En su crónica “Viaje a Caracas” (Letras libres, noviembre 2008), Enrique Krauze cuenta que llegó a Venezuela un día después de la derrota de Hugo Chávez en el referendo del 2 de diciembre de 2007, conoció la situación y a su regreso a México se puso a responder “quién es, de dónde salió, cómo se construyó” ese personaje. El resultado quedó plasmado en El poder y el delirio (Tusquets, 2008). La crónica y el texto “El eterno retorno de lo mismo: crítica histórica” (capítulo VIII del libro), sumados a conferencias y respuestas periodísticas del autor, dan una idea acabada de la Venezuela y del Hugo Chávez de Enrique Krauze.
Historiador “maduro”, creador de la añeja frase “democracia sin adjetivos”, nuestro maître penseur critica el “vocabulario binario” del hombre de Miraflores y se despacha sin ambages. Veamos.
Venezuela: dictadura aderezada con petróleo, régimen con concentración absoluta del poder, país totalitario, democracia sin partidos políticos, autocracia electa con formas democráticas, metrópoli de un imperialismo con virreyes petrocomprados. Chávez: monarca absoluto, caudillo populista, mesías carismático, delirante, televangelista político, ayatolá de lo divino y de lo humano, corrupto, encarnación de Mussolini, Hitler, Stalin, Fidel…
Hasta ahí nada nuevo. Krauze repite la matriz de opinión de la guerra mediática contra Chávez y su satanización. Es decir, la propaganda, las maquinaciones ideológicas y los estereotipos generados por la comunidad de inteligencia en Washington, con eje en la categoría “populismo radical” acuñada por el Pentágono, que recogen las megacorporaciones mediáticas y que el autor fue absorbiendo, o reforzando, en los cenáculos organizados por la administración de Bush en Estonia, España y otros países del mundo libre. Una de sus fuentes, Ignacio Ávalos, antichavista, escribió en El Nacional que el libro “parece redactado por la más clásica oposición”. Otra, José Vicente Rangel, se quejó de que la entrevista que le hizo Krauze terminó en “una vulgar manipulación para un libro de encargo”.
Ante la realidad evidente, como perlas perdidas en ese mar de horrores, nuestro fabricante de historias admite que Chávez es un genio político de largo aliento; que no es cruel ni sanguinario; que tiene carisma y vocación social, y que en la Venezuela actual nadie ha sido muerto por ideas ni creencias (desde el lado oficial, cabe acotar), la libertad religiosa continúa y la educación católica funciona. ¡Ah caray! ¿Entonces, en qué quedamos? ¿No que el tal Chávez era un Hitler/Mussolini/Stalin redomado? Pero habría que añadir, también, que en el “totalitarismo” chavista no hay un solo preso político, desaparecido, ejecutado, ni una radiodifusora, televisión o diario clausurado, o periodista censurado. Eso para Krauze es prescindible.
Junto a esos silencios, producto de una selección parcial y la manipulación de datos, Krauze omite otros factores que resultan significativos. Aparte de lo que Hegel llamó la “papilla del corazón”, que oculta la realidad de miseria y desolación de la Venezuela prechavista, y del humanitarismo falsamente sublime de algunas de sus fuentes: el candoroso padre Luis Ugalde, rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB); el memorioso obispo de Mérida, Baltazar Porras; el modélico Teodoro Petkoff, prototipo de la “izquierda democrática y liberal moderna” que quiere la derecha, y el estudiante blindado, Yon Goicochea, nuestro conservador ilustrado nos priva de información clave. No dice, por ejemplo, si fue una simple ocurrencia, que envuelto en la euforia antichavista de sus amigos de El Nacional, durante su primer viaje a Caracas, sugiriera él mismo crear el Movimiento 2 de Diciembre Democracia y Libertad. Según consigna Antonio Sánchez García, quien asistió al desayuno criollo en lo de Simón Alberto Consalvi, la propuesta de Krauze “no cayó en saco roto”. ¿Organizador activista transfronterizo nuestro intelectual empresario?
Otra cuestión llama la atención: cuando habla de Yon Goicochea y los estudiantes “humanistas, cívicos, reformadores, pacifistas” del padre Ugalde, el rector de la conservadora UCAB –que encarnan, dice Krauze, una esperanza de reconciliación en la Venezuela confrontada por el odio, el resentimiento y la insidia de las “turbas chavistas” y su liderazgo mesiánico–, afirma que fueron el factor clave de la “resistencia” ante el fraude que se maquinaba y el derrotismo de algunos opositores.
En el lenguaje de la ex Yugoslavia, resistencia se escribe Otpor. Y Optor fue el nombre de la organización que organizó el golpe de Estado suave contra Slobodan Milosevic, que por razones geopolíticas y geoeconómicas patrocinaron la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), la Fundación Nacional para la Democracia (NED), el Instituto Republicano Internacional que presidía John McCain y otras agencias de Washington, con apoyo de la Fundación Konrad Adenauer, del partido democristiano alemán (el de la señora Merkel) y la fundación FAES, de José María Aznar. La técnica del golpe suave, aplicada por las revoluciones de colores (naranja en Ucrania, rosa en Georgia, tulipán en Kyrgyztan), estaba siendo ensayada contra Chávez con el nombre de “revolución caléndula”, en los días que Krauze estuvo en Caracas. Lo divulgó la firma texana Stratfor, la de México como Estado fallido.
Sólo que el “golpe continuado” en Venezuela, como lo llama Rangel, estaba siendo operado por Porras, Ugalde y el Opus Dei. Ellos fabricaron un movimiento estudiantil como “arma comunicacional” y “para calentar la calle”, según afirman de manera abierta los partidos del Movimiento 2D, el que bautizó Krauze. ¿Y saben qué gritaban los buenos muchachos de Goicochea, cuando pretendieron incendiar la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Central, con 150 estudiantes adentro? “¡Van a morir, van a morir! ¡Los chavistas van a morir!”. ¿Libro por encargo? No sé. Pero este 15 de febrero hay otro referendo en Venezuela.
Carlos Fazio (La Jornada, 9.Feb.09)
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