viernes, 12 de diciembre de 2008

Chávez, la democracia, Venezuela

Es innegable que la sombra del castrismo se proyecta sobre Venezuela, mezclada con la del bolivarismo de Hugo Chávez, pero lo es también que la influencia que Fidel Castro se ha propuesto siempre ejercer más allá de las fronteras de Cuba ha sido uno de los más constantes empeños del dictador comunista desde hace cinco décadas. Y Venezuela, Krauze nos lo recuerda, fue el primer país de América Latina al que, ya en la década de 1960, Castro se empeñó en exportar sus ideas y métodos.

Uno de los aciertos de este libro se desprende precisamente de su enfoque del peso e influencia de la revolución cubana en Venezuela. Salvo los de algunos historiadores e intelectuales venezolanos, los comentarios que inspira la reciente cubanización oficial de este país bajo la férula del caudillo de Sabaneta no toman en cuenta que esa influencia y ese peso se remontan a los inicios del régimen cubano, que el próximo 1º de enero cumplirá la friolera de medio siglo. Pero esto no ha de sorprender a nadie: fuera de ámbitos académicos especializados, lo que se publica sobre Venezuela fuera de sus fronteras revela casi siempre una abismal ignorancia de su historia y de su realidad, especialmente complejas ambas. Y algo mucho peor: una no menos abismal indiferencia.

En España abundan los opinadores cuyas audaces tergiversaciones sobre lo que es o representa o significa el régimen de Chávez lo son en medida inversamente proporcional a sus conocimientos de la realidad histórica de Venezuela. Se escribe, casi siempre, menos sobre Chávez que contra él o lo que el comentarista de turno supone que representa, y desde luego casi nunca se escribe con ánimo de comprender la realidad venezolana. De ahí la exclusiva y magnificada presencia de Chávez, que por estos pagos ha acabado haciendo de su nombre una metonimia de Venezuela, y las simplificaciones habituales sobre su pintoresco talante (sus bravatas de histrión populachero, su lenguaje soez, sus reality shows televisados) o sobre su radical malignidad de dictador totalitario. De hecho, quien de Chávez y su régimen sólo conozca lo que opinan los periodistas españoles ha de concluir forzosamente que Venezuela es una cárcel igual en todo punto a la cubana o una especie de Albania trasplantada a América del Sur. Pero mejor será dejarlo de este tamaño: la desidia y el desaliño intelectuales, melancólico hábito peninsular, apenas consiguen disfrazar al viejo demonio castizo de la ideologización a ultranza (se escribe contra Chávez apuntando con una mano a Castro y con la otra a Zapatero).

Por otro lado, de ese acierto innegable (el correcto enfoque y contextualización histórica de la revolución cubana en el ámbito venezolano) también se desprende lo que considero una lectura apresurada, aunque ciertamente elegante, del proceso político venezolano de las últimas cuatro décadas. Krauze constata que en buena medida la izquierda venezolana que abrazó con entusiasmo la revolución cubana (los Teodoro Petkoff, Américo Martín, Carlos Raúl Hernández), con el tiempo no sólo renunciaron al furor y el delirio guerrilleros, sino que han acabado convirtiéndose en auténticos demócratas. Pero resulta que ese viraje y cambio de piel de algunos de los principales actores de las guerrillas venezolanas de los sesenta ha coincidido con el lento desgaste de la democracia venezolana, que desemboca en la revolución chavista. De ello Krauze, sensible como todos los intelectuales a las simetrías nítidas y las metáforas claras, deduce una perplejidad: cómo es posible que la sociedad venezolana, incluida la izquierda más radical, acabara haciendo suyos los ideales democráticos y, al mismo tiempo, Venezuela haya desandado ese proceso, pasando de la democracia a la revolución.

Me parece que se trata de una aporía de fácil solución: la clave está en la palabreja revolución. Que Hugo Chávez y sus seguidores repitan a la saciedad que han traído la revolución a Venezuela no quiere forzosamente decir que el gobierno de Chávez sea revolucionario, del mismo modo que el tan cacareado socialismo del siglo XXI es menos un cuerpo de doctrina que un cascarón vacío (útilmente vacío, en el que Chávez mete lo que le conviene según las circunstancias: ayer las Misiones, hoy los submarinos rusos).

Pero esto es peccata minuta. Krauze, que es historiador riguroso, ha dedicado casi un año pleno a investigar su tema, y lo ha hecho no sólo sentado en su casa leyendo libros y navegando por internet, sino además viajando en un par de ocasiones a Venezuela y entrevistando a intelectuales, periodistas, académicos y políticos de todas las sensibilidades. Salvo a uno: a Hugo Chávez, precisamente, pero no porque no lo haya intentado, sino porque el presidente venezolano se negó a prestarse al ejercicio. En realidad, esta ausencia tiene una importancia relativa: lo único que habría aportado a su análisis es una confirmación empírica del rico y minucioso retrato que Krauze traza de él, basado en numerosos testimonios y en sus innumerables discursos y pronunciamientos.

Es otro punto fuerte del libro de Krauze: por vez primera contamos con un retrato biográfico de Chávez exhaustivo, y no ceñido sólo a su trayectoria personal, su carrera militar y su estilo de gobernar, también atento a influencias ideológicas determinantes para su proyecto bolivariano y socialista, desde el Plejánov de El papel del individuo en la historia hasta los delirios fascistas y antisemitas del argentino Norberto Ceresole (desde que este fanático dejó de asesorar directamente a Chávez, se suele olvidar que fue su tutor intelectual tras su primera llegada al poder, hace diez años).

El retrato de Chávez trazado por Krauze tiene la doble virtud de rastrear los orígenes del culto a Bolívar en algunos rasgos de la personalidad de este individuo, decidido desde su infancia a identificarse mediante el más desatado y pueril mimetismo con los grandes hombres, y a la vez ensayar una explicación de la mitificación heroica de los próceres y caudillos venezolanos atenta a las lecturas oficialistas de la historia de Venezuela, todas ellas pródigas, desde el siglo XIX, en hipóstasis gloriosas. De paso, Krauze recuerda, en el caso del culto a Bolívar, lo que ya habían advertido algunos historiadores venezolanos: hasta el régimen de Juan Vicente Gómez, ese culto fue de derechas, y desde entonces ha mutado en herramienta populista de la izquierda.

Del mismo modo, Krauze abre el abanico ideológico para ver en el culto a los héroes y hombres providenciales al que tan afecto se muestra Chávez una pervivencia de la tradición inaugurada por Thomas Carlyle y prolongada un siglo después en los fascismos y el nazismo. Ello le permite, interesantemente, desmontar una de las principales coartadas ideológicas del chavismo, pretendidamente arraigado en el marxismo. Y lo hace proponiendo un inteligente paralelismo entre Chávez y el Luis Napoleón Bonaparte del 18 Brumario de Marx, y demostrando que Chávez y los chavistas, empeñados en hacer de Simón Bolívar un precursor del socialismo, obviamente no han leído el juicio terriblemente severo que el Libertador de Venezuela le mereció a Marx.

Pero no se piense que El poder y el delirio agota su tema e interés en este enfoque múltiple de la figura de Chávez. A Krauze le interesaba, al abordar su investigación venezolana, comprender lo que está sucediendo en ese país, convencido de que lo que se juega en Venezuela afecta y afectará al destino de la democracia en toda América Latina. Para comprender a cabalidad lo que está sucediendo en Venezuela es obligado, desde luego, someter a análisis a Chávez y al chavismo, pero no lo es menos comprender la historia reciente del país. Y aquí estriba el interés y la originalidad del libro. Ojo: Krauze no ha descubierto esa historia, ni pretende hacerlo. Ha tenido la cortesía, elemental y necesaria en un investigador, de consultar, extractar y resumir décadas de análisis y estudios sobre la historia venezolana, que no circulan fuera de su ámbito original o cuando lo hacen quedan encapsulados en muy angostos ambientes académicos.

El lector no venezolano tiene aquí, pues, no tanto un libro sobre Hugo Chávez cuanto tres libros en uno sobre la compleja realidad de Venezuela: sobre la pervivencia y mutación de ideologías que encarnan en Chávez y el chavismo, sobre las claves históricaslocales que explican en parte la aparición del bolivarismo y el socialismo del siglo XXI y sobre la manera de enfrentarse al mismo de muchos venezolanos. Esta última faceta es, además de justa, conmovedora, porque Krauze, después de haber pulsado las opiniones y calibrado las posturas de unos y otros –chavistas y antichavistas, oficialistas y opositores–, y de los más agudos e informados observadores y analistas de la realidad venezolana, llega a la alentadora conclusión de que la democracia venezolana (que en las páginas dedicadas a Rómulo Betancourt perfila como la más adelantada y fructífera de todas las experiencias democráticas hispanoamericanas) no sólo no ha muerto, sino que probablemente ni siquiera Hugo Chávez consiga liquidarla.

A pesar de los nubarrones que siguen cerniéndose sobre Venezuela, esa percepción no parece destinada sólo a insuflar ánimos a los sufridos ciudadanos de este país. Cualquiera que conozca el apego real de los venezolanos a la democracia puede sentirse autorizado a compartir esa esperanza.


Ana Nuño (Libertad digital, España, 12.12.08)

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