martes, 16 de diciembre de 2008

Un libro inspirador


1. Mientras componía este libro extraordinario, el escritor mexicano Enrique Krauze, además de visitar nuestro país en varias ocasiones, hizo muchísimas preguntas a sus amigos venezolanos. Entre tantas, hubo una que me puso en aprietos.Palabras más, palabras menos, esa pregunta fue: "¿Puedes enumerar, sin pensártelo mucho, los logros del período que se abrió en 1958, con la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, hasta, digamos, 1998, cuando Chávez ascendió al poder?". Es la misma pregunta que hoy propongo a mis lectores de TalCual. Recuerdo que la pregunta vino de noche, al final de una de sus largas llamadas telefónicas desde México. Por entonces, yo no lo conocía personalmente. Durante algún tiempo, pues, Enrique Krauze fue sólo la voz de un historiador mexicano decidido a extraer lecciones de nuestra discordia nacional.¿Lecciones para quién? Para América Latina, tal como señala en el subtítulo. Lecciones acerca de cómo algunas democracias se suicidan.Krauze prefiere las preguntas difíciles, ¡y vaya si sabe hacerlas!, pero en aquella ocasión me pareció, al colgar, que al menos esta pregunta no lo era tanto y que en unos cuantos minutos podría elaborar una lista y enviarla de vuelta en un e-mail. Me serví un whisky y me puse, en efecto, a garrapatear en una hoja de papel lo que, a mi modo de ver, podría dar cuenta de lo poco de bueno que –eso pensaba-nos dejaron esos cuarenta años hoy tan aborrecidos.

Tal como recuerdo aquella noche en mi baticueva, me fue ganando la sorpresa de que mi lista de indiscutibles logros de la era democrática se me hiciese cada vez más y más larga.Recuerdo que a poco de comenzar a ponerla por escrito, el orden jerárquico y los diversos criterios de valoración política y social de lo que para mí significaron aquellos años se fueron todos al diablo y que, al cabo de unos pocos minutos, me hallé anotando maquinalmente hitos de mi vida personal como ciudadano de una república latinoamericana llamada Venezuela.Curiosa paradoja: el libro de un superlativo historiador hispanoamericano de las ideas, un libro en toda apariencia dedicado a acorralar gélidas verdades políticas, me ha devuelto, como en la proverbial "película" que ven los que están a punto de ahogarse, lo que, tratando de hacerme entender, llamaré, con cursilería, "la emoción de lo perdido". Una vez estuve a punto de ahogarme en un playón de Choroní y sé que lo de la película que ven los ahogados es cierto.
2. Nací en el lado soleado de los años 50, en tiempos de una dictadura militar, poco después de que fuese derrocado el primer presidente civil que tuvimos en el siglo XX –un novelista, un antiguo profesor de escuela secundaria elegido en un comicio universal–.Mi madre, una maestra normalista, había nacido y crecido bajo otra dictadura, todavía más feroz.Mi hermano y yo guardamos todavía el "pin" de la Federación de Estudiantes de Venezuela que algún enamorado le obsequió y que ella, apenas una muchacha de 17 años, llevaba prendido en su sombrero el día de febrero de 1936 en que, desde los balcones de la Gobernación, se disparó sobre una multitud inerme congregada en la Plaza Bolívar.
Su relato de cómo escapó con vida de aquella matachina en la que vio caer, a pocos pasos de ella, a varios de sus amigos y de cómo el doctor Rísquez, rector de la Universidad Central, caminó desde San Francisco hasta Miraflores al frente de una manifestación en la que se confundían obreros y estudiantes, y en la que mi vieja, por supuesto, estaba entre los primeros chicharrones del caldero, fue mi primera lección de historia contemporánea venezolana.Fue aquella una jornada tan decisiva en nuestra historia moderna que Manuel Caballero no ha vacilado en proponer el 14 de febrero como fecha conmemorativa del nacimiento del fervor democrático de los venezolanos.A las 4:00 de la mañana del 23 enero de 1958, una vez el dictador Pérez Jiménez huyó del país, luego de desiguales y sangrientas refriegas callejeras con la policía, la chica del prendedor de la FEV nos despertó a todos sus hijos y nos sacó a la calle a ver pasar el griterío y el júbilo de aquella pasmosa madrugada. "¡Nunca más!", repetía; "¡nunca más!" Me hice hombre en una democracia sumamente imperfecta que la izquierda marxista me enseñó a despreciar y denostar por las razones equivocadas.
Sin embargo, y parafraseando a Allen Ginsberg, a lo largo de cuarenta años he visto a las mejores talentos de tres generaciones fructificar en un clima de tolerancia ante la voz disidente y fundar partidos de oposición, o publicar sus buenos y malos libros, estrenar sus buenas y malas obras de teatro y sus buenas o malas películas sin que la subvención estatal que pudiesen haber obtenido entrañase cortapisas a sus opiniones, casi siempre acremente adversas a la élite política gobernante.¿Es ese el mismo país que hoy está al borde de sucumbir definitivamente bajo una dictadura militar "de izquierda" que ya ni siquiera tiene el pudor de fingirse apegada a sus propias leyes de quitapón?
3. El libro de Enrique Krauze -genuino regalo navideño para los demócratas de Venezuela en pie de alerta– se interesa, entre otras cosas, por lo que de universal pueda tener el "caso venezolano" tenido como historia de una democracia latinoamericana del siglo XX que se las apañó para pegarse un tiro sin realmente proponérselo. La última década ha sido tan pródiga en libros sobre Chávez y Venezuela que usted tiene derecho a preguntarse si se trata de un libro útil en las actuales circunstancias.
Para predisponerlo a comprarlo ¡y leerlo!, permítame hablarle de la singular estructura de El poder y el delirio. A quienes no lo hayan leído, nunca les advierto que el autor posee recta, curva y buen cambio de velocidad. El libro trae crónica política, excursos eruditos y a ratos es autorreferencial como cuando Krauze habla de cómo surgió esta idea luego de una visita a nuestro país, a fines de 2007.Hay un capítulo dedicado al modo en que culto a los héroes encarna en Chávez. Es, en sí mismo, un ensayo de historia de las ideas políticas en el que Chávez, Marx, Carlyle y Plejanov se mueven sideralmente, los unos en torno a los otros, para concluir en que, de todos los fascistas del patio, el más arquetípico es Chávez: quizá sea el capítulo que más me impresionó: Krauze at his best.
Para mejor fundar su estudio sobre nuestra democracia suicida, Krauze vindica lo que llama "la hazaña de Betancourt" y lo hace de la mejor manera imaginable: entrevista a Manuel Caballero, su biógrafo par excellence y logra que Caballero, por una vez, no hable de sí mismo sino mucho y muy iluminadoramente de Betancourt. No es el único capítulo en que Krauze transcribe, al par que lo glosa, un conversatorio. La velada –imagino que se trató de una velada– con los académicos Germán Carrera Damas, Simón Alberto Consalvi y Elías Pino Iturrieta es pieza antológica.La probidad de Krauze lo lleva a recabar los pareceres de tres egregios chavistas: Jorge y Alí Rodríguez, junto a José Vicente Rangel. Llegado aquí me pregunto qué pudo ver el ministro Izarra en este libro que tan equilibradamente compulsa la opinión de tres de sus más representativos factores. Como se sabe, Izarra, quien según entiendo organizó los encuentros, envió un irreproducible email de repudio al distinguido historiador chilango. Podría seguir y seguir.Bástele a usted saber que El Poder Y El Delirio es un libro inspirador que nos llega justo cuando los demócratas de Venezuela se aprestan a librar una batalla en la que las opciones son recuperar ¡para todos! nuestra tradición democrática o perdernos.
Ibsen Martínez (Tal Cual, Venezuela, 16.12.08)

lunes, 15 de diciembre de 2008

Presentación del libro en Caracas

Mi amigo y editor Ulises Milla me hizo el honor de invitarme a participar, con mi amigo Américo Martín, en la presentación del libro de mi amigo Enrique Krauze. ¿Una conspiración o, para mejor y como solía decirse, un convivio de amigos? Sí, en cierta forma; sólo que no para intercambiar atenciones sino para compartir en la valoración de una obra a la que, ya lo sabemos, no le faltarán enemigos ni le sobrarán amigos.

Al recibir tal invitación, y al aceptarla, me puse en un trance que debo explicar. Sucede que soy accionista intelectual minoritario del contenido de este libro, como el Enrique historiador lo consigna. Pero sucede, también, que su autor ha extremado su gentiliza al decirme filósofo de la historia, como podrán ustedes comprobarlo en la página 217.
La conjunción de estas circunstancias me coloca, por una parte, en la obligación de velar por la salud de mi inversión, por pequeña y poco significante que fuere; y por la otra, en la todavía más comprometedora obligación de probar que la generosidad de Enrique, al declararme filósofo, no desbordó del todo lo razonable.
En realidad, bien podría desentenderme de la suerte de mi minúscula inversión intelectual; pero no podría hacer lo mismo con la comprometedora calificación recibida. Y esto por razones que parecen obvias, si se les considera separadamente. En efecto, se pretende que el filósofo se deba a la formación del saber; como se pretende que el historiador lo sea a la procuración de la verdad. Junten Uds. estas dos quimeras del intelecto y podrán hacerse una idea de mi angustia. Veré cómo compensarla.
Me creo obligado a fijar un criterio de referencia para que los juicios que me prometo hacer cuenten con alguna otra legitimidad que la muy sagrada amistad. Y digo esto porque soy historiador, y los historiadores, en ejercicio del oficio, se supone que no deberemos tener amigos; sólo pacientes.
El criterio consiste en que hace muchos años escribí algo que recordé hace algún tiempo en la Universidad de los Andes, al participar en un coloquio sobre la contribución de los testimonios de extranjeros al conocimiento de la Historia de Venezuela. Partí de la consideración de que tales testimonios, cualesquiera que hayan sido la condición y la motivación de quienes los legaron, se inscriben, necesariamente, en el marco metódico de la historia de lo contemporáneo. Esta comprobación me llevó a invocar la modalidad testimonial que he denominado “la mirada del vecino de enfrente”, e hice algunas consideraciones sobre la circunstancia de que el tal vecino ve con más atención, y quizás con mayor agudeza crítica, la fachada de nuestra casa; pero no con igual penetración el interior de la misma. En cambio, no parece que nosotros prestemos una atención equivalente a la fachada de nuestra casa. Pero cabe tener claro que si bien la mirada del vecino no capta toda la realidad de nuestra casa; tampoco lo hacemos nosotros cuando ignoramos, o peor aún si prescindimos, de lo captado por la mirada del vecino de enfrente.
Pero ocurre que la mirada del vecino del frente será necesariamente incómoda. Lo será cuando perciba en nuestra fachada resquebrajaduras y deslucidos que denuncien nuestra falta de previsión, si no nuestra indolencia. Pero no lo será menos cuando transpire benevolencia o tolerancia. Los historiadores estamos armados metódicamente para encarar ambas posibilidades. Para ello nos acogemos al precepto de que no hay testimonio que sea totalmente cierto, como no lo hay, tampoco, que sea totalmente falso. Aunque no debo dejar pasar la mención del juicio malicioso de quienes ven en ese precepto una argucia para que sigamos en el oficio de historiador.
Pues bien, al contribuir a presentar la obra de Enrique me hallo en el siguiente disparadero. Debo y quiero presentar una mirada del vecino de enfrente que revela no sólo agudeza, sino también y sobretodo, una simpatía venezolanista pasada, eso sí, por una capacidad crítica que se halla en permanente estado de ebullición, generada ésta por la pasión que acompaña la comprensión de lo observado, y por la inquietud causada en el testigo por lo que le es propio; pasión e inquietud que se ven reflejadas tanto en lo observado como en la necesidad de comprender lo observado. Y tal es la visión de Enrique: una de vecino de enfrente que no se corresponde con la de los entomólogos “científicamente objetivos”; ni se halla contaminada por la que he denominado la piedad latinoamericanista, expresión que hacía sonreír a mi admirado y siempre recordado amigo Charles C. Griffin.
En una de nuestras gratas conversaciones, comuniqué a Enrique una duda benévola sobre si el venía a comprender Venezuela contemporánea o a interpretar su México de un futuro posible. No me respondió; pero tampoco convino en mi dicho. Reflexionando sobre este brevísimo episodio hallo que mi pregunta nació de mi sedimentario amor por esa suerte de China de América, formada por los Méxicos. En su sobrecarga de experiencias históricas les faltaba la que hoy viven, es decir la de emprender la marcha hacia la instauración de un auténtico régimen sociopolítico democrático, como instancia necesaria para dotarse de una sociedad genuinamente democrática.
La atenta lectura de este libro me ha confirmado la que en el momento de conversación que acabo de recordar parecía ser sólo una sospecha. La expresaré de esta manera: Enrique vino a estudiar cómo los venezolanos hemos sido quebrados en el sexto grado de nuestra democracia, y cómo nos hemos esforzado en aprobar los exámenes de reparación, como el presentado el reciente domingo 23 de noviembre. Lo ha hecho con la determinación, inconfesa pero evidente, de contribuir, con su lúcido pensamiento y su ágil pluma, a que los mexicanos no sufran descalabro semejante cuando apenas inician la primaria de su democracia.
Pero al hacer esto, Enrique no incurre en pecado, ni como historiador ni como escritor. Quizás el mismo propósito movió a otros ilustres vecinos que observaron nuestra fachada. Benjamin Bentham lo hizo, al refugiar sus anhelos republicanos en la contemplación de la República de Colombia, moderna y liberal. Pero algo fundamental diferencia, en la prosecución de su propósito, a estos dos ilustres observadores. Bentham aspiraba a la instauración de un orden liberal universal, en el que cupiera Gran Bretaña; pero su presunción de arquitecto de Estados racionales no destila simpatía por los entonces colombianos aprendices de ciudadanos. En cambio, el autor de esta obra, que hoy recibimos, se sitúa, clara y decididamente, al lado de los venezolanos que trabajamos por mantener viva nuestra democracia; y por devolverle su esplendor, el mismo que fue punto de referencia para todos los demócratas de América y del mundo, como pude percibirlo directamente en mi función diplomática y académica.
No creo que estas palabras sean una carga difícil de soportar por los recios hombros intelectuales de Enrique. El es veterano de muchas campañas; y vencedor de muchas batallas. Los venezolanos demócratas acogemos este libro como el arma aportada, por un voluntario combatiente por la democracia, a quienes aquí combatimos por ésta.
Germán Carrera Damas (Presentación del libro El poder y el delirio, Caracas, 5-12.08)

El poder y el delirio


Quienes consideran al comandante Hugo Chávez un ser primitivo y superficial juzgándolo sólo por sus apariciones televisivas, en las que derrocha truculencia, demagogia, vulgaridad, diatribas y jerga, se llevarán una sorpresa leyendo el libro que el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze ha dedicado al presidente venezolano: El poder y el delirio. En su intenso rastreo, Chávez aparece, desde adolescente, antes de ingresar al Ejército, como un joven abrasado por una pasión subversiva y patriótica, que practica el béisbol con éxito y devora libros de historia de su país, biografías de sus héroes y escudriña sin tregua la vida y proezas de Bolívar a quien profesa un culto religioso y sueña con emular.
Más tarde, ya de oficial, experimentará una singular conversión a la ideología y los designios revolucionarios de los guerrilleros a quienes ha sido enviado a combatir a la región de Anzoátegui. Allí, en los setenta, leyó un libro que, según Krauze, cambió su vida: El papel del individuo en la historia, del padre del marxismo ruso, Gueorgui Plejánov. A partir de entonces, mezclando reflexiones propias con lecturas de Marx, Lenin y panfletos revolucionarios latinoamericanos, al mismo tiempo que a su devoción por Bolívar añadía la fascinación por Fidel Castro, irá construyendo su peculiar ideología, una alianza de militarismo, marxismo y fascismo, en el que el eje y motor de la revolución es el héroe epónimo, entendido éste en la acepción carismática y trascendental que le atribuyó Carlyle en su libro (tan admirado por Hitler) De los héroes y el culto de los héroes. Todo esto ocurre en el secreto, claro está, pues el Ejército del que forma parte Chávez se halla en aquellos años identificado con los gobiernos democráticos de Venezuela y empeñado en una lucha difícil contra las guerrillas que, apoyadas por Cuba, han abierto varios frentes de lucha en el interior del país. Dentro de sus filas, Chávez forma sociedades secretas y conspira ya entonces preparando la toma del poder mediante un golpe, algo que sólo intentará, fracasando en el intento, años más tarde, en 1992, durante el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez.

De manera que cuando el comandante Chávez sube al poder, en 1998, ungido por los votos de los electores venezolanos, está lejos de ser un improvisado. Va a poner en práctica un proyecto político y social que irá puliendo y radicalizando desde el gobierno, pero que ya le rondaba la cabeza desde su juventud. Ésta es también una tesis que hace suya el ex presidente boliviano Jorge Quiroga, para quien Chávez es un astuto estratega que, detrás de sus extremos histriónicos, va edificando sin prisa ni pausa y a golpes de chequera -de petrochequera- un imperio continental estatista, totalitario y caudillista. Este proyecto, dice Krauze, aunque se promueve a sí mismo con una retórica revolucionaria y marxista, tiene, por su componente militarista, vertical y sobre todo el culto irracional del héroe, una entraña fascista, y su semejanza mayor, en América Latina, son Perón y el peronismo.
Uno de los aspectos más interesantes de la investigación de Krauze es mostrar la influencia que ejerció sobre Chávez un pintoresco personaje de híbrido prontuario, Norberto Ceresole, peronista, profesor de la Escuela Superior de Guerra en la URSS, representante de Hezbolá en España, antisemita y neonazi militante, autor de libros de geopolítica que negaban el Holocausto. Luego de haber estado vinculado a la dictadura militar de izquierda del general Velasco Alvarado en el Perú, Ceresole se convirtió en asesor y panegirista del comandante Chávez, a quien acompañó en sus giras por el interior de Venezuela.
El poder y el delirio es un libro muy ameno, compuesto de ensayo histórico, reportaje periodístico, documento de actualidad y análisis político. Traza un animado fresco del pasado inmediato venezolano, donde encuentra las raíces secretas de la crisis que abrió a Chávez las puertas del poder en el deterioro, despilfarro y corrupción en que degeneró una democracia que, a la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, y con el Gobierno de Rómulo Betancourt había abierto un período, ejemplar en ese momento latinoamericano, de libertades públicas, fortalecimiento de las instituciones civiles y de la legalidad, a la vez que de intensa preocupación social.
Con justicia, Krauze llama a Betancourt "la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina", pues no sólo impulsó la libertad en su país sino luchó sin desmayo contra todas las dictaduras, de Trujillo a Fidel Castro, que mantenían al continente en el atraso y la barbarie. Si la llamada "doctrina Betancourt" que quería comprometer a todos los gobiernos democráticos del continente a romper relaciones y a acosar diplomáticamente a todo régimen de facto hubiera prosperado, otra sería la suerte política de América Latina en la actualidad. Por eso fue atacado con ferocidad sin igual por los dos extremos y se salvó de milagro de los varios atentados contra su vida. Krauze tiene razón: Rómulo Betancourt fue un demócrata cabal, un estadista honrado y lúcido, y si todos los gobernantes que lo sucedieron hubieran seguido su ejemplo jamás hubiera surgido en Venezuela un fenómeno como el de Chávez. Por desgracia no fue así y, al igual que en otras democracias latinoamericanas, la ineficiencia y la corrupción que vinieron después hicieron que grandes sectores sociales, frustrados en sus anhelos, se dejaran seducir por los cantos de sirena revolucionarios. Y, ahora, mientras luchan por recuperar la democracia que perdieron, aprenden (¿aprenden, de verdad?) que el sacrificio de la libertad es siempre inútil, pues los hombres fuertes y caudillos acarrean siempre peores males que los que pretenden remediar.
En los animados diálogos y mesas redondas y entrevistas con intelectuales venezolanos de distintas tendencias que acompañan el ensayo de Krauze, se despliega toda la complejidad de la situación actual en Venezuela, y queda claro que hay criterios muy diversos entre los análisis que hacen distintas figuras de la oposición, de un Teodoro Petkoff a un Germán Carrera Damas o a un Simón Alberto Consalvi, para explicar el fenómeno Chávez. Pero lo que surge de todo ese rico material polémico es algo que resulta muy alentador: lo más graneado y sólido de la intelectualidad venezolana, sea de izquierda, de centro o de derecha, milita en las filas de la oposición democrática al régimen caudillista de Chávez y trabaja para impedir que el proyecto autoritario cancele los espacios de libertad que aún sobreviven. Y todos parecen coincidir en la convicción de que esa lucha por la libertad debe ser pacífica, de ideas y principios, y electoral. Esta es la primera vez en la historia de América Latina en que un régimen "revolucionario" no ha conseguido reclutar a un solo artista, pensador o escritor de valía y más bien se las ha arreglado para ponerlos a todos ellos en la oposición. Vale la pena subrayarlo y celebrarlo porque lo cierto es que hasta ahora todas nuestras dictaduras, sobre todo si eran de izquierda, han tenido cortesanos intelectuales, y a veces de alto nivel.
No es menos extraordinario que en la resistencia a Chávez militen, en la vanguardia, los estudiantes universitarios, en su gran mayoría, y sobre todo los de las universidades públicas, es decir, los de origen social menos próspero. Enrique Krauze entrevista a varios de ellos y hace un perceptivo examen de las razones que han llevado a los jóvenes venezolanos a rechazar la supuesta "revolución socialista del siglo XXI" y a movilizarse, en diciembre del año pasado, contra el intento del régimen de Chávez de legitimar su eternización en el poder mediante un plebiscito. La derrota que allí experimentó el régimen, por primera vez, es una fecha histórica, porque desde entonces ha cambiado la correlación de fuerzas, y ello ha quedado demostrado el pasado 23 de noviembre, con los resultados de las elecciones en las que la oposición conquistó los cinco Estados principales del país y un gran número de alcaldías. No creo que sea wishful thinking predecir que desde ahora, y aunque ello tome tiempo, Venezuela dejará de retroceder hacia el autoritarismo pleno y avanzará de nuevo hacia una democracia renovada, enriquecida por la experiencia y vacunada contra los errores que engendraron la anomalía de la que ahora trata de emanciparse.
Mario Vargas Llosa (El País, España, 14.12.08)

El caudillismo es una patología endémica en América Latina

Enrique Krauze es un especialista en caudillos. Krauze es un gran historiador mexicano que ha puesto bajo la lupa a estas peculiares criaturas. “Hay gente pa’tó”, decía el torero. Pudo darle por las arañas o los escorpiones, pero le dio por los caudillos. Y es bueno que así sea. El caudillismo es una patología endémica en América Latina y entenderla es una manera de tratar de evitarla o, al menos, de aprender a sobrevivirla, aunque hasta ahora no se conoce otra cura que salir corriendo hacia las balsas al primer síntoma de que ha llegado un tipo a salvarnos.

Prácticamente todos los países de este pobre mundillo nuestro latinoamericano han padecido a los caudillos. Son esos tipos palabreros y carismáticos, tuteadores de Dios, que cuando estamos en crisis se encaraman en una tribuna, seducen a las masas, se apoderan de la casa de gobierno, hacen trizas las instituciones, agotan el tesoro, nos endeudan hasta las orejas, se declaran indispensables, se eternizan en el poder y, como no se están quietos, y están llenos de iniciativas extravagantes, agravan hasta la locura todos los problemas que existían antes de la aparición de ellos en un carro de fuego.
En el siglo XX los dos caudillos más emblemáticos y pintorescos de América Latina han sido el argentino Perón y el cubano Fidel Castro. Perón murió en 1973, pero como el peronismo tiene algo de tablero de Ouija, Perón sigue dando guerra por medio de una variopinta descendencia ideológica que incluye gente de rompe y rasga a la derecha de Gengis Khan y a la izquierda de Lenin. Fidel Castro no ha conseguido morirse todavía, pero lo ensaya tesoneramente desde el verano de 2006, cuando se le amotinaron en los intestinos unos divertículos al servicio de la CIA que lo han dejado flaquito y turulato, como esos viejitos locos que uno ve riéndose y hablando solos en todos los pueblos españoles.
Hugo Chávez, en fin, es hijo de Fidel Castro y nieto de Juan Domingo Perón. Enrique Krauze acaba de filiarlo con total precisión en un brillante libro que, desde ya, se convierte en lectura indispensable para todo aquel que se empeñe en la ingrata tarea de tratar de comprender a la América Latina de nuestro tiempo. La obra se llama El poder y el delirio, la publicó Tusquets en España, y es un estudio a fondo de Venezuela y de Hugo Chávez, lo que inevitablemente precipitó a su autor a mezclar la historiografía con el ensayo, el periodismo, la entrevista y el psicoanálisis, porque solo así, con una mirada poliédrica, como de mosca, se puede abordar de manera inteligible un drama tan complejo e irracional como el venezolano.
El asunto es muy importante. Aunque Hugo Chávez es un personajillo de cuarta categoría, una especie de Idi Amin Dada de Sabaneta, conecta muy bien con una amplia zona de América Latina que pertenece a esa misma liga –la del populismo mágico que compra y vende conciencias con dinero público, hasta que las conciencias y el dinero se acaban–, y a base de petrodólares está creando su imperio ideológico a una sorprendente velocidad.
A diferencia de su padre Fidel, que en enero cumplirá 50 años al frente del negocio de mandar, en su larga vida de tirano intervencionista solo pudo colonizar a Nicaragua, y apenas durante una década, Chávez ya cuenta con Bolivia, Ecuador y Nicaragua bis, mientras se afila los dientes ante el probable triunfo del chavismo en El Salvador dentro de pocos meses.
¿A dónde irá a parar este fenómeno? Descartarlo porque es una cosa disparatada no parece sensato. Mussolini y Hitler, bien mirados, eran también un par de payasos intoxicados con las más absurdas teorías y eso no les impidió seducir a las muchedumbres y organizar el peor matadero de la historia. Hay países, hasta ahora, que parecen inmunes al chavismo (Chile, Costa Rica, Panamá, Uruguay, Colombia, tal vez México, en general los que el embajador estadounidense Manuel Rocha llama “América Uno”), pero el resto del continente puede sucumbir a esta enfermedad y arruinar con ello a un par de generaciones tontilocas.
Francamente, no es mucho lo que puede hacerse. Por lo pronto, sentarse a leer cuidadosamente El poder y el delirio, cruzar los dedos de que no nos toque, e ir fabricando una balsa, que fue lo que se le ocurrió al avispado Noé cuando se olió que iba a comenzar a llover.
Carlos Alberto Montaner (Prensa.com, Panamá, 14.12.08)

viernes, 12 de diciembre de 2008

Alerta Krauze a empresarios



MÉXICO, DF, 11-Dic .- El historiador Enrique Krauze hizo una "llamada de alerta" a los empresarios que se reunieron la noche del miércoles en el Club de Industriales, para evitar que sea dañada la democracia que hasta ahora ha sido alcanzada en México.Durante la presentación de su libro El Poder y el Delirio (Tusquets), en la que lo acompañaron los politólogos Jesús Silva Herzog Márquez y Alberto Barrera, el autor señaló a los empresarios de Venezuela como agentes fundamentales del "suicidio" y daño severo a su democracia."Los empresarios, recordando una frase de Lenin, son especialistas en mirar a corto plazo, en no interesarse por la vida pública realmente. Especialmente los empresarios son tan miopes, que nos van a vender las sogas con las que vamos a colgarlos.
"Muchos de ellos apoyaron a Hugo Chávez y atacaron frontalmente a la democracia venezolana que, por supuesto era imperfecta, pero que había tenido una continuidad institucional de muchos años y la dejaron morir", advirtió.
Aseguró que los medios de comunicación masiva tuvieron una inmensa responsabilidad en ese derrumbe al improvisar la "antipolítica", hábito que se está practicando afanosamente en México.También los intelectuales jugaron un gran papel en esta demolición, insistió, ya que muchos escribieron de la putrefacción de los partidos y de la corrupción y caminaron sobre la delgada línea que existe entre la crítica y la antipolítica.
El autor comparó a Venezuela con México y llegó a la conclusión de que ese país cuenta con una sociedad mucho más democrática que la mexicana.Después de viajar en tres ocasiones a Venezuela, Krauze concluyó que la democracia está incorporada a las costumbres de esa nación y prueba de ello es que hay debate público con la oposición."Quizá porque están tan acorralados por Chávez que los ha vuelto mucho más alerta."Pero en México seguimos dormidos, el ruido no es igual que el estar alerta. El griterío no es lo mismo que debate público inteligente. El nivel de las páginas editoriales en los diarios es penosamente bajo, salvo excepciones", comentó.
Aseguró que Venezuela aventaja a México en la existencia de una izquierda democrática y liberal moderna. Aunque vislumbra la voluntad de que nazca, está "muy verde" porque no cuenta ni con órganos periodísticos ni con intelectuales que la apoyen.
En México, las universidades públicas siguen soñando de una u otra forma con el "mito de la Revolución", dijo."Esas universidades públicas contrastan mucho con las universidades democráticas de Venezuela, porque ahí no van a encontrar estudiantes, más que en un porción delgada, que simpaticen con el régimen autoritario de Chávez, puesto que saben que este hombre es una hipoteca a la democracia y al país", puntualizó.
Krauze insistió al auditorio en que el poder y el delirio es algo que pudo sobrevenir en México."Tenemos que estar alertas y decidirnos si somos inquilinos o ciudadanos de este país. Yo los invito a todos a ser ciudadanos", agregó.
Dora Luz Haw (Reforma, 12.12.08)

Chávez, la democracia, Venezuela

Es innegable que la sombra del castrismo se proyecta sobre Venezuela, mezclada con la del bolivarismo de Hugo Chávez, pero lo es también que la influencia que Fidel Castro se ha propuesto siempre ejercer más allá de las fronteras de Cuba ha sido uno de los más constantes empeños del dictador comunista desde hace cinco décadas. Y Venezuela, Krauze nos lo recuerda, fue el primer país de América Latina al que, ya en la década de 1960, Castro se empeñó en exportar sus ideas y métodos.

Uno de los aciertos de este libro se desprende precisamente de su enfoque del peso e influencia de la revolución cubana en Venezuela. Salvo los de algunos historiadores e intelectuales venezolanos, los comentarios que inspira la reciente cubanización oficial de este país bajo la férula del caudillo de Sabaneta no toman en cuenta que esa influencia y ese peso se remontan a los inicios del régimen cubano, que el próximo 1º de enero cumplirá la friolera de medio siglo. Pero esto no ha de sorprender a nadie: fuera de ámbitos académicos especializados, lo que se publica sobre Venezuela fuera de sus fronteras revela casi siempre una abismal ignorancia de su historia y de su realidad, especialmente complejas ambas. Y algo mucho peor: una no menos abismal indiferencia.

En España abundan los opinadores cuyas audaces tergiversaciones sobre lo que es o representa o significa el régimen de Chávez lo son en medida inversamente proporcional a sus conocimientos de la realidad histórica de Venezuela. Se escribe, casi siempre, menos sobre Chávez que contra él o lo que el comentarista de turno supone que representa, y desde luego casi nunca se escribe con ánimo de comprender la realidad venezolana. De ahí la exclusiva y magnificada presencia de Chávez, que por estos pagos ha acabado haciendo de su nombre una metonimia de Venezuela, y las simplificaciones habituales sobre su pintoresco talante (sus bravatas de histrión populachero, su lenguaje soez, sus reality shows televisados) o sobre su radical malignidad de dictador totalitario. De hecho, quien de Chávez y su régimen sólo conozca lo que opinan los periodistas españoles ha de concluir forzosamente que Venezuela es una cárcel igual en todo punto a la cubana o una especie de Albania trasplantada a América del Sur. Pero mejor será dejarlo de este tamaño: la desidia y el desaliño intelectuales, melancólico hábito peninsular, apenas consiguen disfrazar al viejo demonio castizo de la ideologización a ultranza (se escribe contra Chávez apuntando con una mano a Castro y con la otra a Zapatero).

Por otro lado, de ese acierto innegable (el correcto enfoque y contextualización histórica de la revolución cubana en el ámbito venezolano) también se desprende lo que considero una lectura apresurada, aunque ciertamente elegante, del proceso político venezolano de las últimas cuatro décadas. Krauze constata que en buena medida la izquierda venezolana que abrazó con entusiasmo la revolución cubana (los Teodoro Petkoff, Américo Martín, Carlos Raúl Hernández), con el tiempo no sólo renunciaron al furor y el delirio guerrilleros, sino que han acabado convirtiéndose en auténticos demócratas. Pero resulta que ese viraje y cambio de piel de algunos de los principales actores de las guerrillas venezolanas de los sesenta ha coincidido con el lento desgaste de la democracia venezolana, que desemboca en la revolución chavista. De ello Krauze, sensible como todos los intelectuales a las simetrías nítidas y las metáforas claras, deduce una perplejidad: cómo es posible que la sociedad venezolana, incluida la izquierda más radical, acabara haciendo suyos los ideales democráticos y, al mismo tiempo, Venezuela haya desandado ese proceso, pasando de la democracia a la revolución.

Me parece que se trata de una aporía de fácil solución: la clave está en la palabreja revolución. Que Hugo Chávez y sus seguidores repitan a la saciedad que han traído la revolución a Venezuela no quiere forzosamente decir que el gobierno de Chávez sea revolucionario, del mismo modo que el tan cacareado socialismo del siglo XXI es menos un cuerpo de doctrina que un cascarón vacío (útilmente vacío, en el que Chávez mete lo que le conviene según las circunstancias: ayer las Misiones, hoy los submarinos rusos).

Pero esto es peccata minuta. Krauze, que es historiador riguroso, ha dedicado casi un año pleno a investigar su tema, y lo ha hecho no sólo sentado en su casa leyendo libros y navegando por internet, sino además viajando en un par de ocasiones a Venezuela y entrevistando a intelectuales, periodistas, académicos y políticos de todas las sensibilidades. Salvo a uno: a Hugo Chávez, precisamente, pero no porque no lo haya intentado, sino porque el presidente venezolano se negó a prestarse al ejercicio. En realidad, esta ausencia tiene una importancia relativa: lo único que habría aportado a su análisis es una confirmación empírica del rico y minucioso retrato que Krauze traza de él, basado en numerosos testimonios y en sus innumerables discursos y pronunciamientos.

Es otro punto fuerte del libro de Krauze: por vez primera contamos con un retrato biográfico de Chávez exhaustivo, y no ceñido sólo a su trayectoria personal, su carrera militar y su estilo de gobernar, también atento a influencias ideológicas determinantes para su proyecto bolivariano y socialista, desde el Plejánov de El papel del individuo en la historia hasta los delirios fascistas y antisemitas del argentino Norberto Ceresole (desde que este fanático dejó de asesorar directamente a Chávez, se suele olvidar que fue su tutor intelectual tras su primera llegada al poder, hace diez años).

El retrato de Chávez trazado por Krauze tiene la doble virtud de rastrear los orígenes del culto a Bolívar en algunos rasgos de la personalidad de este individuo, decidido desde su infancia a identificarse mediante el más desatado y pueril mimetismo con los grandes hombres, y a la vez ensayar una explicación de la mitificación heroica de los próceres y caudillos venezolanos atenta a las lecturas oficialistas de la historia de Venezuela, todas ellas pródigas, desde el siglo XIX, en hipóstasis gloriosas. De paso, Krauze recuerda, en el caso del culto a Bolívar, lo que ya habían advertido algunos historiadores venezolanos: hasta el régimen de Juan Vicente Gómez, ese culto fue de derechas, y desde entonces ha mutado en herramienta populista de la izquierda.

Del mismo modo, Krauze abre el abanico ideológico para ver en el culto a los héroes y hombres providenciales al que tan afecto se muestra Chávez una pervivencia de la tradición inaugurada por Thomas Carlyle y prolongada un siglo después en los fascismos y el nazismo. Ello le permite, interesantemente, desmontar una de las principales coartadas ideológicas del chavismo, pretendidamente arraigado en el marxismo. Y lo hace proponiendo un inteligente paralelismo entre Chávez y el Luis Napoleón Bonaparte del 18 Brumario de Marx, y demostrando que Chávez y los chavistas, empeñados en hacer de Simón Bolívar un precursor del socialismo, obviamente no han leído el juicio terriblemente severo que el Libertador de Venezuela le mereció a Marx.

Pero no se piense que El poder y el delirio agota su tema e interés en este enfoque múltiple de la figura de Chávez. A Krauze le interesaba, al abordar su investigación venezolana, comprender lo que está sucediendo en ese país, convencido de que lo que se juega en Venezuela afecta y afectará al destino de la democracia en toda América Latina. Para comprender a cabalidad lo que está sucediendo en Venezuela es obligado, desde luego, someter a análisis a Chávez y al chavismo, pero no lo es menos comprender la historia reciente del país. Y aquí estriba el interés y la originalidad del libro. Ojo: Krauze no ha descubierto esa historia, ni pretende hacerlo. Ha tenido la cortesía, elemental y necesaria en un investigador, de consultar, extractar y resumir décadas de análisis y estudios sobre la historia venezolana, que no circulan fuera de su ámbito original o cuando lo hacen quedan encapsulados en muy angostos ambientes académicos.

El lector no venezolano tiene aquí, pues, no tanto un libro sobre Hugo Chávez cuanto tres libros en uno sobre la compleja realidad de Venezuela: sobre la pervivencia y mutación de ideologías que encarnan en Chávez y el chavismo, sobre las claves históricaslocales que explican en parte la aparición del bolivarismo y el socialismo del siglo XXI y sobre la manera de enfrentarse al mismo de muchos venezolanos. Esta última faceta es, además de justa, conmovedora, porque Krauze, después de haber pulsado las opiniones y calibrado las posturas de unos y otros –chavistas y antichavistas, oficialistas y opositores–, y de los más agudos e informados observadores y analistas de la realidad venezolana, llega a la alentadora conclusión de que la democracia venezolana (que en las páginas dedicadas a Rómulo Betancourt perfila como la más adelantada y fructífera de todas las experiencias democráticas hispanoamericanas) no sólo no ha muerto, sino que probablemente ni siquiera Hugo Chávez consiga liquidarla.

A pesar de los nubarrones que siguen cerniéndose sobre Venezuela, esa percepción no parece destinada sólo a insuflar ánimos a los sufridos ciudadanos de este país. Cualquiera que conozca el apego real de los venezolanos a la democracia puede sentirse autorizado a compartir esa esperanza.


Ana Nuño (Libertad digital, España, 12.12.08)

Bolívar dice ¡No!

DESDE CUMANÁ.- Como “especie de de tele-evangelista" caracteriza a Hugo Chávez el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, autor de El poder y el delirio. ¿Habrá racional que lo contradiga? 10 años lleva Chávez usando la TV en modo similar al de ese género de engañamundos, apoyándos, como ellos, las más primarias emociones para su delirio de sustituir a Simón Bolívar como héroe prototípico del SXXI y propagar lo que también Krauze denuncia como un proyecto “regresivo y altamente peligroso para América Latina”, y con base en Don Petróleo para el globalizado universo.
No creo, a diferencia de Krauze, que Chávez esté logrando imponer su recetario ideológico de pacotilla y plastilina. Ni en el país, ni en el continente, ni en el mundo. Su visión de mundo es, sí, un delirio, mas no a la altura nevada del Chimborazo, sino uno, jipucho, como el que la insolación provoca en los llanos. Simpllista, moldeable, tal visión obnubilada es anacrónica. El sonámbulo funámbulo y prestidigitador mueve veloz, de aquí para allá y viceversa, mientras habla sin cesar, tres tapitas y una metra. De pronto para y pregunta al transeúnte emboscado en la Avda. Bermúdez dónde está la metra que simuló dejar bajo la tapita del siglo XXI, siendo que está bajo la de mediados del XIX (entre tanto, unos candidatos suyos han distraído varias carteras al público amontonado y distraído) . Igual sucede en las vociferantes cadenas, el Aló, Presidente y los mitines de la reciente campaña en que fue Uno y Trino multiplicado por ocho y hecho un ocho por efecto de tener que obrar como pluricandidato a alcaldías y gobernaciones, vista la ineptitud de los ineptos secuaces a quienes promovió alzándoles la mano e imponiéndoles lealtad no a la nación, sino a su personalidad que –objeto de culto– deviene la Nación misma.
El aspirante a "héroe prototípico del siglo XXI", no hace asco a la compra de conciencias débiles o necesitadas con bolívares ‘fuertes’ o con electrodomésticos.Enciende actos inicuos que siembran terror en los actos de toma de posesión de opositores electos por el voto popular y desmantelan gobernaciones y alcaldías por éstos ganadas. Todo –lo juran sin vergüenza ninguna– para formar al Hombre Nuevo y la Nueva Mujer y Madre que edificarán el socialismo S XXI, endogeneidad suprema de la SuperVenezuela rojarrojita. La treta tele-evangélica” manipula al Libertador, a su ideario. De él entresaca frases destinadas a la autoconsagración del Santo Aspirante a la Reelección Perpetua, como esa que celebra su entrega íntegra y pura al servicio de la patria, entrega en la que nada pierde, aunque en verdad el entregado mueve las tapitas para ocultar otras frases en que el héroe juzga “insoportable el espíritu militar en el mando civil” (1829) o advierte enérgico: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el Poder” (Angostura, 1819).
Es Bolívar rechazando lacastrocracia y exclamando “¡No! a la enmienda”.
Silvia Orta Cabrera (El tiempo.com, Venezuela, 12.12.08)

jueves, 11 de diciembre de 2008

El historiador mexicano se mete en las entrañas de Venezuela

El analista Jesús Silva-Herzog Márquez celebró anoche el nuevo libro de Enrique Krauze, El poder y el delirio, porque "es una extraordinaria manera de compendiar los muchos oficios que ha ejercido el autor en su fructífera labor intelectual".
Durante la presentación del volumen, en el Club de Industriales de México, apuntó que la publicación ata todos los cabos sueltos que el historiador había regado en otros trabajos, "y todos están perfectamente articulados, orgánicamente vinculados en una obra que, dentro de la bondad del ensayo político, es un texto que contiene una profunda reflexión histórica".
Como toda la obra de este autor, apuntó el experto en temas políticos, el nuevo libro tiene "una particular vocación por descifrar los misterios y los símbolos de los hombres, de los personajes, de sus biografiados, y, al mismo tiempo, es una clara muestra del talento del conversador que es Krauze".
En la presentación, a la que asistió también Alberto Barrera, Silva-Herzog destacó que ese conversador, en el ir y venir de la charla, puede presentar un panorama en donde no hay una sola línea de pensamiento, ni un solo argumento, sino un entrecruce de visiones políticas que aloja en el ensayo.
En su participación, Silva-Herzog Márquez dijo que "los novelistas suelen presumir que su género es el más hospitalario de las artes, porque pueden alojar la narración y la biografía, la poesía y el teatro".
Pero "Krauze nos ha recordado, en el sentido literario, la prodigiosa elasticidad del género ensayístico y en esta obra de madurez intelectual, encontramos la posibilidad de reunir todos esos elementos que dan la gran ventaja de presentar un mosaico de complejidad", anotó.
No se trata, dijo, "de un panfleto que trate de encarar frente a los ojos a Hugo Chávez y disparar una munición tras otra. Es un libro que trata de incorporar las razones de un régimen, de ver los motivos que explican el surgimiento de este sistema político".
En su libro, Krauze indaga sobre la personalidad del presidente venezolano, su trayectoria política, en la que se pregunta sobre si es el artífice del socialismo del siglo XXI o un aprendiz de dictador, así como la situación ante este caso de Venezuela.
Para intentar responder a estas preguntas, el autor escribió este libro que contiene varios registros: crónica periodística, entrevista, coloquio, reflexión, retrato biográfico y análisis político con una visión de la historia de Venezuela.
Notimex (Mundo hispano, 11.12.08)

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Krauze y Vargas LLosa en Caracas


Cuando nos reuniéramos con Enrique Krauze en un cordial desayuno criollo en casa de Simón Alberto Consalvi, ninguno de nosotros podía augurar lo que estaría sucediendo exactamente un año después en nuestro país. Ni que de esa reunión nacerían dos muy importantes iniciativas: un maravilloso libro sobre Hugo Chávez, sin duda alguna la obra más importante escrita hasta hoy sobre este extraordinario proceso político, y un movimiento civil que se convertiría en referencia obligada de la vida política nacional: el Movimiento 2 de Diciembre Democracia y Libertad. Como lo recuerda en su libro, y ya lo habíamos olvidado, fue él quien tuvo la feliz ocurrencia de señalarnos que esa fecha tenía resonancias magnéticas y podría servir de nombre a un gran movimiento de opinión. Su propuesta no cayó en saco roto.

Simón Alberto Consalvi nos convocó a Elías Pino Iturrieta, a Elsa Cardozo, a Germán Carrera Damas, a Nelson Rivera, a Frank Viloria y a mí a desayunar en su casa del Alto Hatillo con el afamado historiador mexicano Enrique Krauze, a quien no conocíamos personalmente. No transcurrían 48 horas desde el histórico triunfo del NO del 2 de diciembre y los ánimos estaban exultantes. Krauze, un intelectual de aspecto anglosajón cercano a los 60, todavía joven aunque de hablar reposado y ávido de conocimientos sobre el apasionante proceso que vivimos los venezolanos, había sido tocado por la fascinación del trópico caraqueño. Ese golpe de magia que seduce a primera vista y genera lazos de apasionada relación, casi siempre indestructibles, como lo sabemos quienes lleguemos de paso y nos anclamos para siempre.

Fue en muchos aspectos un encuentro inolvidable. Acabábamos de derrotar por primera vez de manera inapelable al monstruo invencible, que se revolvía indignado de despecho y se aprestaba a lanzar su bautismo escatológico sobre una inobjetable y limpia victoria electoral. De las brumas de la confrontación emergía la figura fulgurante de un joven universitario a la cabeza del renacido movimiento estudiantil, Yon Goicoechea. Krauze no se resistió ni quiso resistirse al embate de nuestro entusiasmo. Se fue cargado de libros, de consejos, de apreciaciones sobre pasado, presente y futuro de nuestro atribulado país. Del intercambio de opiniones entre la situación mejicana y la venezolana recuerdos dos momentos particularmente memorables. “Están ustedes viviendo un despertar y puede que el amanecer les ande rondando muy cerca”, recuerdo haberle oído. “Nosotros los mejicanos, en cambio, puede que estemos entrando a lo más profundo de nuestra noche.” Ya nos despedíamos y como compromiso a futuro nos dijo, para nuestro asombro, “de lo que aquí suceda dependerá el destino de Centroamérica, de México y de América Latina”. Le suscitó particular admiración el despertar de un sentimiento auténticamente democrático y liberal en nuestra sociedad. Y prometió encontrarse cuanto antes con los estudiantes para conocerlos personalmente, pues un movimiento estudiantil situado ideológicamente en las antípodas del guevarismo castrista – que abruma a la juventud universitaria de un extremo a otro de nuestro continente, particularmente en México - le pareció un fenómeno absolutamente insólito.

Por esa misma fecha, la Fundación Bicentenario Simón Bolívar de la USB en la que compartimos anhelos Pompeyo Márquez, Inés Quintero y otros intelectuales venezolanos y cuya Secretaría Ejecutiva me honro en ocupar tuvo la feliz iniciativa de proponerle al Consejo Universitario la concesión del Doctorado Honoris Causa a Mario Vargas Llosa, sin duda ninguna el escritor latinoamericano más prestigiado en el mundo entero. Las razones estrictamente formales tenían que ver con la celebración del cuarenta aniversario de la fundación de la USB. Las razones intelectuales son de tanto relieve, que ni siquiera es necesario volver a recordarlas. Pero nos parecía aún más trascendente su enconada lucha por la libertad y la democracia en un hemisferio en que los intereses de ambos valores se encuentran a la baja. Más aún: defender la democracia y la libertad desde una irrestricta defensa del pensamiento liberal convierte a Vargas Llosa en una auténtica rara avis del escenario intelectual y artístico latinoamericano. Es un hecho incuestionable: ni la democracia ni la libertad, ni muchísimo menos el liberalismo, cuentan con buena prensa en nuestra región. Asolada desde el siglo XVIII por el virus del mesianismo enciclopédico y enferma de caudillismo desde los tiempos del descubrimiento y conquista. Caudillismo acoplado desde la aparición del fenómeno castrista a los devaneos insurreccionales que ya constituyen parte consustancial de nuestro folklore político.

Dada la atribulada confusión política e ideológica que nos aqueja, tener entre nosotros a Mario Vargas Llosa, así fuera por algunas horas y en el marco de un evento estrictamente académico, no podía ser más fructífero. El Consejo universitario no tardó en concederle el Doctorado Honoris Causa y cursarle la invitación formal para que viniera a recogerlo. La fecha escogida fue el lunes 8 de diciembre. Cartas van cartas vienen, mediante la grata asesoría de Rocío Guijarro, gerente de CEDICE, el hecho cierto es que don Mario Vargas Llosa, Premio Rómulo Gallegos de novela – se lo entregó en su momento nuestro querido Simón Alberto Consalvi – se encuentra desde ayer en Caracas. Y coincide su presencia, vaya casualidades del destino, con la venida a Venezuela de Enrique Krauze, quien nos acaba de presentar su última obra. Un deslumbrante y polifacético trabajo biográfico, ideológico, crítico y periodístico sobre el fenómeno de nuestra tardía modernidad, el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Actual presidente de la república por la gracia del destino. Una obra de la que me atrevería a afirmar, parafraseando a nuestro querido Julio Cortazar, que será, sobre el tema que aborda, “todas las obras la obra”.

Helos aquí: Enrique Krauze y Mario Vargas Llosa, una vez más en Caracas. Un hecho de singular significación, dado que el amanecer que vaticinó Enrique Krauze parece asomarse por sobre las cimas del Ávila, nuestro señorial emblema. Y si en su visita anterior el marco socio-político estuvo puesto por la derrota del Referéndum Constitucional propuesto por el presidente de la república, la visita actual se cumple cuando aún no se apagan las luces de artificio de la celebración del 23 de noviembre. Los tiempos se anuncian buenos. La visita de nuestros queridos amigos se cumple bajo los mejores augurios.

Una gran dosis de liberalismo: es lo que necesita América Latina, a la que tanta falta le ha hecho desde su Independencia. Comenzando por Venezuela, que tocada por la desgracia de fastuosos ingresos fiscales – el mal del petróleo – se hizo a la aventura del siglo XX prisionera de la estatolatría y el clientelismo populista más desaforados. Si en alguna de las naciones de América Latina ha dominado el ogro filantrópico de que hablaba Octavio Paz, una de las más lucidas conciencias de la modernidad latinoamericana – y Enrique Krauze, su mejor discípulo, sabe de qué hablamos – ha sido precisamente en Venezuela. Incluso su mejor producto histórico, que no son ni la independencia ni Simón Bolívar, sino la democracia popular y Rómulo Betancourt, no pudo sustraerse al influjo paralizante de los presupuestos fiscales, abultados de manera grosera e inconsciente por el baile de los millones del barril petrolero. Con sus secuelas de clientelismo y corruptocracia.

La benéfica influencia del liberalismo anglosajón de Andrés Bello sobre la sociedad chilena aún se hace sentir. Sirvió a la estructuración del Estado y a la clara delimitación de sus facultades frente al poder del individuo y las iniciativas privadas. En un sano intercambio de esferas de influencia. Pues Bello, antes que el conservador de que denostaran los pelucones chilenos, fue un ejemplar pensador liberal. Libre de ataduras y de atavismos iberoamericanos gracias a su larga y dolorosa pasantía por la Inglaterra de comienzos del siglo XIX. Y a su experiencia en la administración colonial bajo el gobierno de Emparan, uno de los más sorprendentes caso de liberalismo hispano. Sin la tradición política e intelectual sentada por Bello en tierras chilenas no cabrían estadistas de tanta alcurnia y templanza como Ricardo Lagos o Eduardo Frei Ruiz Tagle. La furia de los elementos quiso privárnoslo. Y él debió morir lejos de su Catuche natal. El precio que hemos pagado es incalculable.

Ciertamente: dispusimos de un Cecilio Acosta a mediados del XIX y de un Alberto Adriani un siglo después. Fueron voces aisladas en medio del bullicio de las turbamultas. La obra a su muy peculiar manera liberal de Rómulo Betancourt debió tropezar con el paternalismo preconciliar de Rafael Caldera. Y la ausencia de referentes liberales ante las presiones de la socialdemocracia y del socialcristianismo obstaculizó la emergencia de un pensamiento y de una acción que reivindicaran el libre mercado y la iniciativa privada, en el plano económico, y la tolerancia y la solidaridad en el plano político.

De esa resonante ausencia – Uslar Pietri prefirió la literatura a la política y dejó vacante un liderazgo que desde mediados de los cuarenta reclamaba por una referencia liberal ilustrada en nuestro país - y de la decadencia de la social democracia y del socialcristianismo venezolanos surge esta crisis terminal. Y el desaforado despliegue del más brutal clientelismo populista. Y bolivariano, para mayor Inri.

Venezuela, como nuestra región en su conjunto, vive hoy la grave disyuntiva de los tiempos de la globalización. O nos modernizamos, adecuándonos estructuralmente a los requerimientos de la economía global, o permanecemos prisioneros de la catalepsia de la regresión. Es la forma actualizada de la vieja disyuntiva entre civilización o barbarie que estuviese en los orígenes del pensamiento liberal en América Latina..

El proceso que vive Venezuela constituye el colmo del absurdo: vivimos la revolución más reaccionaria de nuestra historia, para nuestro mal tan llena de revoluciones. Si de algún amanecer cabe la palabra, es del despertar de la conciencia individual, de la reivindicación plena de los derechos del sujeto y la decidida intervención de todos los grupos de presión para acotar el área de influencia del Estado y ampliar tanto como nos sea posible el de la influencia de la libre iniciativa. Requerimos tanto libre mercado como nos sea posible. Y como tan bien señalan los pensadores liberales, tan poco Estado como haya menester. Ese es nuestro mayor desafío.

La presencia de Enrique Krauze y de Mario Vargas Llosa entre nosotros no constituye ninguna coincidencia. Expresa el excelente síntoma de los nuevos tiempos: la apertura hacia nuevos horizontes históricos.
Antonio Sánchez García (Analitica.com, Venezuela,10.12.08)

domingo, 7 de diciembre de 2008

Chávez no pudo cambiar el mundo

La política exterior del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, es uno de los más conspicuos laberintos de los últimos tiempos. Si uno explorara la memoria encontraría un precedente en aquel loco griego que, según Simón Bolívar en una carta al general Páez, subía de tarde en tarde a las colinas de Atenas “con el propósito de dirigir los barcos que navegaban en alta mar”.

       El presidente venezolano, en efecto, se consideró destinado a cambiar el mundo y a liberar a todas las naciones del dominio imperialista de Estados Unidos. Para lograr tales propósitos consolidó su dependencia de Cuba, analizada a fondo por el mexicano Enrique Krauze en El poder y el delirio. Buscó alianzas con Irán, Rusia y China. Siempre dio muestras de olvidar que en Rusia ya no gobernaba el PC de la URSS, y cuando visitaba China invocaba el nombre de Mao Tse-Tung, para asombro de sus anfitriones.

En una primera etapa les rindió pleitesía a los grandes del mundo. Su estilo causó hilaridad cuando trató de abrazar (y probablemente besar) a la reina de Inglaterra, quien discretamente echó uno, dos pasos atrás. Igual sucedió con el emperador de Japón, a quien le dio un abrazo tan fuerte que el monarca estuvo a punto de perder el equilibrio. En Roma, se arrodilló ante Juan Pablo II como si estuviera robándose una base en un juego de béisbol.


Simón Alberto Consalvi (El Mundo, 6.12.08)

sábado, 6 de diciembre de 2008

Defiende Krauze lucha democrática

Caracas,  Venezuela (6 de diciembre de 2008).- Anoche, los espacios del Centro Cultural Chacao, de la Ciudad de Caracas, fueron el escenario escogido para la presentación de El Poder y el Delirio, el más reciente libro del historiador mexicano Enrique Krauze.

Tomando como punto de partida el género de œhistoria del presente, el trabajo aporta a la bibliografía dedicada al análisis de la figura del Presidente venezolano, Hugo Chávez.

El autor estuvo acompañado de destacadas figuras del mundo intelectual político venezolano, como los historiadores Germán Carrera Damas y Manuel Caballero, y los dirigentes políticos Teodoro Petkoff, Américo Martín y Emilio Graterón.

Visiblemente emocionado, el escritor mexicano afirmó a la audiencia, compuesta mayormente por intelectuales, escritores, periodistas y estudiantes, que había escrito este libro para ellos, puesto que el proceso venezolano encarnaba la aparición, una vez más, de la sombra del caudillo, que tanto daño ha hecho al desarrollo cívico, político y moral de nuestros países.

También explicó que lo guiaba el deseo de seguir luchando por la democracia, œporque, en este mundo global, una batalla por Venezuela, también lo es por México, además de referirse al intenso proceso de investigación, que se fue extendiendo hasta producir el volumen presentado ayer, que sobrepasa las 300 páginas.

Toda la historia venezolana me hablaba: el trasfondo tiránico, la violencia la propensión a la guerra civil, ambas mucho más marcadas que en México. Aquí hay algo de pasión, de lucha fratricida mucho más dramática, expresó el ensayista.

Los aciertos de este libro que se ocupa de la vida y el proyecto político liderado por Chávez fueron destacados por el dirigente político Américo Martín y por el historiador Germán Carrera Damas, quienes intervinieron como oradores.
Carrera Damas aseveró que en Venezuela está en marcha la demolición de la república para establecer un Estado calcado del doloroso modelo cubano. 

Por eso, añadió, œesta obra se inscribe en el orden de los venezolanos que luchamos por la democracia y que queremos devolverle su esplendor. También destacó la profundidad, el análisis esbozado en El Poder y el Delirio, libro que ofrece múltiples lecturas y demuestra el interés que suscita el proceso político venezolano en el resto del continente. 

Krauze usa su ágil pluma para mostrar esta tragedia y para buscar que los mexicanos no incurran en los peligros del
caudillismo que vivimos en Venezuela, acotó el historiador. En declaraciones previas, Krauze expresó su preocupación por el reciente anuncio de Chávez sobre su deseo de plantear, en febrero próximo, una enmienda constitucional para asegurar su reelección indefinida.

Eso desde ya me parece un desacierto típico de él. La enmienda de Chávez es un ˜strike cantado. Con este libro quiero expresar mi firme deseo de que este país retome el gran camino que inventó para sí mismo, que es el modesto camino a la democracia, dijo. El escritor abundó sobre los sentidos que tiene la democracia como idea. 

Es mucho más que el Gobierno de las mayorías, mucho más que el respeto de las minorías. Es un acuerdo para administrar los desacuerdos, y mi mejor deseo es que vuelva la concordia como forma de convivencia para Venezuela, puntualizó.



Albinson Linares (Reforma, 6.12.08)

Carlyle y Chávez


Enrique Krauze ha abandonado en su último libro la historia ya sedimentada de su México natal -tequila reposado de 10 años- por el vendaval que avienta el presidente Hugo Chávez -trago de aguardiente en un chiringuito de Caracas-. Y en sus primeras páginas advierte y postula el autor, siguiendo a Hugo Thomas, que "quien sólo conoce España, no conoce España"; o que una persona no explica nada sin su entorno. El poder y el delirio es, así, una biografía analítica del presidente venezolano.
     Para poner en práctica ese planteamiento, Krauze hace una división muy marcada. La primera parte es un resumen histórico de la Venezuela contemporánea; a la que sigue una segunda parte de testimonios, siempre críticos, bien que elaboradamente cultos; a continuación, procede a su análisis del personaje; acto seguido se permite una excursión hablada, como parlamentos de teatro, con varios renombrados intelectuales venezolanos; y culmina con las voces chavistas, que suenan tan acartonadas como vibrantes, las partes segunda y tercera.

      El líder venezolano de Krauze es un salto atrás al "revolucionarismo" de la segunda posguerra mundial; alguien que rinde culto con dudas de sí mismo a la figura del héroe; un rebote intelectual de Carlyle, con todo su providencialismo exaltado; para, de forma brillante, atractiva y arriesgada, remontar el parentesco a Suárez -el inventor del derecho de gentes, no el duque-, a cuya manera practica una restauración neotomista, pero de la izquierda revolucionaria de los años sesenta. Con ello cierra un poco el personaje, le niega el albedrío de la incoherencia. Y no es tan seguro que Chávez fuera Chávez antes de su llegada al poder en 1999, como el De Gaulle de 1939 no era el gigante del llamamiento de junio de 1940.

      La obra está llena de trouvailles que recaman personaje y circunstancia: "novelista de sí mismo"; "tele-evangelista del poder"; "el tropical historicismo de los héroes"; "que expide franquicias de chavismo"; y con el crédito que así le otorga, absuelve de otros cargos a un presidente del que dice que cree en lo que hace, en contraste con interpretaciones que lo ven animado de una sed de poder, por la que haría cualquier cosa.

      El poder y el delirio no es por ello una encuesta con final abierto, sino la demostración, intelectualmente fascinante, de un punto de vista. Tele-evangelista


M.A. Bastenier (Babelia, El País, España, 6.12.08)

Venezuela, vocación social, y concentración de poder


Caracas, 5 Dic (Notimex).- En Venezuela existe un régimen con vocación social, pero con una cara de concentración de poder que hace complicado el desarrollo sano de la democracia, afirmó hoy aquí el historiador mexicano Enrique Krauze. “La imagen con la que me quedo es que es un régimen al cual no puede uno no reconocerle una vocación social y un atractivo tangible en la gente, en grandes sectores, sectores mayoritarios de la población de Venezuela”, precisó el ensayista.
       Krauze añadió que al mismo tiempo, el régimen del país sudamericano tiene otra cara, “de concentración del poder en manos de una persona, de concentración de la imagen pública y del discurso público en una persona”. Esto, cuando menos es complicado para el desarrollo sano de una democracia, advirtió el historiador, quien presentó esta noche a los venezolanos su libro “El poder y el delirio”, en el que analiza la “revolución bolivariana” del presidente Hugo Chávez.
      Krauze criticó que una persona busque concentrar todo el poder en un país, lo que significa negar la democracia. “En una democracia me parece que no debe brillar sólo una persona, deben brillar muchas generaciones, la vida es breve, requiere movimiento, requiere renovación”, dijo en aparente alusión al intento del presidente Chávez de reelegirse indefinidamente. En declaraciones a una radiodifusora local, el historiador mexicano enfatizó que “me parece que la alternancia o cuando menos el cambio de personas en el poder es una condición sine qua non de la democracia”.
      Recalcó que en el libro trató con mesura el tema político de Venezuela , porque dijo, “es lo que debe hacer un mexicano al tratar los temas delicados de política de un país hermano”, y sobre la vida de Chávez señaló que es, “por decir lo menos, interesante”. “Pienso que el presidente Chávez siempre ha venerado héroes, héroes políticos, héroes históricos y que él mismo tiene esa idea en la cabeza de ser como la gran figura del siglo XXI. Uno diría que es legítimo, pues como no, todos los hombres quieren trascender”, enfatizó. Krauze precisó que su libro “tiene un tono de principio a fin de respeto y de mesura”.
     “Quizás el título parezca un poco contradictorio con ese tono, pero yo sí creo que el poder absoluto o la búsqueda del poder absoluto conduce al delirio, es decir a la pérdida de las acotaciones racionales y de la sensatez”, apuntó.

Notimex (El sendero del Peje, 5.12.08)

jueves, 4 de diciembre de 2008

Visiones sobre la izquierda


Año y medio después de salir a la luz la versión original, en francés, recibimos la versión española del trabajo más pulido y completo del periodista, editor, traductor y comentarista político Marc Saint-Upéry sobre los cambios más recientes y los nuevos retos de Suramérica. El sueño de Bolívar es, sobre todo, como se explica en el subtítulo, un estudio comparativo de “los desafíos de las izquierdas suramericanas”. Producto de diez años de residencia en Suramérica y de cuatro años de viajes, reportajes, conversaciones y lecturas por el hemisferio occidental, el autor, antiguo editor de la prestigiosa casa francesa La Découverte, maneja como pocos los hilos que permiten presentar de forma interesante, apasionante a veces, un asunto tan complejo y heterogéneo como el rompecabezas suramericano.
En un viaje a Caracas poco después del referéndum venezolano de diciembre del año pasado, el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, discípulo y amigo de Octavio Paz, habló con docenas de empresarios, académicos, periodistas, políticos, clérigos, ex militares, escritores y artistas sobre la llamada “revolución bolivariana”. En julio de 2008, volvió por segunda vez para atar los cabos sueltos.
El poder y el delirio, resultado de esos viajes, pretende ser, en palabras del autor, “una historia del presente en el que confluyen enfoques tan diversos como el histórico, el reportaje, la biografía, la entrevista, la crónica, el análisis ideológico y el ensayo” (p. 18) De Bolívar, a Saint-Upéry le interesa, sobre todo, el sueño imposible de la unidad y todas las contradicciones y paradojas que ese sueño encierra, con infinitos reflejos y similitudes en la realidad actual. Krauze, en cambio, desde una mirada mucho más próxima y profunda a Bolívar y a Venezuela, está convencido de que, al salir de la cárcel en 1994, Hugo Chávez, “con la certeza íntima de convertirse en presidente, se propuso lo que muchos gobernantes y caudillos: usar la figura del héroe (Bolívar) para sus propios fines políticos”. (p. 174) “Chávez es un venerador de héroes y un venerador de sí mismo”, escribe Krauze. “Su hechizo popular es tan aterrador como su tendencia a ver el mundo como una prolongación, agradecida o perversa, de su propia persona”. (p.20)
Tras una reflexión introductoria sobre las izquierdas suramericanas, el autor francés desmenuza el calvario y la resurrección de Lula da Silva (cap. 1), los excesos, dilemas, sombras y luces del brujo Chávez (cap. 2), el doble juego de los señores Kirchner (cap. 3), las verdades y falsedades sobre el resurgimiento indígena (cap. 4) y el distanciamiento acelerado del imperio del norte (cap. 5). “No estoy en la agenda secreta de los grandes príncipes de la política o del poder económico, ni frecuento asiduamente los pasillos de los ministerios, aun cuando el azar de las trayectorias militantes ha llevado a algunos de mis amigos o compañeros a ocupar cargos de responsabilidad importantes, especialmente en Brasil, en Bolivia y en Ecuador”, reconoce el autor al principio de su vuelta al continente.
El resultado es mucho más y mucho mejor que una simple recopilación de reportajes. Hay mucha investigación de campo, numerosas entrevistas destiladas y un empeño evidente –vicio periodístico siempre perdonable– de demostrar que estuvo allí, que no habla de oídas o de leídas. Pero, a diferencia de tanto periodismo por impregnación, el autor, que no oculta su militancia de izquierdas, se distancia lo suficiente para ofrecer una perspectiva iluminadora, ni romántica ni radical ciega, increíblemente esclarecedora.A la pregunta que se vienen haciendo todos los especialistas desde hace años, si hay un giro a la izquierda o “una oleada de izquierda”, su respuesta es obvia, pero inteligente: sí, por supuesto, pero “no creo que ese giro […] sea totalmente unívoco ni que se inscriba en un relato teleológico de la marcha triunfal de la historia continental hacia el progreso, la justicia social y la paz”. (p. 336).
Haciendo suyo el análisis del ex presidente boliviano Jorque Quiroga, Krauze es más pesimista: “Algunos países del Caribe y Centroamérica han sido ‘petrocomprados’ (Honduras y quizá pronto Salvador); otros están ‘petrohipotecados’ (Argentina), ‘petrointimidados’ (Costa Rica) o, en el caso más benigno, ‘petroconscientes’; Chávez no ha vacilado en apoyar a Humala en Perú o acosar a Chile, Brasil y México apoyando de diversas formas sus movimientos disidentes. El caso colombiano ha sido el más alarmanete: el apoyo a las FARC (probado en las computadores de Raúl Reyes)”. (p. 354-355)¿Es Lula de izquierdas? “Soy un mecánico tornero, he llegado a la presidencia gracias a una infinita paciencia y no necesito ser de izquierdas para luchar por la igualdad, pero si la gran definición de la izquierda es luchar por la igualdad, no hay nadie más a la izquierda que yo”, contesta él mismo en la obra de Saint-Upéry. (p. 89) ¿Ha logrado Chávez imponer ya una dictadura? “Está lejos de ser unívoca o irresistible”, contesta el periodista. “Por un lado, se trata de una especie de autoritarismo anárquico y desorganizado cuyo resultado es más una desinstitucionalización rampante que la supresión violenta de las libertades democráticas. Por otro, tiene su contrapeso en un impulso participativo de las ‘masas’ y en unos sólidos reflejos democráticos de la sociedad, chavistas incluídos”. (p. 111).
Krauze es mucho menos optimista y generoso con el nuevo caudillo venezolano. Tras un breve recorrido por la historia de Venezuela, defiende a Rómulo Betancourt, que presidió el país entre 1959 y 1963, como “la figura democrática más importante del siglo XX en América Latina” y explica cómo sus sucesores, cada vez peores, cada vez más corruptos, destruyeron su obra y acabaron abriendo las puertas, tras coquetear con la posibilidad de elegir presidenta a una ex Miss Universo, de par en par a la revolución chavista. “Chávez no es un bufón como aseguran sus críticos superficiales”, añade. “Es el continuador del proyecto de Fidel Castro para Venezuela y América Latina. Nada menos”. (p 70).
Los chavistas lo consideran vigente; los críticos, absurdo, anacrónico. Krauze, como sus mentores venezolanos (Pérez Marcano, Teodoro Petkoff, Pino Iturrieta…), una amenaza real. Entre los críticos a los que Krauze tilda de superficiales tendríamos que incluir a Saint-Upéry, aunque a Krauze no le habría venido mal tener en cuenta el texto del francés, en las librerías dos años antes que el suyo. De hecho, ni lo cita. Nada dogmático, el autor francés refuerza cada opinión con ejemplos vividos, testimonios de autores de prestigio y los antecedentes imprescindibles para comprender el presente. Es una pena que, para hacer el texto más digerible, las citas no sean académicas, pero la bibliografía final es de consulta obligada para quien desee profundizar hoy en el estudio de Suramérica.Upéry explica cómo, tras unos comienzos valientes –decapitación de la jerarquía militar, purga drástica de la corrupta policía federal, limpieza de los podridos tribunales y sindicatos peronistas, conversión de la maldita ESMA (Escuela Superior de Mecánica de la Armada) en Museo de la Memoria, anulación de las leyes de obediencia debida y punto final…–, en la Argentina de los Kirchner, cada día más cuestionados y debilitados, podría consolidarse a medio plazo otra versión más del ‘peronismo infinito’ mencionado por Maristella Svampa en el capítulo 3, con lo que el siempre discutible izquierdismo de los señores K. se desdibujaría aún más. Aunque no son el objeto principal del libro, Ecuador y Bolivia reciben atención suficiente para entender la travesía iniciada, respectivamente, por Correa y Evo Morales. En cuanto a las grandes ausencias –Chile, Uruguay, Perú y Colombia –, Saint-Upéry confiesa que “abarcar la totalidad del mundo iberoamericano estaba fuera de mis capacidades intelectuales, físicas y, sobre todo, financieras. Habría supuesto al menos dos años más de investigación, lecturas y viajes, con todas las consecuencias previsibles, incluida tal vez una rebelión doméstica en mi hogar”.
Felipe Sahagún (El cultural, Barcelona, 4.12.08)

lunes, 1 de diciembre de 2008

El poder y el delirio

Enrique Krauze es uno de los intelectuales latinoamericanos de mayor prestigio en el mundo de nuestro idioma y en Estados Unidos. Editor de la revista Letras Libres, fue durante años columna vertebral de Vuelta, la histórica revista de Octavio Paz. Como historiador, es el gran biógrafo del poder en México, una exploración que abordó desde sus orígenes con Siglo de caudillos (1810-1910), la continuó con Biografía del poder, Los caudillos de la Revolución (1910-1940), para concluirla con La presidencia imperial (1940-1996), “el ascenso y caída del sistema político mexicano”.

Como no sólo de caudillos vive la historia, Krauze escribió Mexicanos eminentes, la biografía del otro México, el de la inteligencia y las ideas en el siglo XX, donde incluye a los “mexicanos por adopción”, desde Alejandro de Humboldt hasta otro Alejandro, el venezolano Rossi, filósofo y novelista, a quien le observa ser poco amigo de los historiadores porque, como escribe en Manual del distraído, “la historia es enemiga del misterio”. Quizás por eso, cuando escribe sobre el general Páez, su tatarabuelo, en la novela Edén, lo recubre de eso, de misterio, y lo libra de la historia. Un Páez de novela, para el retrato en familia.

No es obra del azar que El poder y el delirio esté dedicado a Alejandro Rossi, puesto que es un libro sobre un misterio llamado Hugo Chávez Frías, y sobre un país misterioso llamado Venezuela. Un libro sobre los misterios de la historia que han desvelado a Alejandro como a todos sus compatriotas de este lado. Si para Alejandro la historia es enemiga del misterio, para los venezolanos del presente parece ser enemiga del hombre.

En uno de sus libros, Krauze cita a Marc Bloch: “La incomprensión sobre el presente nace de la ignorancia del pasado, pero es igualmente vano esforzarse por conocer el pasado sin entender el presente”. Nada es más apremiante para los venezolanos que conocernos a nosotros mismos, quiénes somos, de dónde venimos y adónde queremos ir. Y henos aquí, con El poder y el delirio en las manos, una obra singular que responde a esas preguntas, elegantemente editada por Alfa, escrita por quien se ha especializado en el estudio de los caudillos en la historia, de vasta erudición “caudillesca”.

El poder y el delirio tuvo varios títulos a lo largo de la escritura. Uno de ellos fue El caudillo inútil, descartado quizás porque la “inutilidad” no preserva a las sociedades de sus terribles implicaciones. El poder y el delirio se inicia con “El libreto de los sesenta: revolución o democracia”, sobre el encandilamiento de los jóvenes con la Revolución Cubana, la poderosa influencia desatada en Venezuela por la proeza de unos guerrilleros que logran derrocar una dictadura brutal.

Krauze conversó a fondo con Américo Martín, protagonista del deslumbramiento y lúcido analista del proceso. Allí está la democracia venezolana que comienza a dar sus primeros pasos bajo el liderazgo de Betancourt, asediado por la derecha militarista y la izquierda que no dudó en hacerse militar. Un capítulo, como todos los otros de El poder y el delirio, para adoptar la máxima de Marc Bloch. No cabe duda de que la mitología de la Revolución Cubana fue uno de los factores que distorsionó con implicaciones devastadoras el proceso democrático venezolano de los últimos cincuenta años. Medio siglo después, el fenómeno renace: el verdadero líder de la revolución bolivariana es el doctor Fidel Castro, a quien el presidente Chávez considera su padre, y añade: “Sin complejos”. Lo que Krauze llama la “segunda invasión de Fidel a Venezuela”. Una invasión “concertada y consentida”.


Pienso que este es uno de los enigmas que movió al historiador a venir a Venezuela a conversar, indagar, confrontar. En sus conversaciones con Inés Quintero, Elías Pino Iturrieta, Germán Carrera Damas, María Fernanda Palacios, Teodoro Petkoff, Luis Ugalde, Guillermo Sucre, Elsa Cardozo, Carlos Raúl Hernández, Antonio Sánchez García, Nelson Rivera, Manuel Caballero, Krauze exploró el pasado, el culto a Bolívar, la tradición caudillista, los avatares de la cultura, la figura de Rómulo Betancourt. Con objetividad (no imparcialidad), Krauze invitó a tirios y troyanos al convivio de sus páginas: Alí Rodríguez Araque, José Vicente Rangel, Vladimir Acosta exponen sus visiones sobre la revolución y su caudillo.


Al examinar los sistemas políticos, Krauze cita el postulado de Octavio Paz: la reconciliación entre liberalismo y socialismo, como “tema de nuestro tiempo”. El ensayista enfrenta el Bolívar de Marx al Bolívar de Carlyle. Retengo con deleite, por lo que representaron ambos escritores como por la erudición y sagacidad con que son convocados, el texto: “Borges lee a Carlyle”, o sea, los ancestros del “hombre fuerte”.

Admirable, nuestro libro del desasosiego El poder y el delirio. Enrique Krauze ingresa en la historia de Venezuela.


Simón Alberto Consalvi (Noticiero digital, Venezuela, 1.12.08)