo, y parafraseando a Allen Ginsberg, a lo largo de cuarenta años he visto a las mejores talentos de tres generaciones fructificar en un clima de tolerancia ante la voz disidente y fundar partidos de oposición, o publicar sus buenos y malos libros, estrenar sus buenas y malas obras de teatro y sus buenas o malas películas sin que la subvención estatal que pudiesen haber obtenido entrañase cortapisas a sus opiniones, casi siempre acremente adversas a la élite política gobernante.¿Es ese el mismo país que hoy está al borde de sucumbir definitivamente bajo una dictadura militar "de izquierda" que ya ni siquiera tiene el pudor de fingirse apegada a sus propias leyes de quitapón?
3. El libro de Enrique Krauze -genuino regalo navideño para los demócratas de Venezuela en pie de alerta– se interesa, entre otras cosas, por lo que de universal pueda tener el "caso venezolano" tenido como historia de una democracia latinoamericana del siglo XX que se las apañó para pegarse un tiro sin realmente proponérselo. La última década ha sido tan pródiga en libros sobre Chávez y Venezuela que usted tiene derecho a preguntarse si se trata de un libro útil en las actuales circunstancias.
Para predisponerlo a comprarlo ¡y leerlo!, permítame hablarle de la singular estructura de El poder y el delirio. A quienes no lo hayan leído, nunca les advierto que el autor posee recta, curva y buen cambio de velocidad. El libro trae crónica política, excursos eruditos y a ratos es autorreferencial como cuando Krauze habla de cómo surgió esta idea luego de una visita a nuestro país, a fines de 2007.Hay un capítulo dedicado al modo en que culto a los héroes encarna en Chávez. Es, en sí mismo, un ensayo de historia de las ideas políticas en el que Chávez, Marx, Carlyle y Plejanov se mueven sideralmente, los unos en torno a los otros, para concluir en que, de todos los fascistas del patio, el más arquetípico es Chávez: quizá sea el capítulo que más me impresionó: Krauze at his best.
Para mejor fundar su estudio sobre nuestra democracia suicida, Krauze vindica lo que llama "la hazaña de Betancourt" y lo hace de la mejor manera imaginable: entrevista a Manuel Caballero, su biógrafo par excellence y logra que Caballero, por una vez, no hable de sí mismo sino mucho y muy iluminadoramente de Betancourt. No es el único capítulo en que Krauze transcribe, al par que lo glosa, un conversatorio. La velada –imagino que se trató de una velada– con los académicos Germán Carrera Damas, Simón Alberto Consalvi y Elías Pino Iturrieta es pieza antológica.La probidad de Krauze lo lleva a recabar los pareceres de tres egregios chavistas: Jorge y Alí Rodríguez, junto a José Vicente Rangel. Llegado aquí me pregunto qué pudo ver el ministro Izarra en este libro que tan equilibradamente compulsa la opinión de tres de sus más representativos factores. Como se sabe, Izarra, quien según entiendo organizó los encuentros, envió un irreproducible email de repudio al distinguido historiador chilango. Podría seguir y seguir.Bástele a usted saber que El Poder Y El Delirio es un libro inspirador que nos llega justo cuando los demócratas de Venezuela se aprestan a librar una batalla en la que las opciones son recuperar ¡para todos! nuestra tradición democrática o perdernos.
Ibsen Martínez (Tal Cual, Venezuela, 16.12.08)
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